La tercera gran guerra ya está anunciada

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La euforia presidió el ambiente del esperado XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCH), el “cónclave” quinquenal en el que se fijan las bases de su inminente futuro. El secretismo con que se celebran esos acontecimientos en todas partes y especialmente en Pekín no permite conocer los debates y probablemente reyertas que se han producido en el transcurso de las sesiones, pero la imagen general de lo que ha pasado es optimista. China reafirma su condición de primera superpotencia, su deseo de progresar en el socialismo y en la modernidad y, lo más preocupante, su intención de consumar la reintegración territorial con la recuperación de la isla de Taiwán recurriendo a fuerza armada si es necesario.

La reelección de Xi Jinping por tercera vez, saltándose el máximo establecido de dos periodos, es lo mismo que abrir el camino para perpetuarle en el poder, demuestra que no habrá cambios sustanciales en la política tanto interior como exterior, que el país seguirá armándose y expandiendo su mercado internacional como principal garantía para su desarrollo y hegemonía mundial. En medio de toda la verborrea que suele rodear estas ideas y proyectos, sin embargo, lo que más preocupa e inquieta es la amenaza renovada de recurrir a las armas para la reincorporación de Taiwán, desgajada desde hace muchos años del Estado continental.

La promesa de Xi Jinping, que tiene más de amenaza que de promesa, coincide con unas advertencias formuladas recientemente por el presidente Joe Biden ratificando el apoyo que los Estados Unidos prestarán al Gobierno de Taiwán para mantener su independencia contra la amenaza de China. Taiwán, en estos últimos años, logró valerse de unas potentes Fuerzas Armadas, bien dotadas de material moderno y bien entrenadas, pero, con un enemigo tan poderoso como el chino, separado por el Estrecho, su seguridad siempre es vulnerable.

Taiwán, por otra parte, se ha convertido en una potencia industrial que, a pesar de carecer de relaciones diplomáticas con la práctica totalidad de los demás países, cuenta con los mejores mercados para sus productos de la industria informática, algunos fundamentales para la producción de automóviles, como es el caso de los semiconductores de los que es el principal productor. Taiwán ya no es sólo la isla díscola e independentista del imperio chino, sino también uno de los principales países, aunque no reconocidos diplomáticamente, competidores en su intento de afianzarse como puntera potencia comercial con aspiraciones a ejercer una mayor influencia en la escena internacional.

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