Opinión

La Corona británica vista desde un ejemplar serial

photo_camera Familia real británica

En la semana más convulsa de los últimos años para la Corona británica, por la obligada retirada del príncipe Andrés de la vida pública tras verse involucrado en el caso Epstein, se ha estrenado en una de las plataformas de streaming de video la tercera temporada de The Crown, la serie que refleja con fidelidad a los hechos y lealtad a los personajes las largas décadas que han transcurrido del reinado de Isabel II. Cualquiera que tenga un mínimo interés por la historia debe acercarse a esta serie que refleja las tensiones políticas y las sensaciones personales de los miembros de la Casa Real, tanto como de los políticos que han sido importantes en esta amplia etapa histórica. Una gozada intelectual para todos los que quieran conocer mejor cómo Isabel ha llevado su mandato. 

Lo primero que choca al espectador en esta tercera parte de la magistral serie británica es el cambio en los actores que interpretan a los personajes centrales. El tiempo ha ido pasando en el seno de la familia Windsor, y la apariencia de todos ellos va cambiando, aunque el razonamiento de los productores no convenza a la mayoría de los adictos a The Crown porque los efectos especiales de maquillaje podrían haber permitido que siguieran los extraordinarios intérpretes de las dos primeras temporadas. Cuesta coger el ritmo de los primeros capítulos por la inevitable comparación que establece entre la gran Claire Foy y Olivia Colman, ambas incorporando a la Isabel II; entre Matt Smith y Tobias Menzies en sus trabajos como Felipe de Edimburgo; entre Vanessa Kirby y Helena Bonham Carter como la princesa Margarita, o entre Victoria Hamilton y Marion Bailey que dan cuerpo a la Reina Madre. Todos ellos son actores y actrices de una larga tradición y sólida formación en las tablas, todos ellos hacen un gran trabajo en los capítulos en los que han trabajado, pero la mente humana es distraída y le cuesta asumir cambios corpóreos como los que Stephen Daldry, Peter Morgan y Suzanne Mackie realizan en esta nueva temporada. Ocurre de forma idéntica cuando nuestro cerebro se acostumbra a la voz de un actor de doblaje empleado siempre en traducir a un actor de Hollywood: si nos cambian al doblador, parecerá un actor distinto. Lo mismo ocurre con este giro del cast que propone The Crown en su vuelta a las pantallas. Aunque es algo a lo que debemos acostumbrarnos porque ocurrirá de nuevo en la quinta y sexta temporadas, y en absoluto empaña el sensacional trabajo de la Colman como centro de todas las intrigas que se relatan capítulo tras capítulo.

La tercera parte se ocupa de un período histórico que cubre los años 1964 a 1977, desde la llegada al poder del primer ministro laborista Harold Wilson, y deja ver a la Dama de Hierro Margaret Thatcher en sus años en el 10 de Downing Street. Las relaciones de la Reina con el jefe de gobierno Wilson son frías, tanto como él mismo, que no es capaz ni siquiera de mantener unido a su gabinete, y que no logra convencer a la monarca de la necesidad de acudir rauda al pueblecito galés de Aberfan, donde se produjo en octubre de 1966 la mayor tragedia minera que se recuerda en las islas. Aquél error de sensibilidad y capacidad de reacción sigue atormentando a la Reina Isabel, sobre la que se nos ofrecen sus silencios y sus soledades en la amplitud del Palacio  mientras más de un centenar de niños, una generación entera del pueblo galés, recibía sepultura junto a la escuela de Primaria de Pantglas, absolutamente invadida por la desesperación de padres y otros familiares. Una lengua de lodo, rocas, carbón y escombros había sepultado la escuela, y los mineros masticaban su negra suerte mientras Isabel II tomaba el té en una de sus vajillas de porcelana. La insistencia de Wilson, y la toma de conciencia por parte de la protagonista, captada en primeros planos íntimos y descarnados, motivó un extemporáneo viaje relámpago de Isabel II a Aberfan, cuando ya sólo quedaban rescoldos de la tragedia. Aquella enseñanza ha marcado su reinado.    

Pero hay otras situaciones que describe con mano maestra la serie y que hoy serían plenamente actuales. El intento de acercamiento a los súbditos británicos a través de los medios de comunicación que realizó, con resultado nefasto, el príncipe consorte. Organizó la filmación de un reportaje documental en el que los Windsor eran mostrados con una impostada familiaridad, posando ante el televisor cada noche o exagerando sus gestos para tratar de ser cercanos a la audiencia. Tanto destrozo hizo el video emitido por la BBC que la Reina lo secuestró y ordenó su reclusión a los cajones de la historia... de los que es rescatado por los guionistas y productores de The Crown, que lo subrayan como uno de los episodios que han forjado el mandato monárquico de estas últimas décadas. Al final, tuvo mucho más tirón la entrevista improvisada a la madre del consorte, refugiada en Buckingham durante el golpe de Estado en Grecia, donde era misionera desde hacía años. Del aprendizaje de aquellos episodios se ha conformado la actual Casa Real británica.