Opinión

La democracia, esa vieja roquera

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Como cada 15 de septiembre conmemoramos el día internacional de la democracia, entendida a lo largo y ancho del globo como el menos malo de los sistemas para organizar comunidades políticas y sociales, basado en pilares como la división de poderes, la celebración periódica de elecciones, las libertades y derechos fundamentales, la alternancia en el poder, la soberanía popular, la economía de mercado y el bienestar colectivo. Sin embargo, la mayor aportación de los helenos a la humanidad parece que está en crisis, o por lo menos en entredicho, en el momento actual, debido a numerosas razones. Esbocemos pues a continuación algunas pinceladas que nos ayuden a entender el canvass del gobierno del pueblo y por qué deberíamos entrar en un debate saneado y sosegado sobre la democracia en nuestros días. Y también arrojar luz sobre por qué carece de sentido en nuestros días hablar de la sempiterna dicotomía entre democracia y dictadura.

En primer lugar, hasta fechas recientes parecía que el mayor legado en términos políticos de la guerra fría era que la democracia de corte liberal ha triunfado para siempre, que es el único camino, que debe ser el sistema político cuasi ideal al que deben aspirar las 200 naciones del mundo. Los postulados de intelectuales con enorme influencia como Fukuyama, Huntington, Garton Ash o Giddens alumbraban un futuro en el que Westminster, Wall Street, McDonalds y la Alianza Atlántica marcarían el camino a seguir, siempre en el marco de una democracia de corte occidental y en el que los países que no jugaran este juego caerían en el saco roto de la historia. Parecía que los países del bloque soviético o de influencia socialista tenían su transición a un régimen democrático en ciernes, y los países en aquel momento llamados No Alineados o los del tercer mundo acabarían llamando a las puertas de Washington y Bruselas. Tres décadas después, la realidad es bien distinta: los países considerados una democracia plena no superan la cuarentena, y solo 2 de cada 10 de los ciudadanos del mundo vivimos en un país con este tipo de sistema político, según todos los indicadores y estándares internacionales.

En segundo lugar, se afirmaba a bombo y platillo que el crecimiento económico está intrínsecamente ligado a una democracia liberal de libre mercado y ciertas dosis de justicia y bienestar social. Segundo gran axioma del período actual que ha quedado en agua de borrajas. Diversas instituciones económicas internacionales y centros de estudio especializados constatan que en el último lustro solo una de las diez economías que más rápidamente crecen es una democracia plena (la India), mientras que actores como Etiopía, Bangladesh, Botswana, Qatar, Macao o Vietnam experimentan el milagro económico que disfrutamos en Europa y Norteamérica después de la IIGM, pero sin ganar el ‘premio a la democracia’ que tanto nos gusta a los europeos. En gran medida, deberíamos preguntarnos ¿es la democracia el único sistema que proporciona crecimiento económico y bienestar individual? ¿debemos hace un corta y pega del legado de la polis griega a todo el mundo, a nuestra imagen y semejanza? Seguramente no.

En tercer y último lugar, recordemos que la democracia es también fruto de su tiempo, y en la última década vivimos un contexto internacional marcado por el declive del sistema multilateral, basado en normas e instituciones internacionales, y por la crisis del orden liberal de los últimos setenta años. Y esta coyuntura va mucho más allá de una dicotomía entre democracias de corte occidental vs autocracias o dictaduras de muy distinto tipo. La sociedad internacional actual es tremendamente líquida, donde no hay amigos o enemigos, sino aliados y rivales en función del tema de la agenda, y en este terreno pantanoso han ganado protagonismo aquellos actores que son difíciles de encuadrar en una u otra categoría: Indonesia, Turquía, las petromonarquías del Golfo Pérsico, Brasil, Marruecos… Son países donde las dictablandas y los populismos campan a sus anchas. Y donde jugar al ajedrez con China y Rusia no es aconsejable. Y precisamente es este el mayor enemigo de la democracia, el no ser considerado el mejor de todos los sistemas posibles. La democracia es una vieja roquera, que adolece del vicio de ser al mismo tiempo muy positiva pero muy antigua. Necesita afinar los instrumentos y componer nuevas canciones, ya que no volverá a actuar en los estadios que solía frecuentar. 

Miguel Ángel Medina. Miembro de la Cátedra de Estudios Mundiales ‘Antoni de Montserrat’ de la Universitat Abat Oliba CEU 

Artículo publicado enThe Diplomat