La mordedura letal de la viuda negra

Cristina Fernández de Kirchner Argentina

Parece casualidad, pero los grandes enemigos judiciales de la actual vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner (CFK), tienen la mala suerte de morir asesinados o víctimas de un cáncer terminal. El último de la lista, Fabián Gutiérrez, había sido exsecretario privado de CFK, al principio cuando como primera dama tenía también despacho en la Casa Rosada y agenda propia independiente de la de su marido, el presidente Néstor Kirchner, y luego con ella misma, ya como presidenta en dos mandatos sucesivos. 

El cadáver de Gutiérrez apareció brutalmente golpeado y con la garganta rajada, obra todo ello presuntamente de cuatro jóvenes, de entre 19 y 23 años, todos ellos detenidos casi de inmediato y autoinculpados, tras un hábil y rápido interrogatorio, del delito de asesinato so pretexto de que querían extorsionar a la víctima. Gutiérrez se había retirado a su lujosa mansión en El Calafate tras la salida de CFK de la Casa Rosada, pero en 2017 fue detenido por blanqueo de capitales. Su confesión ante el juez Claudio Bonadío era tan minuciosa en detalles que el magistrado le otorgó el estatus de testigo protegido. En esa declaración, el exsecretario de CFK describió las decenas de veces que importantes personajes visitaron el Palacio de Gobierno cargados con carteras y mochilas repletas de dinero en efectivo, sobre todo, dólares americanos. También le habría indicado al juez los viajes de fin de semana que tanto la pareja Néstor y Cristina como posteriormente la presidenta viuda realizaban a su propia residencia de El Calafate llevando consigo esas monumentales cantidades de dinero, que presuntamente almacenaban en esa casa, “en cuyo sótano tras una puerta blanca” él habría visto introducir semejante botín. 

Bonadío abrió ese dosier con el nombre de “Cuadernos”, que fue engrosando con las declaraciones de numerosos empresarios inmobiliarios, que reconocieron ante el magistrado haber pagado así la firma de contratos con el Estado para la ejecución de obras públicas o el permiso para levantar todo tipo de edificaciones y equipamientos adyacentes. 

Pero Bonadío se fue de este mundo el pasado 4 de febrero, tras haber sido operado meses antes de un tumor cerebral cuando ya tenía en marcha hasta catorce causas contra la nueva vicepresidenta de Argentina, entronizada junto al presidente Alberto Fernández, vencedor frente a Mauricio Macri en las últimas elecciones. Curiosamente, desde entonces dichas causas judiciales están decayendo como por ensalmo, al igual que también desapareció sin explicación lógica aparente la protección policial de que gozaba el “arrepentido” testigo Fabián Gutiérrez, ausencia de guardaespaldas que habrían facilitado su degüello y consiguiente tránsito hacia el más allá. 

La declaración que iba a ser y el “suicidio” que lo impidió

Bonadío y Gutiérrez son supuestamente víctimas de CFK, a quién en los medios de la oposición denominan la viuda negra, en alusión a la araña Latrodectus mactans, de injusta mala fama, ya que su mordedura no suele ser tan letal como se le atribuye, salvo claro está entre los niños pequeños y ancianos. El caso es que a la viuda negra con despacho en la Casa Rosada también se la relaciona con la muerte del fiscal Alberto Nisman, encontrado en la bañera de su casa, muerto con un tiro en la cabeza, el 18 de enero de 2015. Policía y medios de comunicación muy próximos a Cristina Fernández de Kirchner se apresuraron entonces a calificar de suicidio aquel luctuoso suceso. Muy raro resultaba, sin embargo, que el fiscal se quitara la vida tras anunciar que pocas horas después comparecería en el Congreso para mostrar las pruebas que incriminaban a la presidenta por encubrir a los autores del mayor atentado de la historia en Argentina, el realizado con un camión-bomba contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), el 18 de julio de 1994. La voladura del edificio causó 85 muertos y más de 300 heridos.

Nisman habría conseguido evidencias de que CFK habría concluido un Memorándum de Entendimiento (MoU) con Irán para evitar la demostración en sede judicial de que el atentado habría sido ordenado desde Teherán, y la incriminación de cinco altos funcionarios del régimen iraní. 

Un documental de José Antonio Guardiola, difundido por el programa de TVE “En Portada”, finalista del Festival de Monte Carlo, sería la primera aportación que recopilaría en formato audiovisual la investigación, la destrucción consciente de pruebas y los múltiples indicios de que la muerte de Nisman solo tenía como beneficiarios a CFK y al régimen de los ayatolás. Ahora, una miniserie de Netflix, “Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía”, ahonda con numerosos testimonios en aquellas evidencias. Es especialmente interesante el del actual presidente de la nación, Alberto Fernández. Cuando se le grabó, en 2018, este profesor de Derecho Penal dudó que Nisman se hubiera suicidado. También calificó de “pericia absurda” el peritaje de la Gendarmería, según cuyo informe Nisman habría sido asesinado por dos personas, que lo drogaron con ketamina, lo tiraron en la bañera y lo dispararon en la sien. 

Perdidos en algún pliegue ignoto de la tela de araña, tras la muerte de Nisman también han desaparecido los restos de ADN obtenidos por el FBI de los escombros causados por el camión-bomba. Según la inteligencia norteamericana, esos restos confirmarían que el conductor del vehículo era el chií libanés Ibrahim Hussein Berro, miembro de Hizbulá, el brazo armado de Irán en Líbano. 

La respuesta a todas las incógnitas sigue seguramente en poder de la viuda de Kirchner. A menos, claro, que solo sea una cascada de desgraciadas casualidades.       

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