Opinión

La lucha contra el dólar por la hegemonía monetaria global

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El anuncio por parte de Mikheev -máximo responsable del consorcio estatal para la exportación de armamento- de que Rusia y la India han acordado dejar de usar el dólar americano en sus transacciones mutuas, no sólo blinda frente a potenciales sanciones el suministro ruso de misiles S-400 a India,  sino que señala presumiblemente la primera de una serie de escaramuzas en una guerra de divisas por el control de los flujos financieros internacionales, en la que también China, y en menor medida el Banco Central Europeo,  están tomando posiciones y que se antoja inevitable. 

Estos movimientos no pueden coger a nadie por sorpresa, dado que el dólar americano, más que una moneda, es vástago alrededor del cual giran los asuntos comerciales, de seguridad y culturales  de EE. UU a nivel global, hasta el punto de que ha existido una cardinalidad directa entre los liderazgos financiero y militar de Norteamérica a nivel global en los últimos 100 años, pero especialmente desde los tiempos de la presidencia de Richard Nixon. 

A fin de entender esto mejor, y comprender a la vez los incentivos de las potencias emergentes por disrumpir esta hegemonía monetaria, es necesario repasar la cronología que ha llevado al dólar americano tener un papel dominante en la economía mundial, para lo cual es necesario remontarse al sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods que se acordó por los Aliados poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, mediante el cual la mayoría de las economías occidentales y asimiladas fijaban sus tipos de cambio a la cotización del dólar americano, cuyo valor estaba respaldado por su paridad con las reservas de oro norteamericanas, lo que puso fin al Patrón Oro, que había estado vigente desde el siglo XIX, poco más o menos como lo había concebido David Hume en 1752. 

El sistema de Bretton Woods fue una fórmula transitoria para permitir un cierto grado de apertura financiera a nivel mundial, brindando mayor accesibilidad y certidumbre cambiaría al mercado de divisas, dominado por los grandes bancos internacionales.  Sin embargo, al comienzo de los años 70, el sistema demostró sus limitaciones debido a que la expansión económica de a incipiente globalización demandaba más dólares de los que las reservas de oro norteamericanas podían respaldar.  

Ante esta situación, se puso en marcha el Acuerdo Smithsoniano, bajo el paraguas de la OCDE, mediante el cual se creó un sistema en el que podían operar a las divisas flotando libremente dentro de un margen de tolerancia del 2%, tanto por abajo como por arriba.  Dicho de otro modo, tuvo lugar la adopción generalizada del  dinero fiduciario, es decir, respaldado por la fe en la estabilidad y fortaleza de la economía del país del banco emisor. 

Siendo durante décadas, y de lejos,  la única dotada de la profundidad y liquidez que tienen sus mercados de capital, apoyados en la robustez de sus instituciones políticas y su peso económico, el dólar americano se convirtió en la moneda refugio a todos los efectos, lo que derivó en la enorme  capacidad estadounidense para financiarse mediante la colocación de bonos soberanos -o lo que es lo mismo, endeudarse en una moneda cuya emisión y tipo de cambio controla: EE. UU. financia su déficit astronómico gracias a la demanda de dólares por los demás países-, en los que terceros países depositan parte de su inversión exterior y los bancos centrales sus reservas de divisas. Ninguna otra nación dispone de esta capacidad, lo que permite a EE. UU. emplear las sanciones financieras (ej. embargo de activos financieros denominados en dólares) a otros Estados asimétricamente, esto es,  sin que exista la más mínima posibilidad de que el país afectado responda recíprocamente a las medidas punitivas que le infligen. Del mismo modo, Norteamérica dispone de herramientas como la Ley de Control de Activos Extranjeros de la Oficina del Tesoro, con las que impone sanciones a personas físicas y jurídicas que no están bajo la jurisdicción de EE. UU, algo que,  como mínimo pone en tela de juicio cuestiones  de legitimidad, soberanía, y seguridad jurídica. 

Estas sanciones tienen un alcance que va más allá del mero perjuicio directo ocasionado al sancionado, ya que su efecto se extiende indirectamente como consecuencia de  la renuencia  de terceras partes  a hacer negocios con entidades y países sancionados por temor a verse a su vez sancionados u obstaculizados al  tratar con entidades financieras norteamericanas, lo que hace del dólar americano un poderoso instrumento de coerción económica internacional. 

No es de extrañar entonces que los poderes emergentes del nuevo orden en ciernes breguen por mitigar la capacidad norteamericana para usar su músculo monetario como instrumento de política exterior. 

Al fin y al cabo, el dominio del dólar americano su condición de  moneda de reserva es en definitiva  más un síntoma que una causa, por cuanto si los  bancos centrales de terceros países tuvieran menos activos en dólares estadounidenses,  las diferencias en el tipo de cambio o las tasas de interés del dólar estadounidense serían marginales. Así con todo, el porcentaje de reservas nacionales  en dólares americanos y su preponderancia en el comercio de divisas apenas ha mostrado síntomas de desgaste, pese a la aparición del euro y el sustancial crecimiento de China en este siglo, aún a pesar del exorbitante déficit de cuenta corriente y fiscal norteamericano ya citado, por lo que la capacidad coercitiva de la moneda estadounidense sigue intacta. 

Aunque los intentos de las demás potencias económicas por librarse de esta espada de Damocles han dado resultados modestos hasta la fecha (ej. la creación por  Francia, Alemania y el Reino Unido de INSTEX, una alternativa a  SWIFT, el sistema electrónico americano de transacciones bancarias; el lanzamiento por China del mercado de Shanghái de futuros de hidrocarburos, la redenominación en euros de los contratos intergubernamentales de los socios de la Unión Europea, o el arriba mencionado acuerdo de compraventa sin dólares entre Rusia y la India), las realidades del nuevo escenario policéntrico mundial hacen inevitable que el peso relativo de cada uno de los bloques emergentes logre tener autonomía estratégica en el terreno financiero,  por lo que es de esperar un incremento sostenido de los esfuerzos multilaterales por erosionar la hegemonía del dólar americano, y con ella, el monopolio de la coerción no armada.