Opinión

La dimisión de Mario Draghi como primer ministro italiano: razones que explican una muy controvertida decisión

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Justo cuando el Gobierno Draghi, el número 67 de la Historia de la República italiana, se disponía a iniciar su decimoctavo mes de vida, éste se ha encontrado con que su Primer Ministro, el economista y financiero romano Mario Draghi, ha decidido presentar su dimisión a Sergio Mattarella, Presidente de la República. El desencadenante es bien conocido: la negativa del Movimiento Cinco Estrellas a dar su apoyo en ambas cámaras parlamentarias al “Decreto sobre ayudas” del Ejecutivo cuyo fin era ayudar con en torno a 23.000 millones de euros a la población italiana ante el creciente aumento del coste de la vida como consecuencia de la guerra de Ucrania y la crisis energética derivada de esta.

Pero, en realidad, la decisión de Draghi, un hombre conocido por lo mucho que medita cada paso a dar, no ha sido realmente causada por esta falta de apoyo, sino que en realidad la ausencia del Movimiento Cinco Estrellas no es más que el desencadenante final de algo que viene de mucho más atrás de lo que pensamos. Y es que todo esto ya se ha vivido antes: el ejemplo más cercano es el Gobierno Monti (2011-13), que, tras comenzar con un importante nivel de apoyo parlamentario, se encontró, ya en la segunda mitad de 2012, completamente abandonado por las fuerzas políticas y ya se limitó a tan sólo aprobar los Presupuestos Generales del Estado para el año 2013. Se pensaba que con Draghi, conocida su extraordinaria talla nacional e internacional, y con mucho dinero por administrar, todo sería diferente, pero esto se ha encontrado con lo mismo que anteriores Presidentes del Consejo de Ministros independientes: cuando se acercan las elecciones generales, los partidos se olvidan por completo de apoyar al gobierno y sólo piensan en cómo lograr el mayor número de votos posibles.

El Gobierno Draghi comenzó con mucha fuerza cuando recibió el “incarico” del Presidente de la República a comienzos de febrero de 2021. Todos los partidos importantes, con la excepción de los Fratelli d´Italia de la romana Meloni, le dieron su apoyo: Movimiento Cinco Estrellas, Liga, Forza Italia, Partido Democrático e Italia Viva. Llegado el momento de someterse a la confianza de las cámaras, votó a favor del Gobierno Draghi, en ambas cámaras, más de dos tercios, lo nunca visto desde los tiempos de la Democracia Cristiana (DC), formación desaparecida en 1993 y que dominó la vida política transalpina desde la Segunda Guerra Mundial hasta comienzos de los noventa.

Draghi, a su vez, conformó un gobierno muy bien pensado: las carteras decisivas (ocho), para independientes como él; el resto de carteras (quince), para políticos pertenecientes a partidos de la “maggioranza”. Y con Draghi asumiendo desde el primer momento el peso de gobernar el Ejecutivo, con comparecencias semanales en las que la mayor parte de las veces ha aparecido en solitario, dejando estar a otros ministros solo en muy contadas y justificadas ocasiones. Es más, los miembros de su gobierno sólo han comparecido o con Draghi o en el Parlamento: prácticamente no han tenido presencia en los medios de comunicación. Y esto tenía su razón de ser, ya que el valor seguro de aquel gobierno era la persona de Draghi: fue ponerse éste al frente del Ejecutivo y la prima de riesgo bajo de inmediato al tiempo que la Bolsa subía. Porque para los mercados financieros el que todo un expresidente del Banco Central Europeo, con una gestión sobresaliente en los años (2011-19) que estuvo al frente de esta institución, era la mejor garantía de eficacia en la labor a realizar.

Draghi, por otra parte, tenía muy claro qué tipo de reformas llevar a cabo: justicia, fiscalidad, infraestructuras, desigualdad social, educación. Resultaba evidente que llevaba meses trabajando en ello, como si esperara que en cualquier momento se pudiera acudir a él, que fue lo que finalmente hizo el Presidente Mattarella a comienzos de febrero de 2021. Había mucho dinero por medio (solo de partida, los 209.000 millones del llamado “Recovery Fund”), y sólo hacía falta quien supiera administrarlo de la mejor manera posible.

Así, los primeros meses del Gobierno Draghi transcurrieron en la mayor de las placideces posible. El único traspiés fue la escisión dentro del Movimiento Cinco Estrellas, ya que una parte de sus parlamentarios (no excesivamente importante) consideraban un error apoyar a un destacado representante del mundo económico y financiero internacional, y por ello decidieron marcharse al Grupo Mixto. Pero se quedó en lo anecdótico: a Draghi le seguían sobrando los votos para gobernar. Y el tiempo se encargó de demostrar el acierto de su elección: de los 8.9 puntos del Producto Interior Bruto (PIB) perdidos en 2020, Draghi logró recuperar en solo un año nada más y nada menos que en 6.3. Lo que contrastaba con la vecina España, que de los 10.8 perdidos en 2020 solo recuperó 5.1. Ello dio la posibilidad a Draghi de poder tratar de “tú a tú” a las dos principales economías de la eurozona (Alemania y Francia), y de incorporar a su país a la cúpula dirigente de la Unión Europea, algo no visto desde los tiempos en que el socialista Bettino Craxi era Primer Ministro, lo que sucedió entre 1983 y 1987.

Pero todo comenzó a torcerse con motivo de la elección presidencial de finales de enero de este año. El veterano Mattarella había cumplido sus siete años de mandato, quería retirarse y había que encontrar un nuevo Jefe del Estado, algo para lo que Draghi hubiera sido elegido casi con toda seguridad de no haber aceptado ser Primer Ministro un año antes. Y fue con motivo de este acontecimiento cuando Draghi comenzó a darse en cuenta de que los partidos ya se habían olvidado de los principales problemas que acuciaban al país y se metieron de lleno en tacticismos con la mente puesta en las elecciones generales del año siguiente. Salvini intentó hacer de “king-maker” (“factótum de la elección”, por así decir), pero ahí estaba su rival Meloni, compañera de coalición pero al mismo tiempo su principal competidora dentro del centroderecha, para evitar que Salvini lograra sacar adelante a su candidato. Salvini, a su vez, se encargó de que el prestigioso magistrado Nordio, candidato de Meloni, tampoco pudiera ser elegido Presidente de la República. Y al final se optó por la Presidenta del Senado, María Elisabetta Alberti Caselatti, perteneciente a Forza Italia pero con muchas enemistades dentro de su partido (que le veían como persona perteneciente a la facción más derechista de la formación) para que su nombre fuera votado: los 382 votos que logró pusieron de manifiesto que no menos de seis decenas de parlamentarios de su partido habían votado en su contra amparándose en el secreto del voto (los célebres “francotiradores”).

 Mientras, en el centroizquierda, clave para sacar adelante cualquier candidato (como sí sucedió durante décadas entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista Italiano, encarnizados rivales pero que siempre acababan pactando un nombre para la jefatura del Estado), se dedicaba al bloque sistemático de cualquier nombre propuesto por el centroderecha, a pesar de que era a éste, por tener mayor número de votos, a quien correspondía poner el nombre del nuevo inquilino del Palacio de El Quirinal. Y entre medias un Movimiento Cinco Estrellas sin un líder real que tan pronto hablaba con Salvini para buscar un candidato como aparentaba estar del lado del Partido Democrático (PD), formación con la que lleva años pactando candidatos para las diferentes elecciones administrativas. Lo que sucedió es bien sabido: después de seis días de discusiones y ocho votaciones fallidas, las fuerzas parlamentarias se presentaron en El Quirinal para medirle a un Mattarella que ya tenía las maletas hechas para retirarse a su Palermo natal con el objetivo de pedirle que aceptara la reelección. Y el veterano político y jurista siciliano, un estadista de los que ya prácticamente no quedan, no tuvo más remedio que aceptar, convirtiéndose en el segundo Jefe del Estado más votado de la Historia de la República italiana tras Sandro Pertini, elegido allá por 1978.

Fue ahí donde Draghi comenzó a percatarse de que la guerra entre partidos, y dentro de cada partido, había comenzado, pero lo peor estaba por llegar. Y ese cambio de dinámica se inició el 24 de febrero, cuando el Ejército ruso decidió invadir Ucrania. La Unión Europea se puso del lado de los ucranianos, comenzó a enviarle armamento y aprobar paquetes de sanciones contra el gobierno ruso y... Draghi comenzó a percibir que le estaban dejando sólo, cuando en realidad él lo único que hacía era alinearse con una Unión Europea que estaba regando de fondos su economía (aunque cierto es que Draghi en persona encabezó la línea más dura contra la Federación Rusa). ¿Qué sucedió entonces? Que los partidos comenzaron a actuar por su cuenta. El Movimiento Cinco Estrellas comenzó a exigir que había que destinar menos dinero a la guerra y más a paliar los efectos negativos de este conflicto sobre la economía nacional; Salvini, a su vez, decidió poner en marcha su propia diplomacia en busca de una “paz” que él no podía lograr (entre otras cosas porque ni siquiera era miembro del gobierno), realizando viajes a Moscú (el segundo finalmente no realizado) sin haber obtenido el preceptivo “visto bueno” de su Primer Ministro; y el resto de formaciones mostrando tibieza hacia la postura de firmeza del “premier” Draghi.

Algo que comenzó a convertirse en un auténtico conflicto cuando la Unión Europea exigió a todos sus miembros que aumentaran la inversión en gasto militar, porque se estaba acabando el tiempo de vivir de la extraordinaria inversión de Estados Unidos en este capítulo. Para perplejidad de Draghi, el Movimiento Cinco Estrellas se posicionó completamente en contra de este aumento del gasto, cuando la realidad decía que, en el tiempo en que ellos habían controlado la presidencia del Consejo de Ministros (junio de 2018-enero de 2021) era cuando más se había aumento el gasto militar.

Pero la gota que colmaría el vaso fue lo sucedido con la reforma de la Justicia, una de las medidas “estrella” del Gobierno Draghi: en un país célebre por imputar con extraordinaria facilidad a quien sea (los llamados “avvisi di garanzia”) pero que al mismo tiempo es donde más se dilatan los tiempos hasta que llega la condena o absolución definitiva (muchas veces los delitos acaban prescribiendo por el tiempo transcurrido entre la imputación y la sentencia), esta reforma era una de las más importantes. Y Draghi había puesto al frente de ella a su jurista más prestigiosa, Marta Cartabia, primera persona en presidir el Consejo Superior de la Magistratura y protegida del presidente Mattarella, con quien el ahora Jefe del Estado había trabajado codo con codo durante años.

Pues bien, el mismo Parlamento que había aprobado la Ley Cartabia en agosto de 2021 con un abrumador “sí” en la cámara baja, pasó un año después a hacer el vacío a esta misma reforma. Draghi decidió someterla a “referéndum” coincidiendo con las elecciones administrativas que debían celebrarse el 12 de junio, pero se encontró con que tan sólo el 18% de la población decidió participar el mismo: ¡una cifra sencillamente ridícula! Claro que, cuando se supo que solo la Liga había hecho campaña a favor de la misma, se comprendió por qué había sido ignorada de esa manera.

Aquí ahora los que desairaban a Draghi no eran ni Cinco Estrellas (que eso sí, hubiera preferido que fuera la Ley Bonafede la que finalmente se hubiera aprobado, pero para ese momento Bonafede hacía tiempo que había dejado ser el titular de Justicia) ni la Liga, sino el Partido Democrático (PD) y la Italia Viva de Renzi. En el caso del PD, a través de su medio de comunicación más afín (el diario la La Repubblica, el segundo en importancia dentro del país), publicaron el día anterior a la votación un editorial que rezaba así: “Por qué hay que votar no”. Y Renzi, a su vez, inmerso en pleno proceso judicial a cuenta de la institución que había financiado su carrera política (la Fundación “Open”), se manifestó contrario a esta reforma porque no acababa con el problema de las corrientes dentro de la magistratura.

 La Ley Cartabia acabaría saliendo adelante en sede parlamentaria una semana después, pero la realidad es que, por la falta de apoyo de los partidos de la “maggioranza”, el necesario “refrendo” de la población le había dejado muy limitada en cuanto a capacidad de actuación, pudiendo ser derogada en cuanto llegara el siguiente gobierno. Y ello dejaba cada vez más claro que Draghi se había convertido en el Monti de la segunda mitad de 2012: un Primer Ministro independiente al que las fuerzas políticas no le retiraban la confianza pero que le ignoraban y desairaban cada vez más. Seguramente fue aquí cuando Draghi comenzó a sopesar cada vez más el ejecutar su frase dicha al inicio de su mandato: “Gobernaré mientras tengo el apoyo el Parlamento”. Y ese apoyo estaba comenzando a diluirse por semanas.

Fue ahí cuando llegó el desencadenante final: Di Maio y su escisión junto con 60 parlamentarios de Cinco Estrellas, y el enfrentamiento directo entre la cúpula del este partido y el Primer Ministro. Ello llevó a Draghi a dedicar dos semanas para recomponer la “maggioranza” hasta que finalmente Cinco Estrellas le dio por dos veces la espalda. De tener más de 260 votos en el momento de pedir la “fiducia” (confianza) al Senado en febrero de 2021, Draghi había pasado a quedarse con tan solo 179 votos. Inútil seguir intentar gobernando: ¿cuánto tardaría el siguiente partido en importancia (la Liga de Salvini) en abandonarle? Así que el economista y financiero romano no se lo pensó dos veces y fue al Quirinal a presentar su dimisión al Presidente de la República. Dimisión no aceptada por Mattarella, pero que seguramente acabará siéndolo una vez Draghi haya realizado el viaje a Argelia de comienzos de la semana que viene para lograr los importantísimos recursos energéticos, e igualmente una vez haya comparecido en sede parlamentaria para explicar los motivos de su dimisión.

La realidad es que las elecciones generales están muy pero que muy cerca. Que muchos parlamentarios se ven ya en la calle porque las cámaras pasan de sumar 945 “seggi” (escaños) a solo 600. Que los partidos más votados en 2018 (Movimiento Cinco Estrellas y Liga, aunque el PD superó a Salvini por poco en aquella convocatoria) están hundidos en las encuestas y quieren irse a la oposición para intentar “salvar los muebles” lo máximo posible. Y que hay tiempo para convocar elecciones, que se estas se celebren y que se forme un nuevo gobierno que llegue a tiempo de elaborar y aprobar presupuestos para el año 2023, al tiempo que sigue aplicándose el “Recovery Fund”: la victoria del centroderecha será seguramente aplastante, y la única incógnita es quien tendrá lista más votada (si Meloni o si Salvini).

Así que Draghi puede seguir unos meses más (es más, lo haría aunque pasaría a tener un gobierno en funciones), se puede nombrar a otra persona y poco más. La legislatura toca a su fin, y Mattarella lo sabe. De ahí que Draghi no se lo haya pensado dos veces: el Parlamento ya no le apoya y él no tiene la más mínima intención de arrastrarse como Presidente del Consejo de Ministros. Es demasiado su prestigio y trayectoria en todos los sentidos como hacerle pasar por semejante calvario.

Con un sistema de listas cerradas, con ley electoral plenamente vigente (la “Rossatellum bis”) y con el tema del coronavirus suficientemente controlado, no tiene sentido seguir con un gobierno de independientes. Ahora le toca decidir al Presidente Mattarella qué hacer, pero éste, como parlamentario durante décadas y como persona que ha vivido la política desde niño (su padre, Bernardo, ya fue cinco veces ministro con la DC), sabe que, salvo solución inesperada de última hora, lo mejor es ir a elecciones anticipadas. Y que sean otros los que hagan frente a los diferentes problemas que afectan al país: Draghi y Mattarella demasiado han hecho ya. Tienen un sentido de Estado que los demás no tienen. Y lo mejor, en estos casos, es darle la palabra a la ciudadanía, que dictará sentencia sobre lo que ha sucedido en estos meses

¿Comprenden ahora por qué la desafección hacia la política es un hecho cada más importante y preocupante?.

-Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es Profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro Historia de la Italia republicana, 1946-2021 (Sílex Ediciones, 2021).