La guerra en ciernes del Pacífico

China

A quienes temen que un “accidente” involuntario o fortuito entre Rusia y la OTAN pueda desencadenar la III Guerra Mundial suelo responder que ya estamos metidos en ella. La devastación en curso, evidente en Ucrania, pero también en fase de cocción en muchas otras partes del mundo, y ya muy real en forma de penurias y miserias de todo tipo, es a todas luces consecuencia directa de ese conflicto mundial. Hágase memoria y recuérdese que la anterior conflagración no llegó a considerarse tal guerra planetaria hasta que Japón bombardeó Pearl Harbor y Estados Unidos aceptó el desafío. En definitiva, la guerra sucede y luego se le pone nombre para la historia.  

Podemos estar en un momento parecido con respecto al Pacífico. Europa está en la primera línea del frente con Rusia, de momento con Ucrania suportando el peso de la invasión rusa y la intensa campaña de destrucción total del país emprendida por Vladimir Putin. Pero, al otro extremo de Eurasia se está fraguando el otro frente de este gran conflicto. 

Esta misma semana el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, presenta en Fiji su programa denominado Desarrollo Conjunto de China y de las Islas Naciones del Pacífico. Son ocho países: además del propio archipiélago de Fiji, los de Salomón, Kiribati, Samoa, Tonga, Vanuatu, Papúa Nueva Guinea y Timor Leste. Es una operación diplomática estratégica, puesto que todos ellos mantenían hasta ahora buenas relaciones políticas y económicas con Taiwán, y especialmente también con Australia, a quién consideraban el más inmediato y posible destino de sus sueños de prosperidad.  Es asimismo una respuesta a la pasada gira de Biden, y al programa que éste presentó en Tokio, reforzando su alianza estratégica, militar y económica, con Japón y Corea del Sur, y con una llamada al otro gran coloso de Asia, India.  

Wang Yi aspira a trocar radicalmente ese panorama y atraer hacia su órbita a dichas islas nación del Pacífico mediante sus mejores herramientas diplomáticas: mucho dinero en forma de inversiones, formación y capacitación tecnológica y en especial en seguridad cibernética, además de la promesa de acceso de sus productos comerciales al gigantesco mercado chino. Va de suyo que, a cambio, Pekín pedirá o exigirá la ruptura de sus lazos con Taiwán, un enfriamiento de la dependencia respecto de Australia y, por supuesto, cooperación en la configuración de los mapas marinos de la zona. Esto último es especialmente significativo, toda vez que la poderosa Marina china, ya la más numerosa del orbe, está ocupando decenas de islotes en el Mar Meridional de China y construyendo islas artificiales, sobre algunas de las cuales ya asienta bases militares, y sobre las que se arroga soberanía y exclusividad. 

Taiwán, probable punto en el que salte la chispa

El fortísimo aumento de los presupuestos de China para la modernización y ampliación al espacio de sus Fuerzas Armadas ya provocó el pasado año la creación de la alianza denominada AUKUS (Australia, Reino Unido, Estados Unidos) para contrarrestarlo. Ahora, además, el presidente Joe Biden ha declarado abiertamente que intervendría militarmente si China invadiera Taiwán. 

Cierto es que, como ya viene siendo habitual, el Departamento de Estado, tan pronto como Pekín puso pies en pared, acudió presto a matizar las palabras del presidente, asegurando que Washington no ha cambiado un ápice su política respecto de Taiwán. Una política que en la jerga diplomática se denomina “ambigüedad estratégica”. Esta expresión resume una posición por la que, al tiempo que se reconoce a la República Popular China como “el único gobierno legal de China”, no se reconoce en cambio la declaración de Pekín de que Taiwán forma parte de China. 

Esa ambigüedad estratégica, establecida en 1979, ha caducado. Así lo denuncian analistas como David Rieff, que señala que tampoco Pekín se comprometió entonces ni después con la “expectativa de que el futuro de Taiwán se determinará por medios pacíficos” (Ley de Relaciones de EEUU con Taiwán). Esa caducidad a la que se alude se basa en el cambio brutal experimentado por China, erigida sin discusión en la segunda superpotencia mundial y con clara vocación de ocupar el primer puesto, y con ostensible voluntad de quemar las etapas para conseguirlo. 

Puede que el presidente Xi Jinping sopese más que Vladimir Putin todos los pros y contras de lanzar una invasión contra Taiwán, pero todos los signos apuntan a que, al igual que el presidente ruso, el máximo dirigente chino no cejará en su empeño de reunificar China, y que, a la vista de su comportamiento en Hong Kong, esa acción se realizará de todas maneras, en el momento que Pekín juzgue más propicio para sus intereses, y cueste lo que cueste una vez decidido. 

En ese escenario del Pacífico, más incluso que en Ucrania, se dilucidará –así lo creo- la nueva edición de la Trampa de Tucídides, la que establece que el enfrentamiento es inevitable cuando la potencia dominante es desafiada por una emergente que se cree con fuerza y capacidad bastantes como para derrotarla y ocupar su lugar. 

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