Los kurdos, arma letal rusa en Siria

Mira Milosevich es analista de FAES y profesora de Relaciones Internacionales de IE University

La guerra de Siria ha entrado en una nueva fase. Su actual curso está marcado por la propuesta de alto el fuego que respaldan de consuno el secretario del Estado norteamericano John Kerry y el ministro de exteriores ruso Sergei Lavrov, por la oferta de Turquía y Arabia Saudí para intervenir con tropas terrestres y por la “diplomacia triangular” del Kremlin, que consiste en apoyar militar y diplomáticamente a los kurdos de Siria (el concepto de “diplomacia triangular” fue acuñado por Henry Kissinger en los setenta para la iniciativa americana de estrechar los lazos con China contrarrestando así el poder de la Unión Soviética).

La finalidad estratégica del apoyo ruso a los guerrilleros kurdos de Unidad de Protección del Pueblo (YPG) es triple: 1) demostrar que Turquía, que exige la retirada de al-Asad, ha perdido el papel relevante en el conflicto sirio y puede fracasar en su obsesión por impedir la construcción de un Estado independiente kurdo; 2) poner de relieve la incoherencia de la estrategia de los EE.UU. en Siria y en la lucha contra el Estado Islámico, y 3) provocar la división en el seno de la OTAN.

Desde la desintegración del Imperio Otomano (1918), los kurdos ansían crear un Estado soberano. Su destino de pueblo dividido fue sellado en el Tratado de Lausana (1923) por la negativa de Mustafa Kemal Attatürk a reconocer un Estado kurdo. De unos 30 millones de kurdos, 15 millones viven en Turquía (20% de la población), 7 en Irán (10% de la población), 4,5 en Irak (13% de la población) y 1,5 en Siria, donde represen tan un 7% del total de la población.

Áreas con población kurda

Los kurdos sirios aspiran a un estatuto de territorio autónomo como el que posee ya el Kurdistán iraquí. Sin embargo, una región autónoma kurda en Siria implicaría una amenaza a la estabilidad e integridad territorial de Turquía, dada la cercanía geográfica, ideológica y militar entre los kurdos de ambos países. Desde su fundación en 1978, el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) ha luchado por crear el gran Kurdistán, que comprendería todos los territorios poblados por kurdos. Desde 2004, el mismo PKK se halla en la lista de las organizaciones terroristas de la UE y de los EE.UU. Pero, a pesar de que Turquía afirma que el YPG sirio es el brazo armado del PKK, los occidentales no lo consideran así, lo que explica (aunque no lo justifique, evidentemente) el bombardeo turco de las posiciones kurdas tanto en Irak como en Siria.

Para los EE.UU., el YPG constituye el aliado más fiable en la lucha contra el EI. Es difícil analizar la cambiante estrategia de Barak Obama en Siria, pero cabe suponer que su doble objetivo ha sido derrocar a al-Asad y derrotar al EI. Respecto a la primera parte, su programa billonario de armar y entrenar a la oposición ha desembocado en un fracaso estrepitoso, pero ha apoyado económica y militarmente a los kurdos a fin de evitar el envío de tropas propias. Así, con el apoyo norteamericano, los kurdos han consolidado sus posiciones al este del Éufrates, en la frontera con Irak.

Ahora bien, gracias al apoyo aéreo de Rusia en la ribera oeste, el YPG está ampliando su territorio a expensas de la oposición al régimen de al-Asad, además de pulverizar lo que queda, si es que alguna vez lo hubo, de la estrategia de Obama. Si el YPG estrecha aún más su alianza con Moscú (donde ha abierto una Oficina de Representación Diplomática el pasado 10 de febrero), los EE.UU. se quedarán sin su principal aliado contra el Daesh.

Por otra parte, la entente kurdo-rusa fomenta la discordia entre Turquía, los EE.UU. y otros países miembros de la OTAN. Turquía, aliado de los EE.UU. desde la presidencia de Truman (1945-53) y miembro de la Alianza Atlántica desde 1952, está considerada como la piedra angular para la estabilidad en Oriente Medio. Sin embargo, su actual posición es muy delicada: durante el último año ha sufrido seis ataques terroristas, ha sido arrinconada por Rusia e Irán en el conflicto sirio y está perdiendo su liderazgo entre los musulmanes sunís. El límite de su lealtad a los EE.UU. y a la OTAN está en la cuestión kurda, pues Turquía pondrá su integridad territorial por encima de cualquier interés de sus aliados occidentales, incluido el de evitar una guerra con Rusia (y nada digamos del de moderar el flujo de refugiados a la UE a través de su territorio).

Una hipotética intervención terrestre de Turquía y Arabia Saudí en Siria perseguiría derrocar a al-Asad, impedir la creación del gran Kurdistán y devolver la influencia en la zona a los sunís. La guerra civil se convertiría así en una guerra regional de todos contra todos en la que Rusia e Irán, por una parte, y Turquía y Arabia Saudí, por la otra, serían los principales actores. Pero sus beneficiarios serían el EI y las demás organizaciones yihadistas. La no intervención supondría la victoria de Rusia e Irán y su “plan de paz” para Siria, es decir, el restablecimiento del poder de al-Asad en una substancial parte de su territorio. Ninguno de los dos escenarios parece propicio a la creación del gran Kurdistán ni, por supuesto, a la derrota del Daesh.

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