Opinión

Javier Reverte, trotamundos sin final

photo_camera Javier Reverte, endless globetrotter

Javier siempre estaba de paso. Plumilla, corresponsal, escritor de viajes, Javier Martínez Reverte hizo del viaje su modo de vida, porque sabía muy bien las enseñanzas de Odiseo. Aquí estamos de paso, y solo paso a paso entendemos que es vivir aquí.

Así que, en el oficio periodístico- en el que hizo de todo- prefirió ser corresponsal y enviado especial. Coincidimos en muchos autobuses de cobertura internacional, en los que los reporteros nos contamos los mejores destinos y los mejores libros para tentar una nueva escapada.

Cuando el libro se convirtió en su mas claro horizonte, Javier hacia de pareja de hecho con Manu Leguineche. El maestro nos llevó en Mojacar a su restaurante favorito, que no podía ser sino indio. Se jaleaban mutuamente, y lo mejor era verlos partir en barca desde Garrucha con El Vinagre a buscar pesca mediterránea y darle a la lengua del periodismo viajero. Se hermanaron claramente, y Javier mantendría viva la llama del Gran Manu en sus libros con poso.

Fue África el continente que mejor combinaba los deseos de amplitud y fondo del periodismo largo de Javier Reverte. Contar historias que parecían increíbles, casi imposibles de los hombres metidos a descubridores contemporáneos en un mundo aun primitivo que existía todavía en el siglo XX. Cuando parece que no hay nada ya sin huellas de humanos, Javier sabía encontrar un nuevo camino y meter en nuestras mochilas oraciones de larga sabiduría sobre la historia y el entorno.

Así se pateó desde Alaska a las calles de Nueva York, desde la Grecia Clásica a la Italia mafiosa. Nada escapó a su curiosidad si había un mapa que le protegiese. Se fue al Amazonas y casi se crea su propia leyenda de hombre perdido en el abismo. Vivió y nos llenó de letras de viaje, que perdurarán en un momento en que el viaje solo está en los libros y en las mentes de los que siempre soñamos con él.

En los últimos años compartimos su presencia en las Trobades Camus de Menorca, en los premios de la Sociedad Geográfica donde le fotografié a hurtadillas... En mitad de una escalera, como el viajero que no para en ninguna parte.