Látigo para imponer silencio en la mazmorra cubana

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Fino olfato político  demostró Fidel Castro cuando dispuso ser reducido a cenizas después de muerto y prohibió expresamente que se le levantaran después monumentos o estatuas. Bien sabía el dictador cubano que más tarde o más temprano, sus memoriales u otros sólidos recuerdos presuntamente imperecederos acabarían siendo derribados y reducidos a escombros.

Por supuesto, la dictadura cubana no caerá de la noche a la mañana, no en vano lleva ya sesenta años languideciendo sin que la cada vez más vetusta gerontocracia que la dirige o tutela haya ido más allá de meras reformas cosméticas. El más mínimo avance, impuesto a la fuerza por el desarrollo de tecnologías como internet, ha sido siempre cuestionado por los guardianes de las supuestas esencias revolucionarias. De lo que no se informa, y por lo tanto no se sabe, no existe. Por eso, los gerifaltes de la vieja guardia del comunismo cubano siempre se opusieron a que la población tuviera acceso libre a internet, temiendo lo que ha ocurrido ahora: que el mundo pudiera contemplar cómo se las gasta un régimen totalitario. Cierto es que a determinada progresía, básicamente europea y desde luego española, ni la evidencia de imágenes y testimonios incontestables parecen disuadirles de su concepción buenista y justificativa de un régimen sanguinario.

Esa progresía se niega por sistema a efectuar la prueba del contraste con la realidad del comunismo. Saben de antemano el resultado, porque no hay en la historia un solo caso en que semejante doctrina totalitaria haya desembocado en la mejora real de los pueblos que la han padecido. Pudiera argüirse que China está siendo ese ejemplo histórico, que con tanta ansia buscan al que agarrarse. Pero, al respecto del gran coloso asiático, aún está por ver su éxito final, más allá de sus deslumbrantes conquistas materiales. El aplastamiento de las libertades y del más mínimo gesto de disidencia o protesta no parece que vaya precisamente en la dirección de construir una sociedad compuesta de individuos felices.

Un nuevo factor en Cuba: se ha perdido el miedo

En cuanto a Cuba, nada nuevo respecto a los métodos tradicionales de su dictadura: hostigamientos, palizas, detenciones arbitrarias, secuestros y todo tipo gradual de torturas, incluidas a los familiares, a quienes se oculta conscientemente el paradero de los arrestados, manteniéndoles en la incertidumbre de si terminarán quizá desaparecidos para siempre.

Lo que sí es nuevo es que gran parte del pueblo, al menos el compuesto por los que no forman parte de la “nomenklatura” ni de las estructuras funcionariales y represivas del régimen, ha perdido el miedo. Hay que carecer prácticamente de todo, incluida la esperanza, para levantarse contra un aparato represivo tan engrasado y asfixiante como el cubano, lo que constituye el mejor indicador de la desesperada situación por la que atraviesa el país y su régimen dictatorial, y el levantamiento masivo y simultáneo en al menos cuarenta ciudades y pueblos de la llamada en otro tiempo Perla de las Antillas.

Como también es norma, el presidente Díaz-Canel, vigilado estrechamente por Raúl Castro y la vieja guardia  de la más que ajada revolución, ha echado mano de los tópicos: la culpa es del “bloqueo” de los yanquis o del empedrado. No está el horno para bollos como para echársela al cha-cha-chá, sobre todo cuando la tristeza de la ostensible falta de alimentos y de medios para combatir la pandemia del coronavirus componen la estampa más melancólica en un país que siempre, hasta en las peores circunstancias, se distinguió por su contagiosa alegría y resiliencia, por utilizar el término de moda para describir su ancestral capacidad de resistencia.

Ni la diplomacia europea ni la española llaman por su nombre a la feroz dictadura cubana. De momento, aunque más dura, es la reacción de los Estados Unidos de un presidente Joe Biden, sometido a la presión directa de la poderosa comunidad cubana de Florida, un estado que le dio directamente la espalda en las últimas elecciones presidenciales, y que puede abrir una brecha aún mayor con el Partido Demócrata en las legislativas de medio mandato de 2022.

No se lo pone fácil el castrismo a Biden. Siendo vicepresidente con Barack Obama, el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba y el aluvión de ayudas e intercambios hizo concebir que, a cambio, se abrirían si no las alamedas de la libertad en la isla, sí al menos alguna calleja, camino o callejón. La decepción ha sido mayúscula una vez más, porque un régimen comunista, con el apellido que se quiera (castrista, chavista, norcoreano o bielorruso lukhasenkista) es irreformable. Su sempiterna respuesta es más látigo, más represión, más miseria, y lo peor de todo, más impunidad. Todo ello alimenta el hartazgo, la desesperanza y, en última instancia, el miedo porque ya no queda nada más que perder.

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