Opinión

La barbarie de Medinaceli

photo_camera Toro

En esta ocasión, mi cursor no apunta sobre el blanco inmaculado del Word para perfilar una disertación sobre la actualidad política o económica de la ribera mediterránea. Aunque sin alejarme mucho, mi retina me puso a tiro la salvajada del Toro de Júbilo de Medinaceli que, al parecer, tiene su origen en el norte de África. Además, en dicha localidad soriana yace el algecireño y gran visir militar Almanzor. 

Valga esta distracción mía para oponerme a aceptar que el simbolismo de una tradición destruya valores humanos maltratando animales en cruentos rituales. 

Los terrícolas, que ya somos 8.000 millones, hemos protagonizado, y en ello proseguimos, barbaries de envergadura a lo largo de la historia de la humanidad. Competimos para acabar con el planeta, nos empecinamos en destruirnos unos a otros y, por si no fuera poco, nos revolvemos, por mera diversión, contra los animales. 

Deberíamos ser más agradecidos con estas criaturas que fueron, y siguen siendo en muchas regiones del mundo, la fuerza motriz para el desarrollo de la humanidad. Han ayudado al hombre en su propia alimentación y en sus tareas agrícolas o industriales, así como en el transporte de personas o de mercancías mucho antes de la aparición de la maquinaria. 

Estos seres vivos están siendo objeto de las más diversas y ocurrentes burlas, torturas y de muertes premeditadas con la connivencia de las autoridades locales, regionales o estatales. Las estadísticas oficiales señalan más de 20.000 festejos populares a lo largo y ancho de la geografía española. Rituales donde se maltratan toros, vacas, cabras, corderos, etc. Pocas especies se salvan de nuestra estupidez infinita

Pese a su regulación, estos festejos acaban en salvajadas en nombre de una supuesta tradición, diversión o ambas a la vez. Es de este modo que la euforia humana hace florecer la bestia dormida en su subconsciente, sin que haya sanciones a los infractores. 

El Toro de Júbilo de Medinaceli es un festejo desgraciado que la propia Consejería de Presidencia de la Junta de Castilla y León declaró "Espectáculo taurino tradicional", de interés turístico regional, el 18 de septiembre de 2002. 

Las imágenes del video del festejo del pasado 12/11/22 siguen atormentando nuestras retinas. Un toro, que ya había salido del cajón ensangrentado y lengua, sospechosamente, caída hacia fuera, terminó con el rostro quemado por las teas. Entrado en pánico, acabaría muerto por una angustia insufrible. Para su mayor desgracia chocaría con el cabestro que salía de los toriles y a quien, los organizadores, achacarían dudosamente el motivo de su fallecimiento. 

El ritual transcurre en presencia de un veterinario cuya función no es otra que la de blanquear la violencia que se ejerce sobre el toro. Este profesional debe saber que el toro, al igual que el resto de los animales, se atormentan con el fuego y es absolutamente inconsciente de la broma que le están gastando los humanos. Es por ello que la tortura se hace inevitable y letal. 

Organizadores y defensores de estos ritos ni se inmutan ante sus impunes crímenes, mientras la humanidad se avergüenza de tenerlos como individuos. Y, para más inri, se quejan por quejarnos de los quejidos mortales de una criatura aterrorizada. La sociedad debe alzar la voz y condenar tanta humillación. 

Si la creencia que está en el origen del festejo de Medinaceli es que los mártires de Salamanca fueron transportados a lomos de un toro, al parecer desde el norte de África, resulta inexplicable que se homenajee a estos hombres de Dios maltratando al animal que ayudó a trasladarlos. ¡Vaya júbilo! Aparte de denunciar la violencia contra el toro, se reprocha igualmente la ingratitud humana, porque es de mal nacido ser desagradecido. 

Pero los festejos populares, en los que se utilizan y se torturan animales, ni empiezan y ni terminan en Medinaceli. Sin ir más lejos, el “Toro de la Vega” en Tordesillas (Valladolid) se celebra, desde tan sólo 2016, como un encierro, es decir, una suelta por calles sin sacrificio, ni lanzas ni arponcillos hirientes como era de costumbre antaño. O el “Salto de la cabra”, en Manganeses de la Polvorosa (Zamora) que, desde 2000, se prohibió lanzar el animal, vivo nada menos que desde lo alto de un campanario. Hoy, en su lugar, se utiliza una cabra de peluche. 

No está de más recordar que este noble animal se ha convertido en uno de los símbolos con los que se identifica España. El toro forma parte de la bandera española de manera extraoficial. Se le debe, sobre todo, respeto y no la humillación. 

Lo utiliza el mando de la Armada para funciones de la OTAN o bien estampado en gorras de los marines americanos destinados en la base naval de Rota (Cádiz). Su presencia es notoria y obligatoria en cualquier evento nacional. Y estoy seguro que ondeará, junto a la bandera, en las gradas de los estadios de fútbol del Qatar 2022 y allá donde juegue la selección española y en cualquier categoría deportiva. 

La historia de Hispania, como la llamaron los romanos, es inmensamente rica por su diversidad. España es ese gran país que rebosa patrimonio histórico y cultural en todas sus dimensiones, material e inmaterial, y desde todos sus rincones, de norte a sur y de este a oeste y de diagonal en diagonal. Además de su belleza geográfica, su larga historia, a través de los siglos y de su acumulada riqueza cultural, tejida por los diferentes pueblos que la habitaron en el pasado, no necesita de estos infames espectáculos para su promoción turística

La sinrazón con la que el ser humano se empeña en actuar en contra del civismo y del sentido común es asombrosa. Desafía el buen gusto, el saber ser y estar para situarse en el salvajismo más primitivo. 

Einstein no solo demostró su genialidad en el campo de la astrofísica, sino también teorizó acertadas máximas respecto a la sociedad y al comportamiento humano al sentenciar que “Hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Y no estoy tan seguro de la primera”.