Las democracias de la OTAN

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“Putin haría bien en acordar un final en tablas y dar por satisfactorios los logros políticos de haber frenado la expansión de la Alianza en Ucrania y alterar así la política de sus rivales, dejando clara su influencia en el orden internacional durante varias semanas. Pero más allá, no debería de prolongar la tensión en el centro de Europa porque de ser así, el efecto está siendo el de ensanchar los límites de la OTAN y el papel de Estados Unidos, ahora como primera potencia aliada, para que sigan sumando recursos, espacios estratégicos y argumentos para hacerse más fuertes en Europa. Donde, por cierto, hemos recobrado el interés por nuestra seguridad”.

Esta fue una previsión que con toda modestia publiqué en distintos medios poco antes de que se consumara el ataque ruso a Ucrania. Una previsión que resultó estar equivocada, porque a los pocos días Putin no contempló la posibilidad de negociar un tablero con menos niveles de riesgo, sino que actuó de manera unilateral para revertir la soberanía de Ucrania y desestabilizar a las democracias europeas y americanas. Sin embargo, la reflexión llevaba explícito un análisis sobre algunas consecuencias que podía conllevar una acción militar en un territorio colindante con la mayor alianza de defensa construida en torno a principios democráticos como es la OTAN. Aquella previsión se ha convertido ahora en una certeza, una vez que los aliados atlánticos y los socios europeos han fortalecido su voluntad de mantener vivo y activo un espacio de libertades y seguridad donde distintos países han querido incorporarse en los últimos años. Suecia y Finlandia, símbolos de la neutralidad en la segunda mitad del siglo XX, los más recientes.

Si la posibilidad de negociar un acuerdo amplio sobre seguridad no fue un argumento suficiente hace tres meses para que el Gobierno ruso optara por la diplomacia y la disuasión y no utilizara la fuerza, construir ahora un marco de negociación resulta mucho menos viable, a la vista de la crudeza y el dolor con que los acontecimientos bélicos se han hecho presentes. Aun así, los esfuerzos diplomáticos deberían renovarse para encauzar un proceso al cual Rusia pudiera acudir después de haber perdido la razón, pero antes de correr el riesgo de terminar perdiendo su credibilidad como potencia. Tanto militar, si los resultados siguen confirmando el error de cálculo que han cometido al atacar Ucrania, como política, al perder toda posibilidad de convertir sus fortalezas y proyectos en un polo de atracción para terceros países y gobiernos.

Ningún Estado parece tener la intención de incrementar su vinculación estratégica con Rusia, mientras diversos países vecinos no se sienten seguros o indiferentes ante una potencia agresiva, vulnerable y debilitada políticamente al haber antepuesto sus intereses a la estabilidad regional y al sistema internacional. Que no se fundamenta sobre un orden basado en áreas de influencia geopolítica como se fundamentó durante buena parte del siglo XX, sino sobre las soberanías reconocidas por el derecho internacional y los acuerdos elaborados para dinamizar el comercio y la economía y para otras muchas relaciones de cooperación.

La OTAN no es una organización agresiva sino una alianza de defensa. Conformada por países democráticos cuyos Gobiernos tienen que rendir cuentas ante sus ciudadanos. Que en siete décadas ha intervenido militarmente en operaciones muy puntuales, a pesar de estar preparada para responder con eficacia en múltiples situaciones. Que mantiene acuerdos de cooperación con terceros países y colabora en la seguridad global. Sin un objetivo focalizado en ningún enemigo concreto desde el fin del comunismo soviético, instigador de distintos desordenes en Europa y en el conjunto de la sociedad internacional, motivados por su voluntad expansiva y represiva. Que ha estado liderada por los norteamericanos gracias a la consolidación de la potencia económica, militar y cultural de Estados Unidos durante el último siglo, proyectada globalmente a través de diversos cauces y organizaciones, nunca exclusivamente defensivos. Las democracias de la Unión Europea han asumido la codirección de la organización en virtud de unos criterios sobre seguridad compartidos por los miembros y refrendados por los europeos. De manera absolutamente excepcional países con sistemas democráticos en crisis (Turquía, por ejemplo) mantuvieron su presencia en la organización. España no pudo ser miembro hasta que nuestra democracia fue restaurada y el ingreso en la alianza legitimado por el Parlamento y los ciudadanos.

El protagonismo de la OTAN y su capacidad de atracción se ha visto reforzado en estos meses por unas decisiones que no ha originado ni planteado la organización atlántica. Pero ahora puede llegar el momento de que los aliados contribuyeran a la resolución de una guerra y un conflicto que ha puesto de manifiesto la fortaleza de las democracias en el orden internacional. De convertirse en una pieza de la compleja negociación que se necesita articular. Donde no puede haber un resultado de tablas entre agresores y agredidos, pero tampoco una demolición de un tablero para el entendimiento. En la esencia de las democracias aliadas está el reto de afrontar la complejidad del orden internacional. Y en la propia naturaleza de la guerra, está el requisito de una restauración duradera de la paz.

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