La «victoria» afgana de Pakistán

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Los pakistaníes, teóricos aliados de Estados Unidos, festejan la retirada norteamericana en Afganistán y el triunfo de los talibanes como una victoria propia. Sin embargo, la turbulenta relación bilateral afgano-pakistaní convierte esta victoria y sus teóricos frutos en algo muy dudoso. En realidad, los riesgos para Pakistán son muchos, sobre todo mientras la situación interna de Pakistán tiende a degradarse. Puede afirmarse que la política exterior pakistaní ha sido siempre poco realista, y que la búsqueda de profundidad estratégica frente a la India es un objetivo plausible, pero que se ha llevado a cabo descuidando u olvidando muchos detalles prácticos.

Introducción

Los pakistaníes han celebrado el triunfo de los talibanes como una victoria propia. Al día siguiente de la caída de Kabul, el primer ministro paquistaní, Imran Khan declaró: «Los afganos han roto las cadenas de la esclavitud». Mientras tanto, circulaba por Internet una entrevista de 2014 a Hamid Gul, exjefe del ISI (Inter Services Inteligence Directoriate), que decía: «Cuando la historia sea escrita se dirá que el ISI derrotó a la Unión Soviética en Afganistán con la ayuda de América. […] Después se dirá otra frase. El ISI, con la ayuda de América, derrotó a América»1. ¿Pero Pakistán ha «ganado» realmente? ¿Y qué es lo que ha ganado?

Pakistán y Afganistán hasta invasión soviética

Nada más nacer, en 1947, Pakistán fue admitido en la ONU. Únicamente Afganistán votó en contra porque reivindicaba el territorio pakistaní de población pastún. Ese territorio había formado parte del núcleo originario del reino afgano, que era básicamente un imperio pastún, donde los pueblos conquistados soportaban fuertes impuestos y estaban excluidos de los puestos de mando. Por eso los afganos se negaban a reconocer como frontera la línea Durand, fijada en 1893, pero sus reivindicaciones afectaban únicamente al territorio pastún, desdeñando el resto del territorio pakistaní, que también había formado parte de Afganistán en el pasado2.

En 1953, el rey afgano Zahir Sha nombró primer ministro a su primo Mohamed Daud, quien incitó y financió el irredentismo pastún dentro de Pakistán3. La destitución de Daud en 1963 supuso un relajamiento de las tensiones bilaterales. En julio de 1973, Daud dio un golpe de estado, proclamó la república e implantó una política modernizadora acelerada y obligatoria que desencadenó revueltas en 1973 y 1975. Los líderes rebeldes huyeron a Pakistán. Entre ellos estaban muchos futuros líderes muyahidines: Masud, Hekmatyar, Rabani…4. Sin embargo, los pakistaníes se abstuvieron de apoyarles, mientras que Daud se abstenía de reactivar el tema de Pastunistán. Por otra parte, Afganistán carecía de recursos para una política agresiva. Entre 1956-1978, el Gobierno afgano financiaba el 40% de su presupuesto mediante la ayuda exterior: Recibió 533 millones de dólares de EE. UU. y 2500 millones de la URSS5.

El 27 de abril de 1978, el Partido Demócrata del Pueblo Afgano, comunista, dio un golpe de estado en el que fueron asesinadas cientos de personas, incluidos Daud y su familia6. Los comunistas exacerbaron el ritmo y la intensidad del plan de modernización forzosa, lo que provocó una insurrección generalizada en casi todo el país7. Eso provocó la invasión soviética el 25 de diciembre de 1979. La guerra enalteció el papel de Pakistán en la escena internacional, porque en aquel momento era el único camino para abastecer a los muyahidines. En muchos casos, eran los pakistaníes los que distribuían la ayuda norteamericana o saudí, lo que les otorgó una considerable influencia sobre la resistencia afgana.

Los talibanes

Cuando los rusos abandonaron Afganistán en 1989, el Gobierno comunista todavía conservaba parte del territorio, incluida la capital. Tras el colapso de la URSS en 1991, Pakistán necesitaba finalizar la guerra para abrir rutas hacia las nuevas repúblicas centroasiáticas exsoviéticas, pero la paz era complicada de conseguir por la heterogeneidad étnica de Afganistán. Los pastunes, el grupo dominante, suponen el 42% de la población afgana. Los tayikos son el 27%, los hazaras 9%, uzbecos 9%; Aimaq 4%; turcomanos 3%, baluchis 2% y otros el 4%. Los pakistaníes nunca habían presionado a los muyahidines para unificar sus fuerzas en un único movimiento de resistencia. De esta forma, podían servirse de unas facciones contra las otras. Sin embargo, a medida que los muyahidines iban recuperando territorios, conseguían recursos que reducían su dependencia de los pakistaníes.

La movilización general contra los invasores había potenciado a los grupos étnicos afganos tradicionalmente discriminados. Por lo tanto, cuando el Gobierno comunista fue derribado en 1992, los que tomaron Kabul no fueron pastunes, sino uzbecos y tayikos.
«Fue un golpe psicológico devastador, porque por primera vez en tres siglos, los pastunes habían perdido el control de la capital»8.

Los militares pakistaníes buscaron la forma de recuperar la influencia perdida. Creían que los pastunes se mostrarían más amistosos que otras etnias. Hay que recordar que en Pakistán viven muchos pastunes, pero no hay tayikos, uzbecos, turkmenos o hazaras. Alrededor del 20% del Ejército pakistaní está formado por pastunes. Por lo tanto, los pakistaníes apostaron por apoyar a un líder pastún ultra islamista, Gulbuddin Hikmetyar, que asedió Kabul, desencadenando una guerra civil étnica. Sin embargo, en 1994, era evidente que Hikmetyar no podría triunfar. Era muy temido por su brutalidad, pero su eficacia en combate estaba muy por debajo de su terrible reputación9.

En 1993, Benazir Butto llegó al poder en Pakistán y heredó el problema afgano. La ruta comercial más directa con el Asia Central exsoviética estaba bloqueada por los combates en torno a Kabul. Más al sur en cambio no se luchaba, aunque el territorio estaba fragmentado entre un gran número de pequeños caudillos locales. Se enviaron agrimensores pakistaníes escoltados por el ISI para reconocer el estado de la carretera Qetta-Kandahar-Herat. La mafia del transporte, que controlaba el contrabando masivo por carretera, participaba en el plan, pero los señores de la guerra locales desconfiaban de Pakistán10. Por lo tanto, iba a ser necesario librarse de ellos

En el otoño de 1994, una pequeña facción de estudiantes religiosos pastunes (talib; plural talibán), desconocida hasta la fecha, empezó a expandirse, aplastando primero a un tiranuelo local, luego a otro, entre los aplausos de la población, que los veía entonces como héroes justicieros11. Entonces Pakistán decidió transferir su apoyo de Hikmetyar a los estudiantes islámicos, que iban ya de triunfo en triunfo. En 1995, Benazir Buttho aseguró que no estaba apoyando a los talibanes. En realidad, no solo les estaban dando armas, sino que crearon una red telefónica que permitía llamar desde Pakistán como si fuese llamada nacional pakistaní. Reconstruyeron las carreteras, proporcionaron suministro eléctrico para Kandahar y asesoramiento técnico para manejar aeropuertos, aeronaves y emisoras de radio12. Hamid Karzai asegura que el ministerio de Exteriores pakistaní le llamó para ofrecerle el cargo de embajador en la ONU del Gobierno talibán13.

Sin embargo, los talibanes no se mostraron agradecidos con sus patrocinadores. Se negaron a reconocer la línea Duran. Mantuvieron el irredentismo territorial del Pastunistán e incitaron el extremismo religioso entre los pastunes pakistaníes14. En octubre de 2000, Pakistán envió un equipo de futbol para jugar con un equipo local afgano. Los talibanes interrumpieron el partido alegando que los jugadores pakistaníes eran indecentes porque vestían pantalones cortos y algunos llevaban el pelo largo. Los pakistaníes fueron flagelados en público y les cortaron el pelo mientras los espectadores eran forzados a salmodiar versículos del Corán15.

Sin embargo, los militares pakistaníes no hicieron autocritica, ni entonces ni después, hasta el día de hoy. Este empecinamiento en una vía de acción que no había ofrecido los resultados deseados se debe en parte a su rivalidad con la India.

La obsesión hindú

La derrota catastrófica de 1971 y la secesión de Bangla Desh habían mostrado crudamente la desigualdad estructural de poder entre Pakistán y la India. En la década de 1980, los militares pakistaníes empezaron a hablar de emplear Afganistán para conseguir profundidad estratégica frente a su gigantesco vecino. Se decía incluso que Afganistán sería la quinta provincia de Pakistán16. Ciertamente, el concepto de profundidad estratégica requiere amplitud geográfica, pero en esa geografía debe existir una población amistosa, infraestructuras, cultivos, fabricas, o vías de contacto con aliados exteriores. En todos estos aspectos, Afganistán dejaba mucho que desear. Eso no significaba que el designio pakistaní fuese inviable, pero convertirlo en realidad implicaría un largo trabajo de captación de voluntades y modernización material del país.

Al terminar la Guerra Fría, muchos países buscaron la forma de adaptarse cuando perdieron los apoyos que habían estado recibiendo de las superpotencias. Pakistán en cambio recrudeció su enfrentamiento con la India, que entre tanto había abandonado su ineficiente economía estatalista y experimentaba un crecimiento económico acelerado. Por contraste, en Pakistán no se desarrollaron industrias nuevas ni se introdujeron nuevos cultivos. Al mismo tiempo, el gasto militar devoraba casi un tercio del presupuesto nacional. Las fuerzas armadas pakistaníes, formadas por 654 000 soldados, son el séptimo ejercito del mundo por su tamaño17. Por desgracia, nada de esto es suficiente para enfrentarse a la India en un conflicto convencional.

A finales de la década de 1990 era ya evidente el auge económico hindú frente a un Pakistán atascado. Eso llevó al presidente electo Nawaz Sharif a intentar mejorar las relaciones con la India, aunque fuese a costa de olvidarse de Cachemira, pero el general Pervez Musharraf, recién nombrado jefe del ejército, se lo impidió al iniciar por su cuenta la guerra de Kargil en mayo de 1999. Tras la derrota, Sharif intentó destituir a Musharraf, lo que llevó al golpe de Estado de octubre de 1999, pese a las advertencias públicas de EE. UU.18.

En el 2000, un informe encargado por el ejército pakistaní sobre «Los imperativos de seguridad de Pakistán a medio plazo», concluía que la amenaza principal era interna, relacionada con el extremismo islámico, y que era necesario cambiar de rumbo, porque de lo contrario un grupo pequeño, pero bien organizado podría desestabilizar a toda la nación. Sin embargo, los militares ignoraron su propio informe y siguieron centrándose en la India19. Tras los atentados del 11S de 2001, un líder talibán llamado Haqani declaró que la India era el enemigo eterno de Pakistán y que «con el actual gobierno talibán de Afganistán, Pakistán dispone de una inmejorable profundidad estratégica de 2300 kilómetros. […] ¿De verdad puede interesarle a Pakistán un nuevo gobierno en Kabul que incluya a miembros proindios y que, por consiguiente, liquide esa profundidad estratégica?»20.

Tras la caída de los talibanes, el mero hecho de que los hindúes reabriesen consulados en Kandahar, Herat o Jalalabad desencadenaba protestas y acusaciones por parte de Pakistán21. El paso del tiempo no atemperó en absoluto esos temores. En 2010, Karzai mantenía negociaciones secretas con algunos líderes talibanes, pero los pakistaníes las reventaron arrestando al negociador, el mullah Baradar. Cuando Karzai protestó durante una visita oficial a Islamabad, le respondieron que, si deseaba su ayuda, debía cerrar los consulados hindúes en Kandahar y Jalalabad. Por otra parte, no se debe olvidar que la India apoyaba realmente la insurgencia baluchi en Pakistán22.

EE. UU. Vs. Pakistán

Desde 1995, Pakistán ha jugado un doble juego frente a EE. UU., negando categóricamente que estuvieran haciendo lo que realmente estaban haciendo: apoyar a los talibanes con todos los medios a su alcance. En principio los EE. UU. no eran hostiles a los talibanes. En enero de 1997, un diplomático norteamericano en Islamabad opinaba que «probablemente el movimiento talibán se desarrollará como lo hicieron los saudíes. Habrá cosas como Aramco, oleoductos y un emir. No tendrán parlamento y se aplicará rigurosamente la sharía. Todo eso es tolerable para nosotros»23. Esta tolerancia se desvaneció cuando los talibanes acogieron a Bin Laden, que ya era buscado por varios atentados sangrientos contra Estados Unidos.

El día 11 de septiembre de 2001, el general Mahmud Ahmad, director del ISI, estaba en el Capitolio de Washington, intentado convencer a sus anfitriones de que Pakistán estaba realmente esforzándose en convencer a los talibanes para que entregasen a Bin Laden. A cambio exigía que se levantasen todas las sanciones impuestas a Pakistán tras el golpe de estado del general Musharraf. En medio de la reunión se estrelló el primer avión en las Torres gemelas. Al día siguiente, los norteamericanos se mostraron inflexibles con Ahmad y le dejaron claro que se esperaba de Pakistán una total colaboración. Lo que sucedió a continuación fue lo que ya había sucedido los seis años anteriores: Pakistán fingió ceder mientras en realidad mantenía su apoyo a los talibanes24.

Durante los siguientes veinte años, la relación bilateral EE. UU.-Pakistán mantuvo la misma pauta. La invasión de Irak en 2003 convenció a Musharraf que los norteamericanos se marcharían pronto de Afganistán y que por lo tanto los talibanes acabarían regresando al poder. Los EE. UU. se daban perfecta cuenta de que el ISI jugaba a dos bandas, pero el 80% de los suministros occidentales a Afganistán pasaban por Pakistán. Eso les impedía tomar medidas drásticas. Hacia 2010, el 50% de los suministros seguían pasando por el territorio pakistaní. En 2005, Musharraf empezó a decir que Bin Laden estaba muerto, de manera que no hacía falta buscarlo. Como los norteamericanos ya habían dejado de confiar en los pakistaníes, siguieron buscándole hasta localizarle y matarle el 1 de mayo de 201125.

Por otra parte, en algunos casos la doblez pakistaní no era tal, sino la consecuencia de la descoordinación entre el poder militar, los servicios secretos, el gobierno central electo y los gobernadores locales, que en muchos casos perseguían sus propios objetivos. Eso era especialmente cierto en las FATA (Federal Administración Tribal Areas) y otras regiones de población pastún, donde los talibanes siempre se han movido con gran facilidad26. Los pastunes pakistaníes son 28 millones y están muy dispuestos a ayudar a sus hermanos afganos, (otros 15 millones) a seguir al mando en su país. Cuando por presiones enérgicas de EE. UU. o por cualquier otra razón, Pakistán atacaba a los talibanes, se encontraba con dura resistencia y deserciones de soldados e incluso oficiales pastunes. Solo cuando los talibanes empezaron a exterminar a los líderes tradicionales de las FATA para implantar su propia dictadura absoluta, fue posible lanzar una contraofensiva militar enérgica que aplastó a los insurgentes27.

La filtración masiva de Wikileaks incluía 92 000 documentos sobre Pakistán y detallaba lo que sabían los norteamericanos sobre el apoyo pakistaní a los talibanes, pero también la tolerancia pakistaní en el tema de ataques norteamericanos dentro de Pakistán, empleando drones que a veces despegaban desde el mismo Pakistán. Al mismo tiempo, la propaganda pakistaní proclamaba que EE. UU., Israel y la India conspiraban juntos para destruir Pakistán; que financiaban y armaban a los talibanes pakistaníes; que Osama Bin Laden nunca estuvo en Pakistán. Que EE. UU. quiere las armas atómicas pakistaníes. Que todo irá bien cuando EE. UU. se largue de Afganistán…28.

Situación interna pakistaní

Frente al crecimiento de otros países asiáticos como China, la India, Corea del Sur o Taiwán, el desarrollo de Pakistán permanece bloqueado por fuerzas endógenas muy poderosas que se retroalimentan en beneficio propio y prejuicio del país. El sistema electoral pakistaní está degradado y falseado por el clientelismo y el caciquismo. Pequeños jefecillos locales controlan por completo el voto de los lugareños mediante la coacción y el terror, actuando totalmente por encima de la ley29. Menos del 1% de la población paga impuestos. En una población de 200 millones, tan solo 1,8 millones pagan el impuesto sobre la renta. Los terratenientes no pagan nada por sus tierras. Los políticos fuerzan a los bancos a prestar dinero a los terratenientes, políticos y empresarios adictos, pero esos préstamos rara vez se devuelven. Las fuerzas armadas controlan un imperio empresarial de 20 000 millones de dólares con hoteles, seguros, centros comerciales, bancos, tierras, fábricas de pan, cemento, azúcar, textiles. Poseen un tercio de toda la industria pesada del país y además doce millones de acres de cultivos. Nada de esto paga impuestos. En 2009, el presidente Asif Ali Zardari, viudo de la asesinada Benazir Butto, aseguraba que no recibía la ayuda exterior necesaria y se quejaba de que a Musharraf le habían dado muchísimo más. Diversos políticos occidentales le respondieron que no habría dinero exterior mientras la elite pakistaní no empezase a pagar impuestos30.

Las consecuencias son graves. 74 años después de la independencia, el índice de analfabetismo general es del 37% y el analfabetismo femenino es del 48%. El gasto en educación pasó del 2,6% en 1990 al 2,3% en 2018, uno de los más bajos de Asia. Desde 1980, los ingresos públicos de Pakistán no llegan a cubrir los gastos corrientes del estado. La totalidad del presupuesto para el desarrollo se ha financiado con fondos exteriores. Desde 1988 a 2008, Pakistán pidió 11 rescates al FMI. La corrupción es una lacra y la tolerancia al respecto es aterradoramente alta. Es frecuente que los jueces y fiscales se vendan al mejor postor. Cuando el Dr. Khan vendió por dinero los secretos nucleares del país a Corea del Norte e Irán, se le siguió viendo con un héroe al que había que defender de acusaciones occidentales falsas. Luego le volvieron a descubrir vendiendo secretos nucleares a Libia, pero Musharraf le indultó. Entre 2001 y 2010, EE.UU. proporcionó 20.500 millones de dólares a Pakistán, de los cuales 14 400 fueron para las fuerzas armadas. Otras potencias occidentales y organismos financieros entregaron otros 10 000 millones. En 2009, los pakistaníes no podían enseñar fruto alguno de esa ayuda: Ni un solo hospital, ni una sola escuela, ni infraestructuras de ningún tipo31.

Por lo tanto, no debería resultar demasiado sorprendente que, en enero de 1999, un empleado de la compañía de transporte de Hydebarad, que no había cobrado su sueldo en dos años, se fue al club de prensa y se prendió fuego.

«He perdido la paciencia. Mis compañeros y yo llevamos mucho tiempo protestando porque no nos pagan el sueldo. Pero nadie nos hace caso. Mi mujer y mi madre están gravemente enfermas y no tengo dinero para que vayan al médico. Mi familia se muere de hambre y yo estoy harto de peleas. No tengo derecho a vivir. Estoy convencido de que las llamas de mi cuerpo alcanzaran algún día las casas de los ricos»32.

Oportunidades y riesgos

Ya a finales de 1997, Oliver Roy advertía que: «El aparente vencedor, Pakistán, podría pagar caro su éxito. El triunfo de los talibán ha eliminado prácticamente la frontera entre Pakistán y Afganistán. En ambos lados, las tribus pastunes se deslizan hacia el fundamentalismo y cada vez se involucran más en el tráfico de drogas. […] La absorción de facto de Afganistán acentuara las tendencias centrifugas dentro de Pakistán»33.

24 años después, la advertencia del estudioso francés mantiene plena vigencia. Por el momento, Afganistán no le ha proporcionado profundidad estratégica alguna a Pakistán. En realidad, ha sido al revés: Ha sido Pakistán quien ha proporcionado una excelente profundidad estratégica a los talibanes, que ha impedido su completa derrota y aniquilación. Sin embargo, los pakistaníes responderían que eso no importa, porque finalmente ha llegado el momento de cosechar el fruto tan deseado, tras décadas de esfuerzos.

Por desgracia subsisten varios problemas: Para empezar, los talibanes controlan todos los recursos de Afganistán y el comercio internacional que lo atraviesa, de manera que ya no necesitan a los pakistaníes. No es un inconveniente decisivo porque, para conseguir la ansiada profundidad estratégica, Pakistán no necesita anexionarse Afganistán ni convertirlo en un estado vasallo. Le basta con una sólida alianza. Otro problema es que Afganistán sigue sufriendo grandes carencias materiales. Por lo tanto, para que pueda proporcionar una profundidad estratégica realmente efectiva, van a ser necesarias grandes inversiones en infraestructuras y en desarrollo agrícola e industrial, temas que a los talibanes no parecen importarles en absoluto, o incluso se oponen a ellos porque le suenan a la modernidad que pretenden evitar. En cualquier caso, es una tarea que requerirá mucho dinero, del que Pakistán anda escaso, y muchos años.

El dinero puede proceder de los beneficios del comercio con Asia Central a través de un Afganistán pacificado. Sin embargo, ese comercio puede ser más dañino que beneficioso si no se somete a una administración regular y controles aduaneros. La mafia del transporte o Afgan Transit Trade (ATT), ha supuesto una sangría para la economía pakistaní y un daño serio para su industria por la competencia del material importado ilegalmente sin derechos de aduana. Incluso los enormes camiones que emplea la mafia del transporte muchas veces han sido robados en Europa. Además, Pakistán ha de afrontar la competencia de los puertos iraníes, que canalizan un porcentaje creciente del comercio de Asia Central34. Irán, pese a ser una dictadura teocrática anti occidental, es un estado mucho mejor gobernado, organizado y gestionado que Pakistán a casi todos los niveles.

Otro asunto absolutamente esencial para los militares pakistaníes es haber erradicado la influencia de la India en Afganistán, pero es un triunfo imaginario porque la India nunca tuvo allí el grado de influencia que los pakistaníes le atribuían.

Por lo tanto, aunque el régimen talibán logre consolidarse y perdurar, se mantenga amistoso y agradecido hacia sus patrocinadores pakistaníes, no reactive el irredentismo pastún contra Pakistán y no busque conflictos exteriores con Occidente u otras potencias, (hipótesis todas ellas bastante optimistas) los beneficios para Pakistán son en el mejor de los casos, futuribles e hipotéticos: Ni profundidad estratégica ni beneficios comerciales a corto o medio plazo.

Por otra parte, una vez terminado el conflicto afgano, y con una India más pro-occidental que antes, las potencias occidentales podrían decidir que por fin ha llegado el momento de desentenderse de Pakistán también. Como ya hemos visto, antes no podían hacerlo porque dependían de Pakistán para mantener abastecidas a sus fuerzas en Afganistán. Ahora, tras acusar de doble juego a los pakistaníes durante décadas, podrían optar por negarles cualquier clase de ayuda económica. Como Pakistán sufre serios problemas financieros y depende en gran medida de la ayuda exterior, eso les dejaría en pésima situación. En teoría, China podría ser una alternativa, debido a sus desavenencias con la India, lo que debería favorecer una alianza frente al enemigo común. Sin embargo, por el momento el Gobierno de Pekín no se está mostrando generoso en el terreno financiero35.

En cualquier caso, ninguna profundidad estratégica, ninguna ayuda exterior, le resultaran de utilidad a Pakistán si la verdadera amenaza es la degradación de su situación interna. La única manera de conjurar semejante peligro es realizar amplias reformas estructurales lo antes posible, lo que a día de hoy parece improbable.

Como conclusión general, podemos afirmar que la política exterior pakistaní sobre Afganistán ha carecido del necesario grado de realismo porque el estamento militar, incluyendo sus servicios secretos, ha tendido a confundir sus temores, obsesiones y prejuicios con la realidad. Tampoco se ha prestado atención suficiente a los aspectos prácticos, a la logística y las realidades sociopolíticas sobre el terreno. Por eso los medios utilizados no han logrado alcanzar los fines perseguidos, ni hace veinte años ni ahora.

Juanjo Sánchez Arreseigor
Historiador Especialista en el Mundo Islámico Contemporáneo

Referencias

1 LEÓN, Jaime. “El peligroso gran juego de Pakistán en Afganistán”, La Razón. 24 de agosto de 2021. Disponible en: https://www.larazon.es/internacional/20210824/udmn43c6abe5honpyx743akepy.html Video: https://www.youtube.com/watch?v=k_VX1RpM6qQ

2 CASTIEN MAESTRO, Juan Ignacio. La dinámica histórica del moderno Afganistán. Publicado en:
Afganistán, pasado y perspectivas de futuro. El Viejo Topo, 2017. pp. 75-76, 46-48 y 51.

3 BLOOD, Peter R., ed. Afghanistan: A Country Study. CAP 26)

4 RASHID, Ahmed. Los talibán. Ediciones Península, Barcelona, septiembre de 2001. p. 35. CASTIEN MAESTRO. La dinámica histórica del moderno Afganistán. p. 83. SÁNCHEZ DE ROJAS, Emilio. El factor Pakistán-Afganistán. Publicado en: Afganistán, pasado y perspectivas de futuro. El Viejo Topo, 2017. p. 170.

5 RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. Ediciones Península, Barcelona, 2009. p 12.

6 BLOOD, Peter R. ed. Afghanistan: A Country Study. CAP 26).

7 RASHID, Ahmed. Descenso al caos. p. 13

8 RASHID, Ahmed. Los talibán. p. 44.

9 CASTIEN MAESTRO. La dinámica histórica del moderno Afganistán. p. 90-92 y 96. RASHID, Ahmed. Los talibán. p. 52.

10 TARIK, Ali. El choque de los fundamentalismos. Alianza Editorial, Madrid 2002. p. 281.

11 RASHID, Ahmed. Los talibán. pp. 47 y 59 y 60

12 RASHID, Ahmed. Los talibán. pp. 57 y 283

13 RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. p. 18.

14 RASHID, Ahmed. Los talibán. pp. 285 y 287.

15 TARIK, Ali. El choque de los fundamentalismos. p. 281.

16 RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. p. 15

17 RASHID, Ahmed. Pakistán ante el abismo. Ediciones Península, Barcelona 2013. pp. 59, 60 y 55 The military Balance 2018. Routledge. Londres, p. 291.

18 “Nawaz blames Musharraf for Kargil”, The Times of India. 28 de mayo de 2006. Disponible en: https://timesofindia.indiatimes.com/world/pakistan/nawaz-blames-musharraf-for- kargil/articleshow/1581473.cms
RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. p. 53 y 56.

19 RASHID, Ahmed. Pakistán ante el abismo. p. 103.

20 RASHID, Ahmed. Pakistán ante el abismo. p. 188.

21 RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. p. 296.

22 RASHID, Ahmed. Pakistán ante el abismo. p. 185-186 y 369.

23 RASHID, Ahmed. Los talibán. p. 274.

24 RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. pp. 31-36.

25 RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. p. 116, 152/53, XL, 284 y 343.
RASHID, Ahmed. Pakistán ante el abismo. p. 88, 89, 25 y 31.

26 RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. p. 341, 342 y 351.

27 RASHID, Ahmed. Pakistán ante el abismo. p. 197 a 200.

28 RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. pp. 348-349 - RASHID, Ahmed. Los talibanes. p. 217, 238 y 64

29 Akbar Natiq, Ali: Where Democracy Is a Terrifying Business. New York Times, 16 de junio de 2018. https://www.nytimes.com/2018/07/16/opinion/pakistan-elections-villages-military.html

30 RASHID, Ahmed. Pakistán ante el abismo. pp. 61-63 y 195. TARIK, Ali. El choque de los fundamentalismos. p. 258. RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. pp. 503-504

31 RASHID, Ahmed. Pakistán ante el abismo. p. 52 y 232.
TARIK, Ali. El choque de los fundamentalismos. pp. 255 -257, 328. RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. p. 158, 302 y 305.

32 TARIK, Ali. El choque de los fundamentalismos. p. 259.

33 RASHID, Ahmed. Los talibán. p. 287.

34 RASHID, Ahmed. Los talibanes. pp. 290-296.

35 RASHID, Ahmed. Descenso al Caos. p. 250.

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