Opinión

Las grandes miserias que el coronavirus destapa

photo_camera Coronavirus New York

Conectar todas las noches, hora española, con las grandes cadenas de televisión norteamericanas tiene la ventaja de conocer en tiempo real las contradicciones con las que el presidente Donald Trump ha afrontado la pandemia. También, contemplar el gran esfuerzo de gobernadores como el del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, y, por supuesto, el de los que combaten en primera línea de riesgo el desaforado avance del coronavirus. No obstante, lo que más me llama personalmente la atención es un aspecto al que dichos medios dedican ahora una mayor atención: las enormes desigualdades que se manifiestan con esta tragedia. 

Afroamericanos y latinos son las mayores víctimas de la pandemia. No es ya ningún secreto que la sanidad pública de Estados Unidos está muy infradotada, y que a ella solo terminan accediendo los que no pueden pagarse las astronómicas facturas de un tratamiento médico privado. El resultado es que apenas un mes después de que Trump respaldara la adopción de medidas drásticas, la población negra se infecta tres veces más que la blanca y multiplica por seis los fallecidos. Son cifras de un balance publicado por The Washington Post, que cita expresamente casos como los de los estados de Luisiana y Wisconsin, así como de grandes urbes, tales como Chicago o Detroit para cifrar en un arco del 65-73% los muertos afroamericanos cuando su población oscila en torno al 18-30% en esos territorios. 

Los latinos o hispanos son, a su vez, los segundos más castigados, especialmente en Nueva York, que ya ostenta el record mundial de víctimas mortales en relación con su población de veinte millones de almas. El 29% de ella son hispanos, pero con un 34% de fallecidos. 

Afroamericanos y latinos constituyen, pues, el principal foco de transmisión y también de víctimas de la pandemia, consecuencia de sus patologías crónicas por falta de atención médica primaria, y de sus propias y precarias condiciones de vida. En el caso de la población negra eso se traduce en altísimos índices de diabetes, HIV, asma, obesidad y afecciones cardiacas. Es, además, el grupo racial mayoritario con gran diferencia en las penitenciarías de Estados Unidos. Como es obvio, las prisiones no son precisamente el mejor entorno para combatir una pandemia como la del coronavirus. 

En primera línea de riesgo

Los hispanos, segundo grupo racial en volumen de presos, han acortado distancias con los afroamericanos en esa triste clasificación, merced a las medidas de caza y captura a los indocumentados, adoptadas ya por el presidente Barack Obama e intensificadas por su sucesor. Son, en cambio, los que ocupan los empleos más expuestos en estos días de confinamiento: repartidores a domicilio, reponedores en supermercados y grandes almacenes, celadores y personal de enfermería. Los numerosos trabajadores de hostelería, que, en gran parte de los casos, solo cobraban las propinas de los clientes, han visto rescindidos sus servicios sin poder acceder por lo tanto a los beneficios del desempleo. Han quedado en la indigencia y a expensas de la caridad. Fijándonos en el caso específico de Nueva York, todo lo anterior explicaría que hasta la semana pasada se registraran 700 casos por cada 100.000 habitantes en el barrio de Queens mientras que sólo se daban 376 en Manhattan. En la isla se ha impuesto el teletrabajo, pero solo uno de cada cinco latinos dispone de los medios y el empleo para ello. 

Entre las comparecencias diarias desde la Casa Blanca, me han llamado especialmente la atención las de Anthony Fauci, de momento la máxima autoridad sanitaria del país, y a quien Trump aún no ha despedido. Fauci, además de informar con gran honestidad de la lucha científica contra el virus y las consiguientes medidas, tanto las más acertadas como las que se han revelado erróneas, no ha tenido inconveniente en reconocer que las disparidades raciales, económicas y sociales en Estados Unidos agravan la incidencia de la pandemia. 

Aunque Donald Trump haya hecho notables esfuerzos por monopolizar el relato, esa construcción artificial de un marco mental y un argumentario para tapar fracasos o potenciar los mínimos aciertos de quien detenta el poder, los medios informativos norteamericanos destapan a diario realidades incómodas e incontestables. Y quizá la peor de ellas sea la permanencia de lo que algunos investigadores sociales definen como “racismo estructural”. Una lacra no erradicada, y que el tsunami del coronavirus está poniendo descarnadamente al descubierto.