Lula gana y se pone al frente de una América de izquierdas

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Ni siquiera dos puntos de diferencia separaron a Luiz Inácio Lula da Silva y Jair Bolsonaro en el moderno y rapidísimo recuento de votos de la segunda y definitiva vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil. Pero, la diferencia es tan suficiente como decisiva para teñir de rojo el mapa latinoamericano: es la primera vez que las cinco grandes economías del continente se encuentran en manos de la izquierda. Con su victoria, se cumple también el objetivo más importante que alumbró el Foro de Sao Paulo, bajo la égida entonces del cubano Fidel Castro y del venezolano Hugo Chávez: que, caído el Muro de Berlín y derrumbado el comunismo, América Latina no fuera fagocitada por la entonces incuestionable victoria de la democracia neoliberal.

Por la victoria de Lula había apostado de manera aplastante el panel de líderes internacionales de las dos orillas del Atlántico, empezando por el presidente norteamericano, Joe Biden, que ve en el antiguo obrero metalúrgico al único líder con envergadura suficiente como para imponer su autoridad moral y política a los Petro (Colombia), López Obrador (México), Fernández (Argentina), Boric (Chile) y Castillo (Perú), e incluso discutirles la pureza de la línea ideológica del castrochavismo a los Díaz-Canel (Cuba) o Maduro (Venezuela). 

Particularmente importante fue la inmediata felicitación del inquilino de la Casa Blanca, al destacar “unas elecciones libres, equitativas y creíbles”. Con esta frase Biden cercenaba de raíz cualquier tentación que pudieran tener el presidente Jair Bolsonaro y sus partidarios de descalificar los comicios, no aceptar los resultados y lanzarse a la calle a disputar una tercera vuelta en forma de revueltas y disturbios. Le quedó así meridianamente claro desde el principio que tal hipotética actuación contaría con la generalizada condena internacional y le reduciría a la condición de paria. 

Retos inmediatos y difícil pero necesaria reconciliación

Lo ajustado del resultado no hace sino certificar la profunda polarización de la sociedad brasileña y la difícil tarea que tiene al respecto por delante el nuevo presidente, que tomará posesión el primer día de 2023. Tan es así que es la primera vez en sus tres celebraciones presidenciales triunfales en que prefirió leer su discurso a improvisarlo, en un gesto evidente de no cometer el más mínimo desliz que pudiera dar munición a esa mitad del país que había preferido a su rival. En ese texto estaba escrito –y así lo leyó- que  gobernaría para todos los brasileños, además de abundar en la necesaria reconciliación para que el país vuelva a despegar.

En esa nueva salida a la escena internacional, Lula da Silva promete sacar al país de la irrelevancia en que  lo había sumido Bolsonaro. Palabras que suscitan esperanzas en Europa de que quizá sea la última oportunidad de que se desatranque la conclusión del Acuerdo del Mercosur con la UE y no deje al continente latinoamericano que se quede a merced de China más aún de lo que ya está. 

Pronto sabremos si la innegable vitalidad que muestra el presidente Lula traduce a hechos reales tales deseos y esperanzas. Él mismo se encuentra un panorama nacional y un contexto internacional radicalmente diferentes de los que disfrutara en sus dos mandatos anteriores. Ni estamos ahora en aquella boyante coyuntura económica ni la inestabilidad global actual tiene algo que ver con la tranquilidad de entonces. 

Se ha acentuado, eso sí, la gravedad de la situación climática del planeta, en la que Brasil es señalado para bien y sobre todo para mal. La devastación y destrucción de la Amazonía no son objetivamente menos dañinas para la totalidad del género humano que los incendios que asolan las selvas tropicales de África o las junglas de Sumatra y Borneo e incluso de la progresiva aniquilación de los bosques europeos. Pero, parece existir un consenso general en que el verdadero pulmón del planeta es el de Brasil, lo que ha modulado la opinión pública internacional hasta el extremo de juzgar la progresiva desaparición de su selva con un rasero notablemente más estricto y culpabilizador que a sus homólogos africanos, asiáticos o europeos. Ciertamente, con Bolsonaro al frente de Brasil, calificarle de “genocida climático” era un epíteto fácil de colocar y difundir. Habrá que ver también ahí hasta dónde llega el poder y la influencia de Lula para revertir ese deterioro.     

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