Opinión

Las claves de la partida que se juega en Asia Central

photo_camera Asia Central

Tal y como informaba Atalayar, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, instó el pasado dos de febrero a representantes de Kazajstán a que desconfíen de la inversión e influencias chinas, subrayando los costes ocultos para su soberanía nacional y los potenciales perjuicios  al desarrollo kazajo. Pompeo envolvió su mensaje con retórica de dignidad y protección de Derechos Humanos, apuntalando su discurso en la represión  de musulmanes y otras minorías étnicas y religiosas que es parte de la política oficial de la nomenclatura China. 

Siendo estos abusos incontestables, existen motivaciones de otra índole –también relativas a China- que han llevado al Departamento de Estado norteamericano a reajustar ahora su acción exterior en Asia Central.

Esta región, que cuenta con unos 70 millones de habitantes, y que comprende Kazajistán, Kirguistán, Turkmenistán, Tajikistán y Uzbekistán, formó parte de la Unión de Repúblicas Soviéticas; fue,  durante más de una década,  lugar de tránsito de los suministros que permitieron sostener la campaña de la OTAN en Afganistán. A medida que el esfuerzo bélico occidental fue retrayéndose, y con él su presencia sobre el terreno, China elaboró un marco estratégico prioritario para Asia Central, en cuyos planes,  los recursos de hidrocarburos y las rutas de exportación de Kazajstán, el mayor productor de la región, tenían una relevancia definitoria.  

La política de sanciones económicas occidentales contra Rusia, y su repercusión sobre los precios del crudo kazajo -cuya producción es altamente interdependiente de empresas rusas como Rosneft y Transneft-  facilitaron el ascendiente chino, cuya influencia en los destinos de Kazajistán ha obligado ahora a Washington a elaborar, a corre prisa,  una contra-estrategia de contención de la influencia china en Asia Central.

No es difícil ver la importancia geopolítica de Asia Central para China, aún sin que haya de  tener presencia militar permanente allí. Más allá del peso específico de la región como productor de crudo, Kazajistán es el principal productor mundial de uranio, y sus carreteras y ferrocarriles son la principal arteria comercial hacia Europa. Por todo ello, Asia Central es una pieza cardinal en el esquema de la nueva ruta de la seda china, al ser la verdadera pasarela del corredor económico entre el lejano oriente y occidente. 

La iniciativa del Departamento de Estado hacia Kazajistán era cuestión de tiempo, por cuanto que en Washington se percibe que la consolidación china en Eurasia compromete la estrategia comercial estadounidense, en la que el  Corredor de Chabahar resulta esencial para los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos a largo plazo, así como para su alianza estratégica con la India, otro actor de peso en la región, habida cuenta de la necesidad que tiene Nueva Delhi de racionalizar el comercio con Rusia a través de Irán y Azerbaiyán. En varios aspectos, la política exterior norteamericana para Asia Central sigue al dedillo los patrones de la diplomacia británica del Siglo XIX, que se articulaba en torno a la dialéctica imperial  entre británicos, rusos,  persas, otomanos y chinos, siendo la prioridad británica la protección de los intereses de la Compañía de las Indias Orientales. 

La principal diferencia es que China se ha convertido ya en una superpotencia de pleno derecho, y en tan solo una generación. Y sin embargo, China sigue percibiendo el Asia Central en los mismos términos que lo hacía en los tiempos de la dinastía Tang, esto es, como una región que se extiende hacia el oeste desde el Paso Yumen hasta el mar Caspio, hacia el norte hasta las Estepas de Kazajistán y hacia el sur a lo largo del río Indo, al punto de que la actual  política exterior china deriva de esta concepción geopolítica: para China, Xinjiang es una región profundamente arraigada en las estructuras culturales, económicas y políticas de Asia Central;  una zona cuyas dinámicas son potencialmente capaces de alterar la integridad territorial de la República Popular China. Esto es de una importancia crítica, por cuanto que la presencia china en Asia Central no puede leerse sólo como una mezcla de expansionismo mercantil y político, sino que también, y sobre todo, en clave de política interna, orientada  a  proteger e integrar Xinjiang en las estructuras del sistema económico diseñado en Beijing para el este de China. Es decir, más que un intento  de reemplazar una hegemonía con otra,  usurpando las estructuras poscoloniales actuales, la presencia china en Asia Central se basa en la creación de relaciones de interdependencia económica de las regiones periféricas de China en la economía de China, para salvaguardar su integridad territorial, económica y sociopolítica. 

Desde esta óptica, el Partido Comunista de China no tiene un interés vital en la propagación ni de su ideología, ni de su modelo de capitalismo de estado, por lo que Beijing puede cohabitar con cierta comodidad en los marcos de hegemonía occidentales,  siempre y cuando estos no se interpongan en el fortalecimiento de la interdependencia del conjunto de la región del Asia Central. 

Mike Pompeo tendrá ahora ocasión de comprobar que la complejidad de la región de Asia Central no es propicia a los juegos de suma cero, y que por lo tanto, las fórmulas de la época colonial tienen tan poca utilidad como las políticas de confrontación.