Opinión

La prueba y el error

photo_camera Conflict between Russia and Ukraine

La metodología de realizar una prueba y confirmar después su invalidez con el resultado del error puede considerarse como científicamente válida. El error puede ser la consecuencia de un caso no previsto o de una hipótesis no contemplada. Pero, en cualquier caso, con tal resultado no se imposibilita el avance de la investigación científica planteada ni se desacredita el método utilizado. Porque la reformulación de una subsiguiente prueba puede solventar el error y habilitar un resultado favorable. En el ámbito de la estrategia, la metodología de la prueba y el error es más cuestionable. Si las posiciones del enemigo no pueden ser reducidas con la ofensiva de un ejército, la reformulación estratégica que conduce a nuevos intentos de avance puede derivar en el debilitamiento del ejército y finalmente en su derrota. En las relaciones internacionales vivimos un periodo en el cual las sucesivas pruebas de fuerza no persiguen un fin científico como es la mera refutación de alguna hipótesis. Su objetivo de la contrastación de una estrategia: la exposición de las capacidades de las potencias y su voluntad de hacerse presentes en el tablero político internacional. 

Rusia ha movilizado tropas en las cercanías de la frontera con Ucrania para evaluar el efecto que tal movilización causa en la seguridad de los aliados atlánticos y en los países afectados. Pero fundamentalmente lo ha hecho para calibrar su capacidad como potencia de traspasar el entorno geopolítico regional y reafirmar su estatus como actor global. En esa constante acción política exterior de reivindicar un rol como gran potencia, la estrategia rusa utiliza la fortaleza de su ejército para trasladar un mensaje polisémico dirigido de manera simultánea a la OTAN, a sus rivales comerciales, a los aliados distantes en otras regiones y a la propia China. 

Solo con un movimiento de piezas, Rusia escenifica en las portadas de los medios de comunicación que está en condiciones y tiene voluntad de influir en la política mundial, aun cuando no tiene ni peso económico, ni tecnología adecuada, ni modelo político alternativo capaz de impactar en el nuevo orden internacional en proceso de reconfiguración. Pero, convencida de que mantener el estatus quo de potencia revisionista, reconocida así por los que fueron sus socios en el G8 antes de su expulsión del organismo como respuesta a la acción armada en Crimea, es una hipótesis validada por la historia, Rusia concibe el cálculo y el error como una estrategia con garantías suficientes para mantener su poder. 

Ucrania, por su parte, mantiene la incertidumbre que la Europa aliada proyecta y promueve. Sin un asidero político y cultural que le ayude a consolidarse como una democracia garante de los derechos, las libertades y la igualdad de sus ciudadanos ante la ley, observa con recelo las identidades poco consistentes que se albergan en algunas sociedades vecinas, polacas, húngaras o eslavas. Una Europa democrática aliada sin firmeza, debilitada en sus valores por los populismos a derecha e izquierda, sin capacidades, ni siquiera con intereses comunes claros, no puede servir de percha para una convivencia fronteriza que alumbre alguna esperanza de estabilidad y progreso. No ya de paz, que para Ucrania es un objetivo que se antoja como improbable, sino de credibilidad que, para los vecinos de Europa en este momento, resulta un concepto incierto.

El riesgo de conflicto armado existe porque la historia reciente lo ha plasmado en los enfrentamientos en las provincias orientales ucranianas. Aunque no es probable porque las consecuencias para Rusia no han sido beneficiosas, sino sencillamente recurrentes y decepcionantes. Cuanta más fuerza militar se aplica, menor es la credibilidad rusa a nivel internacional y cuanto menor es su credibilidad, disminuye su influencia política global y su notoriedad, mientras crece la influencia china.

La constancia en el error no parece debilitar la voluntad de Vladimir Putin, quizá porque su política exterior no ha concebido otra estrategia. Y quizá también porque la historia estratégica rusa es contumaz en la favorable evaluación geopolítica del espacio y del tiempo. Pero el espacio y el tiempo del siglo XXI son distintos a los de siglos pasados. Cuando China permanecía cerrada al exterior. Cuando Europa permanecía abierta al exterior. O cuando Estados Unidos y Rusia eran los líderes del mundo.

José María Peredo, catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea/THE DIPLOMAT