Los Medios de Comunicación

MEDIOS DE COMUNICACION

Que difícil se ha vuelto vivir en los medios de comunicación y que difícil está resultando la permanencia de estos. Produce melancolía ver lo que está sucediendo

Si se observa a medios y periodistas, desde la perspectiva de un lector algo conocedor de sus entresijos, se ve cómo se disuelven cada día en una realidad que ya casi no lo es, que lo que es, es una masa ingente de información desordenada. Como un mar agitado que lo abarca todo y no permite un respiro. Captar lo más evidente resulta relativamente sencillo, la actividad de los gobiernos, los sucesos, la cultura, los deportes, en definitiva, las secciones clásicas que a fuerza de ser repetitivas y mantener sus constantes, no complican mucho la labor de informar. Son pura mecánica, pero en estos tiempos “hiper informados” no venden ya como antes y tampoco se cuidan con esmero. 

Y ahí empiezan los problemas, porque hay que saltar por encima de lo sencillo, por encima de esa realidad “conocida” y “crear cosas”, para que las empresas adquieran audiencia, despierten atenciones comerciales, generen “clicks”, atraigan jóvenes, mantengan el trabajo, descubran personajes, polinicen conciencias descarriadas, etc, etc, etc… 

Y los saltos y asaltos crecen tanto, que desbordan al medio y a quienes lo elaboran. Entre tanto los ejecutivos de la compañía, solo piensan en las rentabilidades y en retribuir al accionista o pagar los intereses de las sustanciosas deudas contraídas. Por eso obvian el “contenido” y cualquier tipo de norma periodística, escrita o no, para conseguir sus objetivos. Objetivos cada vez más escasos en valor añadido, logrados con poco esfuerzo y mala calidad, que han sido elaborados con la connivencia explicita o el miedo a perder el empleo, de quienes los llevan a cabo, los periodistas. No hay nadie libre de “pecado” en este delicado juego de informar

Así, los medios de comunicación y los actores políticos se van disolviendo. Concienzudamente se destruyen mientras confunden; la información con la opinión, el entretenimiento con el aleccionamiento, la realidad con los deseos, el humor con la ridiculización, la prevención con el paternalismo, la publicidad con la noticia, el ejercicio del poder con la verdad, el titular sin contenido y así sucesivamente. Todo esto combinado y permutado, da resultados penosos que permiten sobrevivir un mes, un año o quizá algunos más. Arañando publicidad de unas empresas y de otras, que en manos de agencias eficaces, no piden calidades ni contenidos solventes, solo resultados. Retornos de inversión y ventas para sus insaciables y valiosos clientes. O bien obteniendo ingresos de los gobernantes que otorgan campañas a quienes les acompañan y les endulzan sus finanzas a cambio de sumisión.  

Por lo que los medios van recorriendo ligeros el camino del descrédito. Los accionistas, los medios y los periodistas con sus errores, han logrado que la debilidad del sector sea cada vez más evidente, que el lector desconfíe, que la publicidad apabulle y moleste, que la incultura se intuya, la ideología del poderoso les mande y el desastre se aproxime como el cachalote blanco de Melville a quienes lo querían convertir en aceite para alumbrar. 

No sé qué que está por venir o quizá ya esté aquí, pero desde luego no es bueno para el sector. La última crisis del 2008 y los avances tecnológicos, han puesto en evidencia la debilidad de la industria de la comunicación, y no digamos la actual, generada por la pandemia. Ambas han revelado, como si de una radiografía se tratara, el frágil interior de un modelo de información que se basaba en la confianza. En el crédito, que los ciudadanos otorgábamos a los medios y a sus hacedores, que con los criterios éticos que consideraran oportunos, podían utilizar, siempre que las barreras de la credibilidad de lo que contaran, no se sobrepasara en beneficio de otros factores espúreos. Y esas barreras hoy, se saltan sin rubor alguno. Casi por todos y además buscando cosechar frutos por ello. Lo que obliga al resto de medios a mover la línea y sobrepasar sus propias barreras éticas y morales, tratándonos de persuadir de sus verdades e inculcándonos pensamientos adecuados para sus fines, no para los nuestros, que son estar bien informados.  

Ejemplos hay muchos y todos penosos, pero no vale la pena mencionarlos, quizá sea su situación económica, el fervoroso seguidismo, la huida de la publicidad, la desidia, la multiplicación de medios y soportes, la polarización política o simplemente el cansancio, o todos estas cosas y algunas más. Pero eso es lo que hace cambiar de aquel territorio, antaño creíble de los medios, a un solar estéril cargado de titulares alarmantes, noticias llamativas, contenido exiguo e intencionado conscientemente. Lo que nos provoca, a quienes transitamos ese camino de la información, refugiarnos únicamente en ciertas firmas, que todavía, cuando hablan o escriben, se puede intuir que dicen la verdad, o al menos se tratan de aproximar a ella. Aún a riesgo de ser denostados por los poseedores de la verdadera fe. Es la opinión, uno de los pocos reductos donde hallar veracidad, y no siempre. El resto son hojas arrastradas por el viento

A todo esto los consumidores de información, es decir los ciudadanos, hemos crecido en cultura y experiencia, hemos aprendido, somos más sutiles y capaces de entender lo que está pasando. Y así, la confianza de muchos, al ver el espectáculo que nos ofrecen, se ha visto defraudada por la rentable impostura ajena. Pero claro, la mayoría de los medios no juega con los avisados, busca las mayorías informadas a golpe de titular y vanas dicotomías.    

La atomización y sectarismo de gran cantidad de periodistas y medios, que buscan crecer en sus caladeros preferentes, está creando grupos de ciudadanos que apenas asoman su curiosidad hacia lugares distintos de los que alimentan sus creencias ideológicas. Y eso produce fieles retroalimentados, acríticos y convencidos de que su verdad es la única. Verdad que compartida con sus sectarios y los medios que les apoyan, les hace sentir que son muchos, (aunque no lo sean), y poseedores de la verdad definitiva. Y así en los recovecos tecnológicos, donde crecen esas plantas también informativas, que los listos utilizan para sus fines, nacen desde terraplanistas hasta asaltadores de congresos. Todo ello, derivado de la falta de integridad de los medios “maduros” o “convencionales” y de su seguidismo de cuestiones que no son, ni se parecen, al buen periodismo. 

No todos los periodistas y medios participan en la fiesta, pero si todos están sujetos a la corriente dominante. Y sí, muchos, ya no ven la diferencia, porque esto es lo normal. Por tanto ni siquiera existe una leve conciencia de los errores. Y sin querer, van derivando una profesión que debería de ser rigurosa, hacia los acantilados de las nuevas tecnologías, cuyos algoritmos sustituirán a quienes piensan, porque son más eficaces, no cobran y son más obedientes.  

Mal asunto para la democracia, que necesita un cuarto poder serio y riguroso, mal negocio para los medios y los periodistas que ven caer sus empleos, audiencias y sus cuentas de explotación. Mal negocio para quienes se dedican a la política, que sin los medios quedan desamparados y como ellos, vilipendiados. Mal negocio que la turbia ética periodística de muchos, arrastre a quienes quisieran mantenerse en su territorio natural. Mal negocio que los medios se ahoguen en un lodazal, porque los ciudadanos y las democracias necesitamos de su buen hacer y honesta diversidad para poder seguir siendo libres. 

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