Latinoamérica lamenta el tiempo perdido

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro

Podría decirse que el coronavirus tardó más tiempo en cruzar el Atlántico que los Urales. Cuando en Europa empezábamos a verle los cuernos al terrible bichito que nos ha puesto a todos en pánico, en el Nuevo Continente algunos conspicuos gobernantes de inquietantes maneras poco menos que se morían de la risa. El primero fue Donald Trump, el emperador del Norte que hoy ve morirse a 2.000 compatriotas cada día y se venga contra los demás dejando de pagar las cuotas a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que considera que no sirve para nada.  

Mientras tanto, en el Sur, los dos mandamases más poderosos tampoco se quedaban atrás. Tanto el izquierdista mejicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como su colega brasileño, el ultraderechista Jair Bolsonaro, quizás para demostrar que ante el iluminismo bobalicón no hay diferencias políticas, se asomaban a los balcones a mofarse de las medidas de aislamiento y alejamiento, recomendadas y ensayadas por los científicos y ya iniciadas por los ciudadanos sensatos; ellos hacían demagogia recomendando ¡abrazarse!

Ambos son ya los que sufren más los efectos de la pandemia de la que no se libra ni uno solo de los países del hemisferio sur. Las cifras de contagiados y fallecidos aumentan constantemente. Solo van conociéndose datos país por país entremezclados con noticias sobre sus efectos en la economía, en la vida social y en la política. La OIT ya prevé en un primer cálculo la eliminación de 14 millones de empleos que vienen a incrementar los altos niveles de paro que ya existían.

Las economías latinoamericanas son frágiles, y ni los Estados ni las empresas tienen la capacidad de resistencia que las norteamericanas o europeas, sin olvidar que no cuentan ni con una moneda única robusta, ni con un Eurogrupo ni con una organización supranacional tan potente como la Unión Europea. Todos los países están endeudados y sus exportaciones están cayendo. Tampoco cuentan con medios sanitarios para hacer frente a una pandemia de estas dimensiones.

El propio petróleo, crucial en el PIB de Venezuela, México, Ecuador, Bolivia, Colombia Argentina y Brasil, ha caído en los mercados internacionales de los cincuenta dólares el barril a menos de treinta, aparte de reducirse también de manera muy sensible el consumo y la exportación. Con otros productos de exportación ocurre lo mismo. Las cuarentenas y confinamientos a los que está sometida una gran parte de la población mundial tienen paralizada la actividad en muchos sectores.

Los países caribeños, que son los que disponen de menos medios para hacerle frente a la enfermedad, también están viendo mermados sus ingresos con la paralización presente, y previsiblemente futura, del turismo para algunos, como la República Dominicana, Cuba o Costa Rica, su principal fuente de ingresos y de mano de obra. La situación se vuelve especialmente angustiosa en Honduras, Guatemala y Nicaragua, este además con un gobierno perdido en su deriva absolutista.

Políticamente, la epidemia ha complicado la situación en varios países, como Colombia, Ecuador o Perú, pero, por el contrario, ha adormecido los conflictos y tensiones que amenazaban en otros. Es el caso de Chile, donde el otoño anticipaba nuevos disturbios que de momento se han frenado. La calma ficticia ha permitido al presidente Piñera recuperar el 25% de respaldo en las encuestas, mientras que en Bolivia la COVID-19 ha sumido en el sopor al Gobierno provisional de la oportunista Jeanine Añez, y en Argentina los seguidores del presidente Alberto Fernández y del expresidente Macri parece que han entrado en un paréntesis de tregua.

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