Opinión

La rebelión contra la nada

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Pocas causas hay tan incomprensibles, infundadas e incoherentes como el movimiento antivacunas que ha florecido en todo el mundo, con más fuerzas en algunos países que en otros. La estulticia y la incoherencia propias de la alianza antivacunas han sido expuestas con toda crudeza durante el asunto Djokovic en Australia.

Tras la negativa del número 1 del ranking ATP a declarar si estaba vacunado de Covid19, las autoridades fronterizas en Australia lo detuvieron durante cuatro días. Tras ser puesto en libertad por un juez, el ministro de Inmigración australiano decidió utilizar su prerrogativa para revocar la decisión judicial y deportar al tenista serbio el 14 de enero.

El movimiento contrario a la vacunación ha erigido a Djokovic como un emblema de la libertad. En muchos ambientes, su detención y posterior interrogación ha sido categorizada como una enorme injusticia, una flagrante violación de sus derechos humanos, un atentado contra su capacidad de cruzar las fronteras de un país. En definitiva, los defensores de Nole, comprando el discurso antivacunas, señalan lo que consideran un claro ejemplo de extralimitación de las autoridades del Estado, resultando en una vulneración de la libertad individual.

Aquí radica el gran problema para el movimiento pro-Djokovic y los antivacunas en general: con el pretexto de controlar un virus, los países democráticos están virando hacia un autoritarismo en el que los no-vacunados se levarán la peor parte, siendo discriminados por los poderes públicos y por la sociedad, privados de volver a la tan cacareada nueva normalidad. Esta nueva normalidad será en realidad la de un mundo mucho más autoritario, con medidas draconianas y arbitrarias para aquellos pobres ciudadanos que no se ajusten a lo dictado desde las autoridades. Así, el caso Djokovic es un síntoma de lo que está por llegar. Si al número 1 de la ATP lo someten a tales vejaciones, ¿qué pasará con el resto de no-vacunados?

El perfil ideológico de quienes han apoyado a Djokovic y criticado a las autoridades australianos está bastante marcado. En España, han sido sobre todo prominentes cargos de Vox los que han defendido al tenista, tratándolo como “un símbolo de la lucha por la Libertad real en todo el planeta” según Isidoro Sevilla, responsable de Comunicación Interna del partido. “A Djokovic le debemos mucho” por haber sacado a relucir las vergüenzas de “la irracionalidad y perversidad de la política de control social”, twitteaba Hermann Tertsch, eurodiputado de la formación nacional-conservadora. Allende las fronteras españolas, la línea política de los defensores de Nole es similar a la de Vox – cuyos votantes, no olvidemos, son los más reticentes a vacunarse contra la Covid19.

El relato antivacunas es bastante sencillo; la coyuntura que plantea, simple: los gobiernos se están arrogando un poder que no deberían tener a expensas de la esfera individual de los ciudadanos; debemos estar más alertas que nunca, especialmente las personas más escépticas con la vacunación, que serán señalados por el creciente Leviatán estatal. A pesar de la sencillez de este mensaje, sus incoherencias y absurdidad salen a la luz cuando uno trata de conceptualizarlo. Asimismo, la base intelectual de este movimiento brilla por su ausencia: sus postulados no están basados en ningún fundamento lógico o ideológico digno de mención. Tampoco está claro qué reclama realmente, o contra qué se dirige. Y, por supuesto, se trata de un movimiento que rehúsa apoyarse en la evidencia empírica y científica. Vayamos por partes.

La incongruencia del discurso en favor del tenista serbio queda muy clara cuando los mismos que defienden la libertad de movimiento para los no-vacunados adoptan un discurso radicalmente opuesto respecto a las fronteras de la Unión Europea y la inmigración. Qué curioso que los líderes políticos más favorables a Djokovic tengan un perfil marcadamente antinmigración (tanto legal como ilegal), especialmente respecto a los migrantes de países en desarrollo. ¿Cuándo es justificable que un estado defienda la seguridad de sus ciudadanos y cierre sus fronteras a quienes considera una amenaza? ¿Por qué Djokovic es víctima de un atropello, pero los millones de refugiados rechazados por una inmutable Europa no lo son?

La incoherencia que subyace aquí es todavía más evidente cuando se tiene en cuenta que el tenista serbio tuvo la opción de vacunarse; los solicitantes de asilo rara vez tienen otra elección al margen de arriesgar su vida por un futuro mejor. En el caso de Australia, la dureza con la que trata a sus inmigrantes provenientes de países en desarrollo es bien conocida. Los abusos y maltratos sufridos por miles de solicitantes de asilo en el centro de internamiento en la isla de Nauru a lo largo de las últimas dos décadas han sido denunciadas por expertos, la ONU y ONGs como Amnistía Internacional. Pero no veremos escandalizarse por esto a aquellos que se rasgaron las vestiduras por el asunto Djokovic.

Es destacable que un movimiento que pretende defender a los ciudadanos vulnerables ante la arbitrariedad estatal acabe defendiendo el privilegio de un deportista de élite, quien simplemente tiene que cumplir los mismos requisitos de entrada a Australia que cualquier hijo de vecino. También sorprende que consideren la solicitud de un estado de vacunación como algo tan horrible para la libertad, pero que no hagan aspavientos con otras políticas antiliberales extendidas entre estados democráticos, como la restricción del derecho a la manifestación en España o el Reino Unido, o el exagerado escrutinio a las minorías musulmanas en Francia o Austria, por mencionar unos pocos ejemplos en Europa durante el último decenio.

En definitiva, la defensa acérrima de la libertad individual que pretenden enarbolar los defensores de Nole no es más que un liberalismo de quita y pon.

Los apologetas de Djokovic afirman que ningún tipo de medidas restrictivas es necesario para los no vacunados si, como el tenista, no estén infectados. Sin embargo, de la misma forma que países tropicales exigen la vacuna de la fiebre amarilla o de la malaria, lo que exige Australia es que quienes entren en su territorio reduzcan al máximo su posibilidad de contagiar a quienes les rodean. Y las vacunas son, de momento, la única forma que tenemos de reducir esta posibilidad. Por mucho que para los escépticos las vacunas no sean garantía de nada, la ciencia ha demostrado durante el último año que la mejor forma de protegerse de la Covid19 y volver a la ansiada nueva normalidad es la vacunación masiva.

Y del mismo modo que casi todos estamos vacunados (o lo estaremos) de Hepatitis B, de sarampión o de la gripe, nos hemos puesto la vacuna de la Covid19. Qué curioso que las mismas voces que lamentan la docilidad de la ciudadanía respecto a la vacuna del coronavirus no hagan lo mismo con otras vacunas que presumiblemente se han puesto sin rechistar. La ausencia de fundamentos científicos se une a la falta de base intelectual de esta alianza entre antivacunas y defensores de Djokovic.

Ello está relacionado con otra gran lacra de este movimiento: su dirección. ¿A qué, o quién, se dirige? ¿Contra qué va? En su raíz, una rebelión debe ir contra algo, pero la causa antivacunas no ha encontrado a su némesis. No es una oposición a un Estado amenazante, ya que no se opone, que se sepa, a otras medidas restrictivas en las fronteras de los países, desde visados a controles aleatorios, o a políticas mucho más dañinas para los derechos humanos que pedir un certificado de vacunación, como aquellas mencionadas antes en varios países europeos.

No es tampoco una rebelión contra la imposición del bien común ante el individuo. Al fin y al cabo, cuando la decisión (legítima) de un individuo de no vacunarse pone en riesgo la salud pública, es lógico que haya cortafuegos. Reconocer el derecho a la vida privada y a las decisiones sobre el propio cuerpo no implica negar el espacio común de convivencia, especialmente en cuanto a la salud se refiere.

En suma, se reduce a una defensa ilógica y ficticia del poder del individuo, un alegato nostálgico de un individualismo mal entendido que no hace distinciones entre lo privado y lo público, y que sólo se defiende cuando interesa. Es, en definitiva, una rebeldía vacua, contra todo y nada a la vez, respondiendo quizás al impulso infantil de destacar sobre la multitud, de ser rebelde sólo por el hecho de serlo.

Evidentemente, es necesaria una discusión razonable sobre el pasaporte Covid19 y la idoneidad de las medidas dedicadas a frenar la pandemia, lejos de estridencias y simplificaciones. El que escribe estas líneas ni siquiera está de acuerdo con la política australiana y de otros estados de exigir a sus visitantes la vacuna de la Covid19.

Al final, el quid de la cuestión radica en la principal incongruencia de los defensores de esta “libertad” mal entendida: el libertarismo tiene como concepto fundamental no sólo la defensa los derechos individuales, sino también la responsabilidad personal de aceptar las consecuencias de las decisiones. Y, en el caso de las vacunas contra la Covid19, la decisión de no vacunarse no implica sólo una libertad de elección, sino también la consciencia que se deriva de ella. Novak Djokovic es un adulto funcional que entiende las consecuencias de no vacunarse. Es hora de que él y sus defensores se comporten como tal.