Opinión

La marcha de Juan Carlos I: un salvavidas inesperado para Pablo Iglesias

photo_camera Juan Carlos I

Cuando la crisis arrecia y la vida de la gente común se torna cada día más difícil, con su cadena de enfermedades, empobrecimiento, paro y hambre que llama a las puertas, el Defensor del Pueblo, Cacique, Caudillo o Gran Visir, no puede dimitir. Sería cobarde y además no está bien visto. Pero si está ahí solo de figurón, entonces sí que por dignidad debe irse. Lo cierto es que Pablo Iglesias, que tiene una silla en el Gobierno por la chiripa de la geometría variable impuesta a Pedro Sánchez para ser presidente en La Moncloa, debería haberlo hecho hace ya semanas.

Las bases de Podemos y un sector vociferante de la opinión pública, se lo pedían a gritos: si el presidente del Ejecutivo te ningunea; si tus propuestas que prometiste en todas las campañas electorales caen en saco roto; si tienes que tragar sapos sonriendo a los estadounidenses a quienes prometiste casi un nuevo Vietnam; si tienes que inclinarte ante el monarca y postrarte arrepentido ante las sotanas cardenalicias de rojo púrpura; si te codeas, por necesidad del cargo claro, con la élite financiera; si aceptas el rescate europeo que nos han impuesto en Bruselas; si admites que tu presidente ofrezca miles de millones de euros a la  patronal para garantizar la solvencia de las empresas; si tienes que hacer todo esto, ministro Iglesias del 2030, entonces es que ha llegado la hora de dimitir. 

Pablo Iglesias y su cuarteto adjunto de miembros gubernamentales tenían muy difícil justificar su férreo agarrón a las poltronas gubernamentales. Cierto que los salarios son muy apetitosos, que hay que pagar el nuevo nivel de vida, los coches, las asistentas familiares, las invitaciones festivas, pero la ética política – algo que al parecer existe todavía – exigía dimitir y salir por la gran puerta. 

Y hete aquí que llega repentinamente la marcha de Juan Carlos I, un salvavidas a tiempo. Las bases y votantes de Podemos miran a otra parte; archivan la dimisión y se enardecen en ataques, más o menos acertados, contra la institución monárquica. El mito de la República resucita como La Libertad guiando al pueblo de Eugène Délacroix. Y Pablo Iglesias se trasmuta en tribuno de las barricadas universitarias. Por esta vez se ha salvado; ya no habrá dimisión. Un plato de lentejas ha sido suficiente.