La reelección de Mattarella o el fracaso de una clase política en sus horas más bajas

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Ya es una realidad: Sergio Mattarella, Presidente de la República desde el 3 de febrero de 2015, asume un segundo mandato presidencial, a pesar de haber cumplido hace unos meses ochenta años de edad y de haber dicho por activa y por pasiva que no se encontraba “disponible” para una posible reelección. Pero no ha tenido más remedio que hacerlo ante una clase política que, durante casi una semana, ha dado toda una lección de puerilidad y de completa ausencia de sentido de Estado.

Durante seis días y hasta siete votaciones (a la octava ha ido la definitiva, superando Mattarella en casi cien votos lo logrado en 2015), los principales grupos parlamentarios no han hecho más que bloquear cualquier posible candidatura. Y candidatos había, pero, con el “no” permanente en la boca de unos y otros, no ha sido posible llegar a una “intessa”. Finalmente, el Primer Ministro Mario Draghi, que nunca tuvo posibilidades reales de suceder a Mattarella porque ponía en riesgo la gobernabilidad del país y abría la puerta a unas elecciones anticipadas que prácticamente nadie quería, intermedió para convencer a Mattarella de que aceptara ser reelegido.

Ahora la cuestión es saber qué hará Mattarella: la Constitución dice que el mandato es por siete años y el veterano político y jurista siciliano es un riguroso cumplidor de la Constitución, pero dentro de año y medio tendrá precisamente en la persona de Draghi un posible sucesor. Y es que, aunque no es la primera vez que un presidente saliente se ve obligado a aceptar un segundo mandato (ya lo tuvo que hacer Napolitano en 2013), se da la circunstancia de que Mattarella asume este segundo septenio en el Quirinal con ocho años menos de edad que Napolitano, con lo que habrá que ver si decide dimitir anticipadamente para dar paso a Draghi o se mantiene al frente de la jefatura del Estado. Porque lo que es seguro es que sólo su decisión personal de abandonar o un problema de salud le pueden hacer acortar este segundo mandato: a partir de ahí, nadie puede impedir que siga ahí hasta febrero de 2029, momento en que expiraría este segundo mandato.

Ha habido dos factores clave para entender por qué se ha llegado a esta situación, más allá de la extraordinaria popularidad y la brillantez con la que Mattarella había ejercido como Presidente de la República en los últimos siete años.

El primero es el hecho de que, a diferencia de ocasiones anteriores, no había quien pudiera llevar el peso de la elección, que normalmente corresponde al Presidente del Consejo de Ministros. Porque se daba la circunstancia de que Draghi, que es quien se encuentra desde hace año al frente del gobierno, es un independiente, con lo que no lidera ningún partido: no es el jefe de filas de ninguna formación. En el caso de los anteriores “premiers” independientes, ninguno hubo de sufrir esta situación: Ciampi (1993-94) y Dini (1995-96) tenían a Scalfaro como Presidente electo desde 1992, y Monti (2011-13), quien era Primer Ministro cuando el mandato de Napolitano expiró, se encontraba en un segundo plano al haberse celebrado justo antes elecciones generales y haber vencido Pierluigi Bersani, por entonces líder del Partido Democrático (PD).

El segundo factor requiere remontarse a septiembre de 2020. Recordemos que en la tercera semana de aquel mes se celebró, al tiempo que elecciones para designar al gobernador de hasta siete regiones diferentes, un “referéndum”, impulsado por el Movimiento Cinco Estrellas, por el que se “tagliaba” (“reducía”) el Parlamento en un tercio: la cámara baja pasaba, a partir de la siguiente legislatura, a tener 400 miembros en lugar de los 630 actuales, mientras la alta se quedaba en 200 tras haber tenido hasta 315 senadores.

En dicho ”referéndum” el “sí” a la reducción del número de parlamentarios ganó de manera aplastante (lo apoyó casi el 70% de los votantes) y desde ese momento los 945 integrantes del actual Parlamento han sabido que uno de cada dos no iba a poder revalidar escaño y que seguramente tendrá que acabar abandonando la política cuando finalice la actual legislatura. Ello ha tenido dos consecuencias fundamentales: alargar deliberadamente dicha legislatura hasta el final (asegurándose un año y medio más para seguir cobrando el fabuloso sueldo que cobra cada parlamentario, que es en torno a diez veces más de lo que gana el trabajador medio) y, por otra parte, proliferar como nunca los llamados “francotiradores”, es decir, los parlamentarios que votan en contra de la decisión de sus respectivos líderes amparándose en el secreto del voto. Si en 2013 fue Bersani quien hubo de sufrir el pernicioso hacer de hasta 104 “francotiradores”, ahora, nueve años después, ha sido la Presidenta del Senado (María Elisabetta Alberti Casellati) quien ha visto como seis decenas de sus compañeros de filas votaban en contra suya.

En realidad, desde que se iniciaron las votaciones se pudo percibir que los diferentes líderes no sabían realmente con cuántos votos contaban realmente, de ahí que, en lugar de someter candidatos a votación, los echaran directamente abajo en burdas negociaciones entre partidos que no eran más que puro postureo de cara a la galería, haciendo creer que estaban buscando un pacto que nunca intentaron. Y es que todos ellos tenían un problema común: las encuestas de intención de voto, sondeo tras sondeo, decían que la mayor parte de los partidos vería reducido muy sustancialmente el número de miembros con el que cuenta en este momento. Matteo Salvini, por ejemplo, sabe que en este momento ni siquiera podría lograr escaño para sus actuales 210 parlamentarios, porque con 600 “seggi” en juego y un 18% de intención de voto que tiene en este momento, se quedaría muy por debajo de lo que tiene ahora a sus órdenes.

A su vez, el principal partido del centroizquierda, que no es otro que el Partido Democrático (PD), mejoraría en este momento lo obtenido en 2018, pero también sufriría una importante sangría de parlamentarios. Y qué decir de la Italia Viva de Renzi, que, encuestas en mano, es directamente un partido a punto de convertirse en extraparlamentario, y que solo podrá encontrar acomodo a los suyos integrándose en una coalición de centro y europeísta de la que aún ni se sabe quiénes piensan formar parte. En realidad, la única que no temía elecciones anticipadas era la romana Meloni, cuyos Hermanos de Italia, salvo bajón imprevisto, tienen asegurado un crecimiento muy significativo de su grupo parlamentario en las siguientes elecciones generales.

En todo caso, las culpas del bochorno vivido, y que explica la cada vez mayor desafección de la población en relación a la política, no pueden repartirse por igual. Porque la realidad decía que, no habiendo mayoría ni cualificada ni simple ni por parte del centroderecha ni del centroizquierda, los primeros, con sus 460 delegados, partían con mucha superioridad respecto al centroizquierda, que apenas llegaba a los 350. Ello explica que Matteo Salvini, como “hombre fuerte” del centroderecha, tratará de liderar las votaciones (lo que se conoce como “kingmaker”) pero de nada servía porque necesitaba del apoyo como mínimo del PD y de Italia Viva para intentar algo y estos solo tenían el “no” por respuesta. La lista de presidenciables (Cartabia, Casellati o el mismo Draghi) no servía de nada: cada vez se veía más claro que la mayoría buscaba que Mattarella siguiera donde estaba.

Se han salido con la suya y el veterano demócratacristiano siciliano tendrá que seguir en el Quirinal como mínimo un año más, y a saber cuántos más. Ahora todos se felicitan por lo logrado, cuando en realidad han llevado a cabo uno de los espectáculos más impresentables que se recuerdan. Es lo que tiene tener tanto político de profesión metido en la vida parlamentaria: no tienen la más mínima visión de futuro ni sentido de Estado; no saben construir sino solo destruir; y lo peor es que con ello hay que vivir. Y es que, mientras el talento no quiera volver a la política, esto es lo que toca: “politicastros” que obligan a un anciano a mantenerse donde está a pesar de que tenía todo el derecho a jubilarse. Esperemos que Mattarella pueda “desquitarse” en el discurso de toma de posesión: ese día le dirá las verdades que hoy han ocultado unos políticos demasiado bien pagados para tanta inutilidad e incapacidad. ¿No recuerda, y mucho, a lo que se vive hoy en día en nuestro país? Ciertamente, sí. Y lo peor es no tiene visos de cambiar.

-Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es Profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro Historia de la Italia republicana, 1946-2021 (Sílex Ediciones, 2021).
 

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