Kim Jong-un. Una liebre en un mundo de tortugas

AFP PHOTO / KCTV - El líder norcoreano Kim Jong-Un viendo el lanzamiento de un misil balístico en un lugar desconocido de Corea del Norte el 31 de julio

Pionyang sigue muy de cerca la situación de caos geopolítico que la voluble acción exterior de Trump ha desatado en Oriente Próximo. Sabedora de las escasas opciones que tiene en la práctica el Departamento de Estado norteamericano, Corea del Norte se ha sentido lo suficientemente fuerte como para entrar en la campaña electoral norteamericana como lo haría un toro en una tienda de porcelana, llevando a cabo una prueba de lanzamiento subacuático de su misil balístico Pukguksong-3, que alcanzó la zona económica exclusiva de Japón situada a situada a unos 500 km de la norcoreana Bahía de Wonsan desde la que se lanzó el misil.

Disponer de capacidad para lanzar misiles con cabeza atómica desde submarinos cambia por completo las variables que países como Japón introducen en sus cálculos estratégicos, y evidencia la vulnerabilidad del país del sol naciente frente a la amenaza de un sistema de armas cuya premisa es reducir el tiempo de reacción de su objetivo a su mínima expresión. Si esto ya es así en el caso de misiles basados en lanzaderas terrestres, la movilidad y subrepticidad de un submarino, capaz de lanzar misiles nucleares, supondrá bajo las condiciones actuales un reto insuperable para las autoridades japonesas,  una vez que Corea del Norte tenga un par de estos submarinos patrullando el mar de Japón. 

Hasta la fecha, todas la previsiones del Ministerio de Defensa de Japón, altamente dependiente de su contraparte norteamericana, se han visto superadas por el ritmo al que Corea del Norte incrementa su peso específico en el club atómico mediante grandes saltos tecnológicos. Así, dotar a Japón del sistema americano antimisiles Aegis Ashore pierde gran parte de su aliciente a la luz del nuevo escenario de submarinos estratégicos, que previsiblemente incentivará a  Corea del Sur a conseguir submarinos nucleares de ataque para equilibrar la superioridad de 7 a 1 de Corea del Norte en submarinos convencionales, y obligará a Japón a repensar radicalmente su postura estratégica,  75 años después de Hiroshima, y, usando un sintagma del emperador Hirohito en su alocución de entonces a sus súbditos, “recurriendo a una medida extraordinaria”. Porque extraordinario sería que Japón optase por desarrollar de armas nucleares propias si Tokio llega a la conclusión de que es la única manera de disuadir a Kim Jong-un. 

Japón firmó en 1951 un tratado con EEUU que situaba a Japón bajo la protección del paraguas nuclear norteamericano, mediante lo que vino a llamarse “disuasión extendida”. Sin embargo, en tiempos recientes, Donald Trump ha puesto en cuestión las condiciones del tratado, habiendo incluso llegado a plantearse su derogación unilateral en razón de su coste económico, y alentado a Japón a cruzar la raya de la proliferación nuclear. 

No hay impedimentos técnicos para que Japón, una potencia tecnológica en el terreno de la energía nuclear, no pueda disponer de armas nucleares operativas en un tiempo récord. De hecho, es razonable pensar que el país no ha acelerado la transición energética de las centrales nucleares a las renovables después del tsunami de 2011 para no perder la facultad de reprocesar plutonio, que le brinda una especie de “capacidad de disuasión potencial”. 

Ni siquiera el riesgo de entrar en una carrera armamentística nuclear con China desalentaría el desarrollo de un sistema de disuasión propio, si los estrategas japoneses ponen en duda la virtualidad del paraguas nuclear estadounidense y perciben por consiguiente que las dinámicas de poder de Corea del Norte conducen ineludiblemente  a una cuestión existencial para Japón.  

Si Corea del Norte asiste a las conversaciones promovidas por Suecia, sería una buena oportunidad para que la delegación norteamericana transmitiese tanto a Pionyang ​como a Tokio la firmeza de su compromiso con el mantenimiento y actualización del paraguas nuclear que da cobijo a Japón. Si evitan tal declaración, no solo darán alas a Kim Jong-un (que podría decidir llevar a cabo una explosión nuclear atmosférica para visibilizar su poderío), sino que, por añadidura,  lo elocuente del silencio americano y del estruendo norcoreano, llevaría a los responsables políticos japoneses a sacar las conclusiones pertinentes, algo que también acabaría haciendo la opinión pública japonesa, que, al encarnar el trauma de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, es el verdadero obstáculo para que Japón disponga de armas nucleares propias.

Como en la fábula de Esopo, la tortuga japonesa puede acabar dándole una lección a la montaraz liebre norcoreana. 

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