Opinión

Las claves del fenómeno mundial de FaceApp

Víctor Arribas

Pie de foto: La aplicación FaceApp, de fabricación rusa, que permite a millones de usuarios ver cómo se verán a medida que envejecen, se encuentra en el ojo de una tormenta política en Estados Unidos, con un senador instando a que el FBI investigue sus "riesgos para la seguridad nacional y la privacidad". AFP/KIRILL KUDRYAVTSEV

Las modas en la era de Internet se miden en número de descargas. Y en viralidad. Pero la difusión mundial de una aplicación para dispositivos móviles ha despertado alarmas que podrían tener origen de nuevo en conflictos geoestratégicos. FaceApp, un programa que todos hemos podido examinar en esta última semana, es capaz de hacer envejecer la imagen de cualquier persona que se preste a enviar fotografías al sistema. De poco sirve que al descargarla en el móvil se advierta de que los datos pueden ser cedidos a terceros y que de esa forma uno quede al albur de la utilización que se pueda hacer de nuestra propia imagen. La moda se ha impuesto, y los famosos difunden festivamente sus fotos con unas cuantas décadas más, como si de repente el paso del tiempo que desfigura la juventud de las personas se hubiera convertido en algo atractivo, en contra de la tendencia contraria de la humanidad durante siglos. Lo más preocupante es que con esta aplicación hemos aceptado unas contrapartidas negativas evidentes, pero la inteligencia artificial es capaz de esto y de mucho más. Si compras ahora un televisor lo primero que el vendedor te va a hacer valorar es si dispone de IA para cubrir todos los huecos que la imagen puede dejar en los millones de bombillas que conforman su panel. Si no dispone de inteligencia artificial, busco otro modelo porque estarás adquiriendo un producto anticuado. Con esta novedad se crean unos algoritmos de reconocimiento facial que son enviados a una especie de Big Data para que alguien nos tenga fichados hasta en el último pliegue de nuestro rostro. 

La protección de datos, cuestionada

Facebook Google ya pueden calcular nuestra edad, la fisonomía que tenemos ahora y la que tuvimos en el pasado. WhatsApp conoce todas nuestras conversaciones, Alexa y otros asistentes pueden grabar todo lo que ocurre en nuestros hogares. Con FaceApp, el servidor por el cual se analizan y computan todos los datos que el usuario entrega a la aplicación está en Rusia, en San Petersburgo. En países como Estados Unidos hay peticiones ya para que el FBI investigue por tratarse de un asunto que afecta nada menos que a la seguridad nacional, además lógicamente de ser un riesgo para la privacidad de millones de personas. 

¿Quien está detrás de FaceApp?

La aplicación ha sido lanzada y creada por una empresa, Wireless Lab, con un experto en Internet Yaroslav Goncharov. La app está activa desde hace dos años, pero ha sido ahora cuando ha estallado públicamente su difusión y su utilización. Desde hace dos años no ha cambiado su política de privacidad, que permite con una mera advertencia al usuario, aceptada por este con un click, usar las imágenes para anuncios online, marketing o compartir la información “con socios publicitarios o terceros”. Esos terceros despiertan sospechas, dado que son excluidos del empleo publicitario de los datos personales. Fuera de la UE es más difícil aplicar la legislación de los 28, y mucho más si es el país de Putin el que dispondrá desde ahora de todos esos metadatos, que pueden estar siendo cedidos a terceros actores con fines publicitario o de otro tipo, lo que sería más preocupante aún.     

Una cuestionable política de privacidad

Los términos de uso de esta plataforma rusa reconocen que se utilizará esa información, haciendo partícipe de su uso al usuario que acepta las condiciones ávido por tener y compartir imágenes futuristas y deformadas sobre sí mismo. En países como España habría que testar si la presencia de aplicaciones como esta no vulnera la ley de protección de datos. Por arte de magia y del escaso cuidado de los occidentales hacia nuestra propia protección en la Red, los rostros de millones de ciudadanos podrán estar a disposición de no sabemos qué intereses, gobiernos u ocultas organizaciones. La desprotección del hombre contemporáneo ya no es ir por la calle con las manos desnudas sin nada para defenderse. Ahora afecta a su vida digital tanto como antes afectaba a su integridad personal. 

Pero asumimos esos riesgos. Hoy cabría preguntarse si esta misma ausencia de una política de privacidad mínimamente aceptable en una aplicación de riesgo no es idéntica en otras como Instagram, un papel cuché del pueblo llano en el que millones de personas desnudan su intimidad alegremente a cambio de poder vivir la ensoñación de la fama. Los riesgos de difundir imágenes personales y de familiares directos (máxime si son menores) parecen importar menos que difundir a los cuatro vientos una vida paralela en la que los titulares de las cuentas viajan por el mundo henchidos de felicidad y embriagados de falso protagonismo.

La novedad de FaceApp es más endemoniada aún, porque los usuarios envían fotografías de otras personas para que a través de su cuenta se pueda discernir cómo será físicamente en el futuro, lo que puede afectar negativamente a su desarrollo posterior en muy diferentes ámbitos.