Opinión

La economía mundial posCOVID

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Próximo ya el fin oficial de la pandemia, empieza a detectarse un interés creciente por sus consecuencias económicas a nivel global. Bienvenida sea esta preocupación tras muchos meses presididos por un debate espurio entre vida y economía. La crisis económica en la que estamos inmersos (causada en buena medida por la lamentable gestión de la pandemia por la mayoría de Gobiernos) presenta unas características diferentes a las clásicas crisis causadas por la depresión de la oferta o la demanda agregada. La paralización de la economía no ha obedecido a las conocidas cuestiones macroeconómicas, sino a una decisión política que ha afectado a una gran mayoría de sectores productivos.

En términos cuantitativos, la contracción económica mundial supera incluso a la producida en la crisis de 2008. El FMI ha llegado a cifrar la caída del PIB mundial en 3 puntos por cada mes de confinamiento. En este sentido, resulta imprescindible agilizar las campañas de vacunación para volver a la normalidad cuanto antes. En el actual escenario, las semanas cuentan.

De cara al futuro, es obvio que las políticas económicas deben diseñarse específicamente para contrarrestar los efectos negativos derivados de la pandemia. A priori, existen elementos favorables con respecto a crisis anteriores. Fundamentalmente, el hecho de que la capacidad productiva no ha desaparecido, ha sido inmovilizada. Ello permitirá unas tasas de crecimiento importantes a corto plazo, pero no hay que olvidar la desaparición de unidades productivas en diversos sectores, que requiere una consideración prioritaria.

Por otro lado, dicho problema puede verse compensado si se adoptan las medidas adecuadas en el impulso de sectores como las nuevas tecnologías, la venta online, etc. Los hábitos de consumo van a verse modificados a corto plazo, aunque a medio largo resulta aventurado pronunciarse sobre la consistencia de dichos cambios.

En cualquier caso, la obligación de los políticos consiste en implementar medidas de política económica que compensen de manera eficaz los puntos débiles del nuevo modelo de producción y consumo. A tal efecto, no deja de ser preocupante la tendencia de diversos gobiernos, ya detectada a implementar políticas denominadas como keynesianas. Y ello por dos motivos: en primer lugar, por la habitual interpretación parcial y errónea del keynesianismo y, en segundo lugar, por su inadecuada adaptación a la crisis actual.

Con respecto al primer punto, hay que recordar que no nos encontramos ante una crisis de demanda, y que el gasto público no ha dejado de aumentar en las últimas.

Décadas. Indudablemente los ingresos ordinarios de los estados serán incapaces de mantener la carrera de gastos, forzando incrementos excesivos del endeudamiento público… En segundo lugar, las recetas keynesianas orientadas al crecimiento exigen que el aumento del gasto vaya acompañado de una reducción impositiva para no eliminar los efectos multiplicadores. Planteamiento que cuesta que entiendan los políticos.

La combinación de una política fiscal expansiva y de estímulos monetarios importantes por parte de los bancos centrales puede ofrecer resultados positivos a corto y medio plazo, pero en el largo resultará inevitable la aparición de presiones inflacionistas muy serias, que exigirán aumentos en los tipos de interés y recortes en la liquidez. Estas medidas coincidirán con niveles de deuda pública elevadísimos, difícilmente reversibles, por lo que el futuro de la economía mundial no invita al optimismo.

La humanidad ha luchado con éxito contra la COVID. ¿Será capaz de hacer lo mismo contra la crisis económica en un marco de visión cortoplacista en un escenario en el que la deuda pública ya está doblando el PIB mundial?

Juan Corona/ Catedrático de Economía Aplicada de la Universitat Abat Oliba CEU. Publicado anteriormente en The Diplomat.