Irán y la revolución imparable de las conciencias

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Elección en las democracias liberales de Occidente, Ley en el mundo musulmán. No llevar correctamente el velo obligatorio puede ser mortal en algunos países islámicos, como en Irán. La muerte de la joven kurda de 22 años, Masha Amini, bajo custodia policial el pasado 16 de septiembre no es un caso aislado, por desgracia, en un país que utiliza el control y la vigilancia de una policía específica – la Policía de la Moral – para asegurarse que el estricto código de vestimenta y las normas de conducta en público, en especial para las mujeres, implementado tras la revolución islámica en 1979, se cumplan a rajatabla.

Más allá de la vestimenta, en las protestas que estos días se han iniciado en el Kurdistán y se han extendido por Teherán y otras ciudades de Irán subyace la insatisfacción por un malestar económico y social que viene de atrás, así como los problemas inherentes a una realidad material que, influida por factores económicos, religiosos y políticos, conforman la estructura de control que perpetúa la subordinación de las mujeres. Salvarlas de la corrupción de Occidente es una cuestión de Estado y el velo es sólo la parte más visible de una simbología que considera que las mujeres, como portadoras de la virtud nacional, son esenciales para la transmisión de dicha virtud en el seno familiar, quedando al margen de cualquier aspiración que implique poder.

No es una concepción exclusiva del régimen iraní, sino de una forma más amplia de entender las relaciones sociales y afectivas que, en el caso del Islam, se justifica bajo el paraguas de la religión basada en la tradición. La propia forma del Estado, el Código Civil, los Códigos de Familia, el Consejo de los Guardianes de la Constitución y todas las Instituciones, permeabilizan un sistema de dominación que sufre la mujer en su vida cotidiana y que cuenta con el consenso de todas las fuerzas políticas, incluidas aquellos sectores más reformistas que impulsan cambios legales para mitigar las brechas de género, porque consideran que la cuestión de las mujeres y sus derechos legales y de ciudadanía no están entrelazados con la democracia y, por tanto, no es un tema urgente. Y aunque los cambios sociales y demográficos que fomentan la integración de la mujer en la esfera pública están creando una presión creciente para adaptar la legislación a la realidad cambiante, hasta el punto de que se han dado pasos significativos en los últimos años por parte del estamento religioso, cambiar la legislación que discrimina a las mujeres no es sencillo ante la oposición de un estamento conservador y de control social – Consejo de los Guardianes de la Constitución – que las ve como un peligroso elemento de apertura incontrolada para socavar la naturaleza y los principios del régimen teocrático.

Los procesos de cambio cultural y social que vive toda la región de Oriente Medio, incluido Irán, pueden alentar transformaciones políticas a largo plazo, pero no es realista pensar que el régimen de los Ayatolás está en peligro, aunque en esta ocasión estemos asistiendo a una exhibición sin precedentes de ira popular y a gestos de desobediencia civil muy significativos, como mujeres quemando sus pañuelos o cortándose el cabello en público, y otros actos de sabotaje y ataques directos a dependencias y símbolos gubernamentales. Enfrentarse al poder de los mulás no es un asunto baladí, requiere mucha valentía, y esa valentía en la que el riesgo de pasar muchos años en la cárcel – o morir - es real, asusta a un régimen que se siente vulnerable ante la exhibición mediática internacional en un momento en el que se reúnen los líderes mundiales en la Asamblea General en las Naciones Unidas, y que no puede permitirse ningún signo de debilidad. Aunque hoy no hay una oposición estructurada, y el régimen hará todo lo posible por quebrar la voluntad de las élites y los sectores estudiantiles más aperturistas, el debate en torno al uso obligatorio del velo y la infracción de los códigos de vestimenta no son sino el síntoma del distanciamiento de las generaciones más jóvenes de la religión, la pérdida de confianza en las instituciones públicas y el empeoramiento de las expectativas vitales.

La revolución de las conciencias es ya un hecho imparable en todo Oriente Medio e Irán no es una excepción. La brecha entre las instituciones del régimen y la generación más joven es cada vez mayor. Una sociedad que pierde el miedo, incluso ante la brutalidad policial y la represión, es ingobernable, en un momento geopolítico trascendente en el que la región también atraviesa un proceso de reseteo ideológico, normalización y desarrollo tras la puesta en marcha de los Acuerdos de Abraham, al tiempo que la salud del Líder Supremo se deteriora y se abre la incógnita de su sucesión.

Marta González Isidoro, periodista y analista de Política Internacional

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