La autocracia

Pedro Sánchez

Actualmente nos encontramos en plena vorágine de cambiar e incluso, inventar el nombre de o a las cosas, cambiarles de género, ser inclusivos, feministas o todo tipo de mandangas y fruslerías con tal de que nada sea o se parezca a lo que siempre ha sido. Parece, que los que no seguimos esa moda, somos seres extraterrestres o personas más propias de siglos pasados que de ahora.  

La Real Academia de la Lengua española (RAE) se desgañita en lanzar avisos por activa y pasiva sobre este fenómeno, lo atípico y malsonante que es, el mal que produce para nuestro rico lenguaje y sobre los problemas de interpretación o traducción que ello supone, porque realmente, el español es una de las cuatro lenguas más habladas y ricas en el mundo entero. 

A pesar de todo ello, nos empeñamos en reinterpretar o en buscar nuevas denominaciones, adaptaciones y extraños inventos para definir lo que ya existe desde la antigüedad, aquello que está definido claramente, sin ambages ni que de origen a diversas interpretaciones. 

Así, metidos en este embrollo y hurgando en las hemerotecas y redes podemos encontrar infinidad de definiciones, nombres, adjetivos y apelativos y hasta alias que se usan a diario en todos los medios y las mencionadas redes, para referirse a nuestro ínclito presidente, ‘Antonio’ Sánchez, tal y como le llamó públicamente el primer ministro italiano, Mario Draghi en un desliz personal; porque, se ve que en aquellos momentos, estaba mucho más pendiente del trato con Argelia para proporcionar, a través suyo, el gas a Europa, que del verdadero nombre del personaje a quien tenía enfrente y que no le convencía en nada con lo que le había contado sobre su sui géneris forma de cortar la sangría económica por culpa del precio de la energía.

Yo, me suelo resistir, por principios y por no perder el tiempo, a cambiar ni tomar por buenos otros nombres de las cosas, los hechos y los comportamientos ya que basta, simplemente escarbar un poco en la memoria para encontrar o recordar el verdadero término que más se adapta a la cosa o persona en cuestión. 

Hoy me gustaría traer a colación en estas páginas uno, escueto y que, a su vez, también se define de forma, clara, breve y sencilla. Me refiero a la Autocracia, que proviene del griego (autokrateia), que la RAE define como "la forma de gobierno en la cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley".

En definitiva y desarrollando un poco más la escueta definición del concepto, se puede decir, que la autocracia no es más que un sistema o forma de gobernar, en la cual el poder y la toma de decisiones se centran siempre en una sola y exclusiva figura o persona. 

Es más, por plena convicción y regla general, en dicho sistema de gobierno, el mandatario que a diario lo ejerce –sean cuales sean las circunstancias, los hechos y la legislación pertinente– siente plenamente que no tiene la obligación ni el deber de responder de sus acciones ante ningún tipo de control o mecanismo político, legal, moral y social.  

Si alguna vez, se le reprende por ello, lo toma como mucho como una mera recomendación, no cambia de actitud o le lleva a pedir perdón por lo acontecido ni orienta su actuación futura a no volver a repetir el mismo error o abuso.  

El autócrata tiende a ser una persona que todo lo justifica sencillamente, siempre su idea es la más brillante, precisa y necesaria; nunca la responsabilidad es suya; busca rápidamente otros tangibles chivos expiatorios o circunstancias de cualquier tipo como la causa de que sus cálculos, previsiones y certezas se tuerzan cuando es imposible negar la realidad; pero no porque estuvieran mal hechas, sino porque aquellas causas externas que aparecen de forma inopinada y súbita tuercen el plan trazado y adoptado. 

Exige sumisión, seguidismo y acatamiento ciego de sus ideas a todos, propios y extraños y, suele tender a tildar de traidores, ciegos o egoístas políticos a los que no aceptan y apoyan, incluso sin leer, sus preceptos normas o decisiones.  

Amante en grado sumo del auto bombo, la escenificación personal y la exageración en todas sus actuaciones e intervenciones públicas en las que generalmente, cambia de actitud con frecuencia, amenaza, reprende y hasta mete de rondón su última ocurrencia, incluso aunque esta, haya sido fruto de una irreflexiva conclusión, mientras estaba hablando en público. 

Sus acólitos, segundos espadas, asesores y ministros que le acompañan en su fatigoso caminar, a menudo son sorprendidos por la ocurrencia del día o por los cambios de ideario de su jefe. Nuevas ideas o cambios de los que se suelen enterar, incluso, por la misma prensa. 

En síntesis, la autocracia se encuentra definida por el poderío y supremacía de un solo individuo, frente a las leyes, la oposición, el sentir popular e incluso al grupo de "ministros" junto al que gobierna. En dicho sistema o forma de actuación, muy endiosada, el individuo que la ejerce tiene la potestad absoluta de anular viejas o regular nuevas leyes y reglamentos a conveniencia, sin importarle los antecedentes en vigor sobre el tema ni su trascendencia.  

Pero sin duda, lo más triste de todo ello, es que sus seguidores y poyos, como verdaderos autómatas o zombis, atienden sus órdenes con un total y ciego fanatismo, aunque, con relativa frecuencia les suela dejar abandonados con la misma rapidez, que cambia de ideas propias. 

La monarquía absoluta y las dictaduras son las principales formas históricas de autocracia. Pero, no solo se da en ellas; últimamente también aparecen disfrazas de democracias plenas, aunque realmente solo tengan de ellas el camino para alzarse con el poder, a base de criticar encarnizadamente al que lo ejercía anteriormente y prometiendo ser abiertos y claros como el agua de un manantial.  

No sé, si a ustedes, esta forma de gobierno les suena familiar, muy cercana y actual. A mí mucho y espero que esta reflexión sirva para que dejemos de inventarnos nuevos conceptos y en el futuro, a cada cosa y persona se le llame como lo que es o verdaderamente representa.

F. Javier Blasco, coronel (r)     

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