Los riesgos de las políticas de fronteras  

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Durante la Guerra de Crimea de 1854, Lord Cardigan, a la sazón comandante en jefe de las tropas británicas, dio a su caballería órdenes de ataque ambiguas y basadas en un catastrófico malentendido de la situación que le rodeaba. Todo ello acabó dando por resultado la tristemente célebre carga de la Brigada Ligera que terminó en uno de los más renombrados fiascos militares de la historia contemporánea. 

Más de siglo y medio después, raramente escasean en esa zona del mundo disonancias cognitivas de similar calibre, que amenazan con producir debacles aún mayores que el protagonizado por el general inglés. La enésima de estas malinterpretaciones está teniendo lugar ante nuestros ojos, en forma de una toma de rehenes inversa consistente en usar el marco jurídico del sistema internacional de protección de los refugiados para obligar a pagar el precio político de un rescate humanitario a los países limítrofes. 

Como ocurre en ocasiones, es fácil el bosque -en este caso el de Bialowieza- no nos deje ver las ramas, un yerro de apreciación que nos lleva a cometer errores categoriales tales como tildar de crisis migratoria a la situación en la frontera con Bielorrusia. Lo que está ocurriendo ahora con Polonia, y hace unos meses con Letonia y Lituania no deja de ser una burda explotación de las ansiedades que en su día llevaron a la UE al Proceso de Jartum y la Cumbre de La Valeta, de donde emergió en la subcontratación la gestión de las olas migratorias con regímenes represivos como Sudán y Eritrea. Otro tanto cabe decir del posterior acuerdo con Erdoğan, por el que Turquía se comprometía a readmitir a toda persona llegada irregularmente a las costas griegas. Incluso el Londres post-Brexit está considerando hacer uso de este sistema, como demostró la reciente publicación en The Times de informaciones que apuntaban a planes para procesar en Albania refugiados en tránsito hacía el Reino Unido. 

Lukashenko, que viene a ser para Putin lo que Kim Jong-un es para Xi Jinping, no ha tenido pues que derrochar imaginación para saber como crearle problemas a la UE, lucrándose de paso con la concesión de visados turísticos a migrantes, por medio de empresas estatales como Zentrkurort y privadas como Oscartur, que operan en el Medio Oriente. 

Dado que las aspiraciones de Lukashenko a que si puede ejercer suficiente presión sobre los acomodados países de la UE para que se le levanten las sanciones, y se le soborne para impedir el flujo de migrantes son evidentes, más allá de constatar que el modus operandi del entorno de no difiere en demasía de los métodos de extorsión propios de La Cosa Nostra, lo que nos interesa, a efectos de comprender el alcance del problema, es determinar quien se beneficia más de la situación creada. 

Poca duda cabe de que a quien más le conviene crear inestabilidad interna en la Unión Europea es a Vladimir Putin, que ha convertido en un arte la técnica de la manguera de incendios, consistente en inundar los medios con un torrente de informaciones y desinformaciones con las que controlar el ciclo de noticias. Con este punto de referencia, cobran sentido las advertencias del secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte Jens Stoltenberg, acerca de "posibles acciones agresivas" a la luz de las noticias sobre la concentración de tropas rusas en la frontera con Ucrania y el despliegue de fuerzas aerotransportadas en Bielorrusia.  

Una vez más, las maniobras de Putin han conseguido el deseado efecto de producir inquietud en Europa Occidental, reforzando su reputación de sagacidad estratégica que es dudosamente merecida, en vista de los resultados de su mandato hasta la fecha, que podrían llevar a pensar que Vladimir Putin no le va muy a la zaga a Lord Carrington tanto en su capacidad de leer incorrectamente sus circunstancias como en verse atrapado en su propio rol. Así, en todo cuanto atañe a Ucrania, Putin parece incapaz de entender o aceptar que su integración en la Unión Europea no conlleva necesariamente la entrada en la Organización del Tratado del Atlántico Norte.  

Ya en 2013, la creencia en este automatismo le llevó a forzar a Víktor Yanukóvic, a la sazón presidente de Ucrania, a rechazar el Acuerdo de Libre Comercio Profundo y Amplio   entre Ucrania y la Unión Europea, que precisamente implicaba la renuncia ucraniana a formar parte de la OTAN. Sin embargo, más de diez años después del Maidan, Putin sigue convencido de poder revertir el proceso de desrusificación en Ucrania que se inició bajo Petro Shelest en los tiempos del triunvirato de Brezhnev, Kosygin y Pidhorny tras la caída en desgracia de Nikita Jruschov, por lo que en sus cálculos no entra la posibilidad de que los objetivos de los antiguos países satélites de la URSS diverjan de los de Moscú, lo que le lleva a promover una geopolítica rusocéntrica, de la que forma parte la retórica de la finlanización de Ucrania, esto es, que Kiev esté bajo los parámetros de la política exterior de Rusia, aún manteniendo su independencia política.   

Esta pretensión es obsoleta e inconsistente, por cuanto el Acuerdo de Libre Comercio Profundo y Amplio de 2013 permitía de hecho a Ucrania alcanzar la situación real de Finlandia, esto es, ser parte de la Asociación Europea de Libre Comercio, del Espacio Económico Europeo y de la Unión Aduanera, pero sin ser miembro de la UE, no estar integrada en las estructuras de la OTAN.  Siendo este prospecto anatema para un presidente ruso, Putin está en buena medida boxeando con su propia sombra, no sólo al negar soberanía a los países del Este, sino al no tener en cuenta la agencia de China en un mundo que ya no es bipolar, y creer que puede crear amenazas sistémicas que fuercen la mano de Washington para negociar un entendimiento al estilo de la Conferencia de Yalta que devuelva a Moscú su antigua esfera de influencia, como si EEUU estuviese en condiciones de hacer tal cosa, aunque quisiera.  

El verdadero riesgo radica por lo tanto en que, siendo Putin esclavo de su propio personaje, se vea obligado a que sus acciones no parezcan un farol, haciendo que tengan la credibilidad suficiente para convencer a la OTAN de que está dispuesto bien a abrir hostilidades en Ucrania, bien a anexionarse Bielorusia, y que este estado de cosas lleve a algún Lord Cardigan de uno u otro lado a cometer un error de juicio comparable al de la carga de la Brigada Ligera en la batalla de Balaclava.  

  

  

  

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