Luces y sombras de la UE ante la COVID-19

UE

El 18 de marzo de 2020 el British Medical Journal expresaba las debilidades en la respuesta europea a los brotes epidémicos indicando la necesidad del trabajo conjunto de los Estados miembros. El Consejo Europeo, el 10 de marzo, identificó cuatro prioridades: limitar la propagación del virus, proporcionar equipo médico, promover la investigación y hacer frente a las consecuencias socioeconómicas; y también reiterar el fortalecimiento de la solidaridad, cooperación e intercambio de información entre los Estados miembros. 

Los acuerdos preexistentes permiten actuar frente a amenazas graves transfronterizas para la salud, sin embargo, el ejercicio de las soberanías nacionales no ha facilitado una óptima actuación, incluso socavándose la solidaridad al introducirse cierres de fronteras, e incluso límites a las exportaciones de productos sanitarios y equipos médicos, aún hacia países con importantes necesidades. Esto no es la primera vez que pasa (2009, pandemia gripal H1N1).

Inicialmente las respuestas de la Comisión Europea fueron parciales, y eso pudo alimentar planteamientos desintegradores y sentimientos nacionalistas, por encima de los de pertenencia a la Unión. Esto se fue corrigiendo con el tiempo durante 2020, con la creación de la reserva estratégica (RescEU), la plataforma web ReOpenEU para información a viajeros y los fondos para la investigación terapéutica y epidemiológica. También con el plan de recuperación para Europa con un Marco Financiero Plurianual y el programa NextEUGeneration para la recuperación económica.

El Parlamento Europeo extendió el Fondo de Solidaridad de la UE para tomar medidas en múltiples áreas, y se pospusieron la necesidad de nuevos requisitos para productos sanitarios en evitación de desabastecimiento; propuesta sobre ensayos clínicos; suministros de medicamentos; y numerosas propuestas económicas y financieras.

En el Consejo Europeo se coordinaron gestiones sobre todo para el escenario postpandemia con buen resultado, aunque inicial oposición entre el eje francoalemán y otros países miembros, más en el sentido de otorgar préstamos en vez de subvenciones. Esto ha supuesto un endeudamiento claramente necesario. 

La incompleta gobernanza conjunta para sostener una óptima actuación ante una gravísima amenaza de carácter sanitario trasfronteriza viene definida por la convicción de la propia Comisión Europea y de los Estados miembros, preservando de forma cicatera las soberanías nacionales. Este problema precisa de una respuesta urgente, ya que la única manera de responder es con actuaciones transfronterizas y por encima de las nacionales, que además imposibilitan una acción colectiva supranacional, si no se cede soberanía ante una autoridad sanitaria de la Unión Europea que la lidere. Un ejemplo es también la permisividad respecto a la competitividad de proyectos vacunales, en pos del aumento de la producción comercial y no de una necesidad poblacional. Baste decir que solo un 4% de la población global del mundo (USA) ha puesto 14 veces más vacunas que todo el continente africano junto

Las respuestas insuficientes en anticipar las señales de alerta de pandemia, la ausencia de umbrales claramente predefinidos en la estrategia de control de la pandemia para la desescalada de restricciones, y el retraso en la estrategia de realización de pruebas diagnósticas y suministro de equipos médicos y de equipos de protección individual, ayudan en la continuación de contagios.

La política vacunal respecto a la gestión de su compra, no en todo transparente, y la estrategia de comunicación sobre la seguridad de las vacunas yendo en contra del principio de precaución, que aseguraba la necesidad de continuar vacunando dada la aparición de efectos adversos muy raramente. Las decisiones han sido confusas, contradictorias, y tardías. Solo una autoridad sanitaria europea debía haber decidido sobre la seguridad de las vacunas, que ha llevado a que entre la ciudadanía europea impere la opinión de mayor seguridad de unas sobre otras. También el ritmo lento de vacunaciones lleva a diferencias de hasta un 14% de unos países sobre otros.

Para una respuesta eficiente la Unión Europea debería tener en su seno las competencias de Salud Pública en un solo organismo con capacidades legales suficientes, un enfoque de políticas sanitarias efectivo, evitando la descoordinación de medidas preventivas, sobre todo las no farmacológicas. Esto ha desconcertado a la ciudadanía europea y desincentivado su seguimiento, con el consiguiente aumento de la transmisión del virus. 

El necesario liderazgo que permitiese articular mecanismos de flexibilización de las patentes. Esto ya se hizo con los tratamientos antirretrovirales para el SIDA. De manera que se multiplique la producción de vacunas y los consiguientes retrasos en la vacunación.

Está claro que lo vea o no la generación que lidera la Unión Europea, la de la COVID-19 no será la última pandemia. La Unión Europea tiene que tomar buena nota, porque la creación del ECDC no ha sido suficiente; y la inteligencia sanitaria, específicamente epidémica, no ha dado un resultado apetecible. La experiencia nos enseña que aquello que no está funcionando en circunstancias normales difícilmente lo hará en situaciones anormales y menos aún en escenarios de catástrofes. Tampoco la creatividad humana en el uso de avances tecnológicos ha sido nuestro fuerte. Un ejemplo es el uso de la robótica para reducir los riesgos de los trabajadores sanitarios en el tratamiento a pacientes infectantes, así como la inteligencia artificial para el diagnóstico y modelización epidémica. Y la necesidad de sistemas de declaración de enfermedades a tiempo real para la toma de decisiones inmediatas mediante un centro coordinador de alertas sanitarias que cuando fuere preciso lo hiciera a tiempo real en base a indicadores umbrales, que luego fuesen corroboradas por la Autoridad Sanitaria Europea.

Julián Domínguez, jefe de Medicina Preventiva del Hospital Universitario de Ceuta

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