La ensoñación bananera de Trump

Ascent of the Capitolio de Washington

Parecía imposible, pero ha sucedido, Estados Unidos también ha entrado en la lista de países susceptibles de ser víctimas de un intento de golpe de Estado. Como tal cabe calificar cualquier intento de secuestrar la soberanía nacional, que es exactamente lo ocurrido en el Capitolio de Washington este 6 de enero. 

Las hordas que ocuparon primero las escalinatas del inmenso edificio y luego asaltaron los hemiciclos y despachos del Senado y de la Cámara de Representantes no encontraron apenas resistencia; el Capitol Hill era hasta ahora fácilmente accesible, en base precisamente al respeto que se suponía profesa todo el pueblo americano hacia el edificio que simboliza por excelencia la democracia. A buen seguro ya no será igual en adelante.

Desde hoy la perspectiva ha cambiado radicalmente. La insurrección de los miles de manifestantes ‘trumpistas’ era la culminación de los constantes llamamientos a la misma por parte de quién encarna la máxima magistratura del Estado. Imposible para un observador español no evocar, ante tales imágenes, las similitudes de lo acontecido en Washington con actuaciones similares acaecidas en la Venezuela chavista-madurista, la Nicaragua neosomocista de Daniel Ortega, o sin ir mucho más lejos con la Cataluña de Puigdemont o Torra. E incluso con el Madrid de 2012 y 2013 con los intentos de “okupar el Congreso” y la Asamblea de Madrid, espoleados entonces por cabecillas que deslegitimaban las instituciones desde la Puerta del Sol y que hoy se sientan en el Consejo de Ministros. 

En España la intentona de golpe de Estado ha dado origen a una cuando menos curiosa innovación jurídica, la de calificar de “ensoñación” aquel supuesto delirio. Habrá que ver cómo se solventan estos hechos en Estados Unidos, y si aún se permite al instigador de este autogolpe de Estado concluir las ya menos de dos semanas que le quedan de mandato en la Casa Blanca. El mismo día 6 de enero los papeles aparecieron cambiados. El presidente electo, Joe Biden, se dirigió a la nación como el auténtico jefe del Estado, para denunciar el mayor asalto a la democracia que sufría la nación emblema de las libertades en el mundo. Viéndole, también se me vino a la memoria el discurso de Felipe VI el 3 de octubre de 2017, ese por el que ahora se le exige que pida perdón. 

Por el contrario, Trump siguió en su matraca. Su llamamiento a que los manifestantes se replegaran y volvieran a casa lo volvió a aderezar con el mismo mantra que expande desde antes incluso de las elecciones del 3 de noviembre: “Nos robaron las elecciones”. O sea, más que como presidente, ofició como mero jefe de un partido insurreccional. Su afirmación no ha podido respaldarla con prueba alguna, antes bien se han descubierto sus desesperados y amenazantes intentos de subvertir él mismo los resultados para arrebatarle la victoria a su adversario demócrata. 

El asalto a la democracia del trumpismo-chavismo

La innumerable letanía de sus atentados al sistema democrático norteamericano a lo largo de cuatro años, con este epílogo bananero de azuzar el asalto y ocupación del Congreso, deberían bastar para impedirle que no concluyera al frente del país siquiera estas dos semanas que restan hasta el 20 de enero. Hay mecanismos institucionales que lo facilitan, en particular la 25ª enmienda, que prevé su destitución por incapacidad para desempeñar sus funciones. 

Su inmunidad en todo caso terminará un segundo después de que Biden jure como 46º presidente de Estados Unidos. Pero, lo acaecido en el Capitolio no debiera quedar impune, ni siquiera considerarse una ensoñación al modo de los condenados por el “procés” catalán. Con sus actos, Trump ha asestado un golpe brutal al prestigio del único gran país del mundo que nunca había sufrido un golpe de Estado, y ha intentado meter una carga explosiva en los pilares sobre los que se asienta el sólido sistema de la democracia americana. Esos son delitos y su instigador debiera pagar por ello en un país serio. Por otra parte, hay que resaltar que el ‘trumpismo’ ha calado.

Como los extremismos se tocan, tiene muchos rasgos del chavismo, en lo que toca a despreciar los hechos y la verdad y hacer caso omiso de las reglas de una verdadera democracia, amén de poner todo tipo de obstáculos para impedir la alternancia en el poder. Que la mentira pueda aceptarse al cabo como verdad incuestionable, tal y como demuestran las encuestas que contabilizan nada menos que un 80% de votantes de Trump convencidos de que, efectivamente, le han robado las elecciones, es un síntoma inquietante de que la democracia pudiera estar muy malherida. Y si esa ola viene de Estados Unidos anegará sin duda a todo el planeta. 

Tarea más que ingente, pues, la que tienen por delante el tándem Joe Biden – Kamala Harris para reconciliar a un país gravemente fracturado, y por ende reconstruir y extender ese espíritu de convivencia al edificio de las relaciones internacionales. 

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