La respuesta del islam a problemas del mundo contemporáneo (15)

comunidad ahmadia

En la entrega 14 mencionamos las características de la sociedad materialista y la ausencia de responsabilidad frente a una posible Vida Futura.

Estudiemos ahora los rasgos de las sociedades descreídas con mayor proximidad. Ocurre que el ateísmo y la no-creencia en la vida venidera permanecen de forma vaga e indetectable en un estado semi-inconsciente. En las creencias, de forma aparente, se continúa suscribiendo la existencia de Dios y la creencia en el Más Allá, pero en todos los aspectos prácticos no parece que sea cierto. En ocasiones supone una crisis el hecho de hacer conscientes estas realidades ocultas. A veces, generaciones enteras viven sin darse cuenta de la inconstancia y fragilidad de sus ideas. Cuando una era se agota dando lugar a una nueva era que emerge gradualmente, la sociedad tiende, en conjunto, a reexaminar sus creencias heredadas. Es en esos momentos, cuando el ateísmo y la no-creencia en la vida venidera, que habían permanecido sin detectar y sin ser criticados, comienzan a salir a la superficie. En una sociedad entregada a la persecución del placer desenfrenado e indiscriminado, el rechazo consciente de Dios y de la vida venidera acelera rápidamente el proceso de degradación moral y deterioro de valores fundamentales.

La dirección de la civilización, al margen de qué región del mundo o qué época de la historia humana se trate, va siempre de lo más grosero a lo más refinado. Las necesidades psicológicas humanas básicas, que actúan como fuerza motivadora subyacente en la conducta humana, permanecen inalterables. Lo que cambia es la respuesta a tales variaciones. Por ejemplo, se puede saciar el hambre comiendo carne o verduras. La calidad y la frescura de la carne y de la verdura son variables. Estas, a su vez, pueden ingerirse crudas o sazonadas y cocinadas de distinta manera según el gusto.

A medida que la sociedad se desarrolla, las respuestas a las necesidades fundamentales evolucionan y se hacen más refinadas y más sofisticadas. Tal proceso continúa permanentemente, si bien el ritmo es fijado en gran medida por los factores políticos y económicos de la gente. La vanguardia de la sociedad, no obstante, siempre avanza; a veces más deprisa y a veces más despacio.

Cuando una civilización madura, el exceso de sofisticación junto con otros fenómenos perjudiciales hace que se invierta la marcha de esta tendencia progresiva. En las sociedades decadentes la dirección se invierte, de lo refinado a lo grosero.

Cuando las sociedades degeneran y les acompaña un exceso de sofisticación, comienzan a retroceder y volver a la misma respuesta animal ante sus necesidades. Ello puede no ser visible en toda actividad social y cultural, pero se manifiesta casi siempre de forma destacada en las relaciones humanas y en el estilo frente a la consecución del placer. Un somero estudio del hombre en sus respuestas ante el sexo ilustra el caso en cuestión.

Alrededor del instinto básico de reproducción a través de la regeneración sexual, el placer se halla asociado, por naturaleza, en todo el reino animal. Lo que encontramos diferente en la sociedad humana es un apartamiento gradual de la mera satisfacción de estos deseos brutos hacia una actitud gradualmente más refinada ante la satisfacción de las necesidades animales.

La naturaleza nunca deseó que el sexo fuese el objetivo último. El último objetivo ha sido siempre la reproducción y propagación de las especies. El sexo ocupaba un lugar secundario. Cuando las sociedades se vuelven decadentes, este papel queda prácticamente invertido.

El desarrollo gradual de la institución del matrimonio, los ritos asociados con esta institución y los tabúes existentes respecto a la interrelación entre los sexos masculino y femenino, podrían ser considerados por un sociólogo como un fenómeno resultante del crecimiento natural de la sociedad, sin relación con la religión. Sin embargo, tanto si el crecimiento es dirigido desde una instancia superior o si es un fenómeno aleatorio que se dirige hacia adelante por sí mismo, no se puede negar el hecho de que, de forma gradual, las respuestas para satisfacer esta necesidad fundamental se han hecho cada vez más complejas y elaboradas.

La creciente promiscuidad en las relaciones entre hombres y mujeres es, pues, sintomática de la misma enfermedad. No se trata sólo de una actitud permisiva y liberal respecto a la relación sexual sino que, ciertamente, se trata de algo mucho más importante que acompaña a esta tendencia, que pretende cambiar el entorno de esta esfera fundamental de interés y actividad humanos. El debate sobre la legitimidad o ilicitud de tal relación se mira despectivamente como algo perteneciente al pasado. Desde luego que existen diversos grupos de mentalidad religiosa estrecha que no cesan de hablar del tema, pero es fácil darse cuenta de estas gentes de mentalidad desfasada y fanática son una minoría carente de significado.

Es mucho más “moderno” en Occidente considerar que el sexo es una necesidad natural que debe encontrar respuesta sin ninguna inhibición. La desnudez, el exhibicionismo, el lucimiento, la desvergüenza en la discusión y la confesión se consideran simples expresión pública de la verdad.

Nadie se toma la molestia de hacer extensivo el mismo argumento a otros deseos humanos naturales. ¿No se trata de un deseo animal natural, común a los humanos también, el querer poseer todo lo que a uno le plazca? ¿No es acaso un deseo natural animal sentirse airado y violento y dar rienda suelta a estas emociones en términos salvajes? Un perro débil también se ve embargado por los mismos impulsos que el perro fuerte, pero mientras que el fuerte llegaría a morder, el débil al menos podría ladrar.

¿Qué son, si no, los demás tabúes sociales -los códigos de conducta civil, el concepto de decencia etc.- que interfieren continuamente con la expresión libre de los impulsos naturales? ¿Por qué ha de ser el sexo acaso la única fuerza motivadora a la que se debe otorgar licencia libre para expresarse sin considerar la tradición, las normas, la decencia, propiedad y pertenencia?

Lo que se observa hoy día es un fenómeno que ha de ser discernido y analizado con cuidado. Lo que llamamos permisividad en la relación sexual se expresa como una tendencia creciente a hurtar y a robar en otras áreas de la actividad humana, así como a lastimar y herir a los demás. La persecución desinhibida del placer, que pervierte el gusto, nace de las mismas tendencias decadentes que están acabando con los edificios más nobles de la civilización y causando el retorno a modos de vida correspondientes a tiempos anteriores.

(Continuaremos en la siguiente entrega, la número 16).

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