La estrella de Belén

Space

Confieso que me interesan mucho las noticias que tienen que ver con el cosmos, su origen en el Big Bang, su inmensidad, si es plano o curvo, los quasares, los neutrinos y los agujeros negros, el problema todavía irresuelto de la materia oscura, si se extenderá indefinidamente o acabará contrayéndose nuevamente sobre sí mismo en un Big Crunch... Supongo que en esta curiosidad influye tanto el desconcierto ante su enigmática inmensidad y la fascinación ante la belleza de una noche estrellada, como el deseo que todo humano ha sentido desde el comienzo de los tiempos por tratar de descifrar el misterio de la existencia, de dónde venimos y adónde vamos, aunque ya sepamos que estamos hechos con polvo de estrellas y que algún día volveremos a serlo aunque el nuestro sea polvo enamorado como quería don Francisco de Quevedo.

Viene esto a cuento de esa conjunción astral que hará que se alineen desde nuestro punto de vista dos planetas tan alejados como Júpiter y Saturno, y que esa alienación sea visible a simple vista en el espectacular aumento de luminosidad del conjunto que desde aquí percibiremos como un mismo destello. El fenómeno no se repetía desde 1623, cuando España era el país más poderoso del mundo (aún faltaban 20 años para que los Tercios sufrieran su primera derrota en Rocroi), la unión dinástica con Portugal extendía nuestro Imperio por África, Asia y las islas más exóticas del océano Pacífico, y Felipe III dejaba paso a Felipe IV. Solo algunos espíritus agudos como el ya citado Quevedo veían venir la decadencia inevitable de quien trataba de abarcar más de lo que podía. Es la misma decadencia que describe Joseph Roth en ‘La marcha Radetzki’ referida al Imperio de Francisco José, y la que ahora anuncia Paul Kennedy en ‘The rise and fall of the American Empire’ mientras las estrellas siguen aparentemente imperturbables en sus violentos infiernos internos.

Parece que la misma alineación astral se dio en el año 7 antes de Cristo dando lugar a la bonita leyenda de los Reyes Magos que siguiendo su luz habrían llegado desde Oriente hasta la cueva de Belén, donde nació Jesús de Nazaret, llevándole presentes simbólicos de oro, incienso y mirra adecuados a su divinidad. Que la conjunción planetaria tuviera lugar siete años antes de la fecha comúnmente aceptada plantea el problema recurrente de si estamos midiendo con precisión la fecha real del nacimiento de Jesús, que, según Júpiter, Saturno y los Reyes Magos podría haber nacido siete años antes de lo que la historia le atribuye. En todo caso el fenómeno tardará muchos años en volver a repetirse y para entonces todos calvos. Somos menos que motas de polvo en medio de la inmensidad cósmica y la conjunción astral que inspira estas líneas nos da una excelente excusa para reflexionar sobre ello.

El universo visible tiene un diámetro conocido de 90.000 millones de años-luz y se sigue expandiendo más deprisa de lo que pensábamos. Hasta donde sabemos contiene unos 100.000 millones de galaxias, cada una de las cuales tiene entre 100.000 millones y un billón de estrellas, lo que arroja la cifra inabarcable para nuestra mente de 10 elevado a 24 estrellas (24 ceros detrás del 10). Si solo un 5% de estas estrellas fueran parecidas al sol, eso nos da 500 trillones de soles como el nuestro y si solamente un quinto de ellos tiene un planeta habitable girando en torno, un cálculo muy conservador, habría cien trillones (millones de billones) de planetas teóricamente habitables por estar en una franja donde no hace ni mucho frío ni mucho calor. Si la vida inteligente se desarrollara en un 1% podría haber hasta 10.000 millones de civilizaciones inteligentes en el universo observable, porque tampoco se puede descartar que haya otros universos que desconocemos. Son cifras que se multiplicarían aún más si consideráramos otras formas de vida no basadas en el carbono, aunque nunca lo sabremos porque las distancias son tan enormes que tardaríamos miles de millones de nuestros años en llegar a esos planetas. Parecemos condenados a no saber.

Por eso no tenemos más remedio que olvidar el universo y aplicar esos cálculos a nuestra galaxia. La Vía Láctea tiene unos 100.000 millones de estrellas de las que 20.000 millones se parecen a nuestro sol, y si un 20% tienen planetas habitables tendríamos en la vecindad 4.000 millones de planetas parecidos al nuestro y hasta 100.000 civilizaciones inteligentes... e incluso mucho más desarrolladas si consideramos que muchos de esos planetas son varios miles de millones de años más antiguos que la Tierra, lo que les habría dado tiempo más que sobrado para alumbrar civilizaciones más sofisticadas que la nuestra.

Pero, aunque tiene que haber mucha vida extraterrestre, no somos capaces de encontrarla pese a los esfuerzos que realizan científicos de todo el mundo que la buscan con programas como el SETI. Es lo que se conoce como “la paradoja de Fermi”. Al margen de las distancias siderales que nos separan, otra posibilidad para explicar nuestra aparente soledad es que a la vida le cuesta mucho surgir y desarrollarse, como demuestra el hecho de que tardó 700 millones de años para aparecer sobre la Tierra. Aunque quizás sea mejor que no nos encontremos con esos extraterrestres porque como dijo con sarcasmo Stephen Hawking podrían estar hambrientos...

Jorge Dezcallar, embajador de España

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