Los ricos no van a la guerra

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En esto el presidente ruso, Vladimir Putin, no se diferencia de todos los dirigentes que en el mundo han sido, fueran monarcas absolutos, dictadores despóticos o demócratas de toda la vida. En caso de guerra, además de los soldados profesionales, las levas forzosas siempre se han nutrido de los más vulnerables y desfavorecidos, lo que siempre se llamó sin eufemismos, los pobres. Eso sí, en las democracias los ricos también eran llamados a defender a la patria con las armas, pero podían librarse de tan sagrado deber aportando a las arcas del Estado sumas de dinero más o menos considerables, de las que Hacienda siempre estaba escasa. Así pasó sin ir más lejos en las guerras que España libró en África, donde el estamento militar logró el mejor trampolín para rápidos ascensos mientras la clase de tropa reclutada a la fuerza ponía el grueso de las muertes. También los democráticos Estados Unidos engordaron su reclutamiento para la guerra de Vietnam con apellidos tan familiares para el mundo hispánico como González, Martínez o Rodríguez o los de raigambre más afroamericana como Brown.

Putin está haciendo lo mismo en su guerra con Ucrania, donde ya ha dejado atrás el pitorreo de la “operación militar especial” y llamarla por su nombre. Antes de emitir el decreto de movilización forzosa para una leva de 300.000 reservistas, el parte de bajas del Ejército ruso presentaba una diferencia de cifras asombrosa, entre los 60.000-80.000 que estiman los propios ucranianos, pero también la inteligencia británica y norteamericana, y los 6.500 que reconoce Moscú.

Si depuramos la mayor de las cifras de su posible componente propagandístico, la realidad estaría en torno a las 40.000-50.000. ¿Y dónde se hallarían entonces los que faltan desde los 6.000 reconocidos oficialmente? Probablemente, abandonados o enterrados en fosas cercanas a los frentes de batalla, tumbas integradas en su mayoría aplastante por los pobres de Daguestán, Buratia, Krasnodar, Bashkortostan, Tuva, Yakutia, Saha o Chechenia, es decir las regiones que han proporcionado los mayores contingentes de carne de cañón para un Ejército que ha tenido que replegarse ante el avance de las tropas ucranianas.

Esas mismas regiones, las más pobres de la Federación Rusa, muchas de ellas sometidas además al rigor de la estepa y de la tundra, son también ahora las que seguirán aportando el grueso de los efectivos de esta leva forzosa, de la que han huido a toda prisa los que tenían tanto los medios de comprarse un billete sensiblemente encarecido hacia los pocos puntos en que no se exige aún visado a los ciudadanos rusos –Estambul, Ereván y Tashkent, especialmente-, o se hallaban cerca de las fronteras de la Unión Europea, a cuyas puertas llaman desesperadamente en busca de refugio.

A cambio de dinero y libertad

Por supuesto, los que han podido poner pies en polvorosa han desdeñado la oferta del Kremlin de una paga mensual equivalente a 3.500 euros mientras estén sirviendo en esta guerra. Una cantidad considerable, sobre todo si se tiene en cuenta que el salario medio en Rusia no llega a los 450 euros, y en las regiones citadas apenas sobrepasa los 100. En estas, claro está, los jóvenes y no tan jóvenes ven una oportunidad de paliar el hambre y las estrecheces de ellos mismos y de sus familias.

Para los presos de las numerosas y terribles cárceles rusas el premio que se les ofrece no es económico, sino el más valioso de la libertad y el borrado de sus antecedentes penales, incluidos los delitos de asesinato, a cambio de permanecer al menos seis meses en las prietas filas del Kremlin. Este ha delegado, al parecer, en el empresario Evgueni Progozhin, la misión de convencer a los presidiarios de las ventajas de la oferta. Progozhin, considerado el oligarca dueño del grupo de mercenarios al servicio del Kremlin, no se anda por las ramas, de manera que no les oculta a los reclusos que la intensidad de los combates que han de afrontar, con su consiguiente carnicería humana, probablemente les prive de gozar de la libertad prometida porque tienen la mayoría de papeletas para morir.

Como se han encargado de investigar medios como The Guardian o The Wall Street Journal, parece que los reclutas oriundos de Moscú y San Petersburgo, pese a lo numerosa población rusa eslava que las habita, apenas están aportando efectivos a la leva forzosa. Un reclutamiento que podría elevarse incluso hasta el millón de reservistas, a tenor de lo que denuncia Novaya Gazeta, que acusa al Kremlin de ocultar deliberadamente el punto número 7 del decreto de movilización, justamente el que haría referencia a la potestad de Putin de elevar la leva hasta los límites que su suprema voluntad considere convenientes.   

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