Italia, comienzo de curso marcado por la estabilidad y la recuperación económica

Mario Draghi

Como era de esperar, el Gobierno Draghi, “in carica” desde mediados de febrero de este año, está constituyendo todo un éxito: la vacunación ha cogido velocidad de crucero, los contagios andan controlados y el país se prepara para recuperar la completa normalidad, que comienza por la vuelta a las clases tras haber perdido prácticamente todo el curso académico pasado. De manera paralela, el fuerte crecimiento es un hecho y todos los indicadores apuntan a que, al concluir el año 2021, el país habrá recuperado prácticamente todo el PIB perdido a lo largo del año 2020 (8,9 puntos). Finalmente, la “maggioranza” que sostiene al Gobierno Draghi no se mueve, y la oposición al mismo se limita a la abstención del pequeño partido de derechas Fratelli d´Italia y a un grupo de parlamentarios diseminados en el Grupo Mixto sin capacidad de influir en las líneas de la acción de gobierno.

En una legislatura que en principio no debe concluir hasta marzo de 2023, las dos fechas claves marcadas en el calendario antes de que llegue un nuevo verano son el 4 de octubre, en que se celebraran las elecciones municipales (llamadas allí “administrativas”) en las principales ciudades del país. En liza están nada más y nada menos que la capital (Roma), la principal ciudad de Lombardía (Milán) y la urbe más relevante de la zona meridional del país (Nápoles). Unos meses después, tendrá lugar la elección del nuevo presidente de la República, ya que el mandato de actual inquilino de El Quirinal (Sergio Mattarella) expira el 3 de febrero de 2022. 

Fuera de ello, el Gobierno Draghi debe seguir con la tarea encomendada de reformar echando mano de los fondos europeos, a sabiendas de que, con los buenos datos que ya maneja, resulta una auténtica quimera la caída de ese Ejecutivo: ya se sabe el principio general de que “quien hace caer el Gobierno, luego lo paga en las urnas”, y, si además se da en un momento de fuerte recuperación económica, con más razón la “maggioranza” seguirá manteniéndose, con el único interrogante de los siempre impredecibles parlamentarios del Movimiento Cinque Stelle. En todo caso, estos parlamentarios, aunque constituyen aún el grupo parlamentario más numeroso, no tienen capacidad de hacer caer el Gobierno, ya que requerirían también de que Matteo Salvini, líder de la Lega, hiciera lo mismo, y éste ahora, revestido de un europeísmo hasta entonces nunca visto en él, no da la impresión de que vaya a tumbar el actual Gobierno.

Las elecciones municipales dan la impresión, a diferencia de 2016, de ser más irrelevantes que nunca. Constituyen una mezcla de candidatos que aparentemente tienen todas las de ganar (el ejemplo más claro es el de Giuseppe Sala, alcalde de Milán y miembro del Partido Democrático (PD), quien seguramente logrará revalidar mandato sin mayor oposición) y otros que lo harán, aunque, en el fondo, no quieran salir elegidos. El ejemplo más claro de esto última es Roma, la ciudad que en su momento constituyó toda una plataforma de lanzamiento de candidatos (Veltroni, en 2008, pasó de ser alcalde de Roma a cabeza de lista del centroizquierda en unas elecciones generales que finalmente acabó perdiendo) y que ahora nadie quiere gobernar. Y no lo quiere hacer nadie porque quien se ponga al frente del consistorio romano debe afrontar una descomunal deuda de 12.000 millones, y subiendo. 

Paradójicamente, hay dos candidatos que quieren claramente ser alcaldes de Roma (Raggi, por Cinco Estrellas, y Calenda, por Azione) pero que lo tienen muy difícil no sólo para ser el nuevo alcalde de Roma (en el caso de Raggi supondría revalidar mandato ya que es la “sindaco” desde 2016), sino incluso para ir al llamado “ballottaggio” (segunda vuelta). Por delante de ellos aparecen el candidato del centroizquierda (el exministro del PD Roberto Gualteri) y el del centroderecha (Manfredi). Sea quien sea el finalmente elegido, cuentan con una baza importante, y es que el actual primer ministro (Draghi) también es romano de nacimiento, con lo que muy seguramente hará lo posible por dar un impulso a su ciudad, que es, con diferencia, la capital europea actualmente en peor estado por abandono, falta de modernización y dejadez por parte de la Administración.

Una vez transcurridas estas elecciones, en las que se renovarán en torno a 1.000 de los 8.000 consistorios que tiene el país, llegará el momento de afrontar la elección del presidente de la República para el septenio 2022-29. Aquí también llama la atención el hecho de que hay dos claros favoritos (Sergio Mattarella y Mario Draghi) pero, aparentemente, no tienen el más mínimo interés en ser los finalmente elegidos. En el caso de Mattarella, acaba de cumplir ochenta años, lleva casi cuarenta en la vida pública (entró en el Parlamento en la legislatura 1983-87) y, tras realizar una impecable labor como jefe del Estado, quiere volver a su Sicilia natal. Y es que, siendo natural de Palermo, ha vivido mucho menos de lo que se cree en su tierra de origen: no olvidemos que, al ser hijo de un histórico ministro de la Democracia Cristiana (Bernardo Mattarella, presente en numerosos Ejecutivos desde finales de los cincuenta hasta finales de los sesenta), ha pasado mucha parte de su vida en Roma, y ahora quiere retirarse definitivamente a su tierra natal.

El caso de Draghi es diferente. Reúne el perfil perfecto para ser presidente de la República: europeísta, trayectoria intachable y fuerte ascendiente sobre la clase política y empresarial, ya que, debemos recordarlo, ya a comienzos de los años noventa estaba trabajando en la Dirección General del Tesoro y luego fue gobernador del Banco de Italia. Pero la realidad es que Draghi lo que quiere es seguir gobernando (“seguiré mientras quiera el Parlamento”, ha dicho en reiteradas ocasiones) y sabe que, al pasar de ser jefe del Gobierno a jefe del Estado, dejaría de dirigir el país para constituir el garante del buen funcionamiento de las instituciones y de la existencia de una “maggioranza” con la que gobernar. Y lo cierto es que, si le ofrecer ser el nuevo presidente de la República, con un “no” decae automáticamente su candidatura. Esto ya sucedió en 1948 con el constructor de la República italiana, Alcide de Gasperi, quien, primer ministro desde finales de 1945, recibió el ofrecimiento de ser presidente de la República en las elección presidencial del citado año 1948, una vez entró en vigor la actual Constitución. De Gasperi sabía que perdería el control de la dirección del país en un momento clave (economía de postguerra, inserción en el mundo occidental, depuración del fascismo) y por ello continuó con la Presidencia del Consejo de Ministros, hasta alcanzar la plusmarca de ser el único político que ha sido hasta ocho veces primer ministro (y todas ellas de manera consecutiva). 

Además, las circunstancias de este momento son muy diferentes a las de 2013. En ese momento el centroderecha y el centroizquierda, que deben ser quienes pacten el nombre del jefe del Estado (como durante décadas hicieron entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista Italiano) se encontraban abiertamente enfrentadas, y ello llevó a tener que pedir al ya anciano Napolitano a que repitiera mandato. Ahora, en cambio, el centroderecha aparece bastante compacto, cuenta con el apoyo de fuerzas menores significativas (entre ellos la Italia Viva del ex primer ministro Matteo Renzi y el grupo Por la Autonomía, ambos con casi medio centenar de votos), con lo que bastará con pactar el candidato con el PD (en la práctica con Cinque Stelle ni se cuenta, a pesar de estar ahora en fuerte sintonía con la dirección precisamente del PD) para que, acudiendo a la cuarta votación (la primera en la que solo se requiere mayoría simple), salga adelante el nombre escogido. Como era de esperar, ya ha comenzado el “totto-nomi” (la nominación de los posibles candidatos), pero la historia de las elecciones presidenciales demuestra que casi siempre sale un “tapado”: lo fue Pertini en 1978, Scalfaro en 1992, Ciampi en 1999, Napolitano en 2006, y Mattarella en 2015. En todo caso, todo este tema no se planteará hasta finales de diciembre, que es cuando comenzarán las negociaciones definitivas. 

Así, el único conflicto que se presente en este momento es la aplicación o no del llamado “green pass”, con el que solo los vacunados podrían acudir a lugares públicos como cines, centros de eventos o restaurantes. El partido de Salvini se opone frontalmente porque considera un derecho que debe ser preservado en todo momento el vacunarse o no, y el “green pass” supondría, en cierto modo, una forma de coacción para los no vacunados. Veremos de qué manera resuelve este asunto el “premier” Draghi, pero esa decisión no puede demorarse mucho porque llegan los meses marcados por el frío y ya han sido vacunados prácticamente todos los que han querido hacerlo de manera voluntaria, así que toca ver qué se decide con el resto.

Será este, finalmente, un año clave para saber si Italia “prende la leadership” o no de la Unión Europea: con una Alemania inmersa en elecciones y negociaciones para formar Gobierno; con una Francia que también tendrá elecciones en mayo del año que viene; y con una España completamente rezagada (y más que lo va a estar), el país se va a encontrar ante una ocasión única para liderar una Unión Europea que necesita un hombre de referencia, y ese no es otro que Mario Draghi. Todo dependerá del afianzamiento del crecimiento y del abierto sostenimiento de la actual “maggioranza” parlamentaria. Pero cierto es que, al menos de momento, todo se presenta muy de cara. Y en meses venideros lo podremos comprobar.

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro 'Historia de la Italia republicana, 1946-2021' (Madrid, Sílex Ediciones, 2021). 

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