Maduro estrecha el dogal sobre una Venezuela exhausta

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro

Con una paciencia y docilidad infinitas millares de venezolanos aguantan colas interminables para abastecerse de combustible. Fuera de juego sus refinerías por falta del adecuado mantenimiento, son sus aliados iraníes quienes suministran a Venezuela, una gasolina que ha pasado de ser prácticamente gratuita a costar medio dólar el galón, y cuyo pago se exige en muchos casos en la divisa norteamericana. Es una nueva dificultad que añadir a la cada día más ardua búsqueda del alimento cotidiano en una economía de pura subsistencia. 

No es extraño, por lo tanto, que las manifestaciones y el ardor por desbancar al régimen chavista hayan decrecido notablemente. Cinco millones de venezolanos se buscan como pueden la vida en el propio continente americano y en Europa, en un exilio forzado más por la miseria que por la incompatibilidad política. Los que permanecen en el país se adaptan como pueden a la realidad de un régimen implacable, que exige adhesión demostrada en cartilla -el denominado carnet de la patria- para acceder a las bolsas de comida o a cualquier otro tipo de subsidio.

Aprovechando las nuevas restricciones por la pandemia de la COVID-19, el presidente Nicolás Maduro ha apretado aún más el dogal sobre la cada vez más tenue disidencia y, en especial, sobre la oposición encarnada en Juan Guaidó, reconocido aún como “presidente encargado” de Venezuela por medio centenar de países. Varios de sus más próximos colaboradores han sido detenidos y encarcelados acusados de promover actividades terroristas. El Tribunal Supremo, cuyos miembros lo son también del chavismo, le ha despojado de la presidencia de la Asamblea Nacional en favor de Luis Parra, que encarna una supuesta oposición al régimen. Los mismos jueces han apartado a ese poder legislativo de la confección del Consejo Nacional Electoral, el órgano del Estado encargado de velar por la limpieza de las próximas elecciones legislativas, que Maduro ha sugerido convocará el próximo diciembre si la pandemia, o su propia voluntad no lo impiden. 

En pos de liquidar el último reducto

El escenario quedará, así, expedito, para que el régimen liquide el último reducto de oposición. La inesperada victoria de los antichavistas hace cinco años se intentó contrarrestar con todo tipo de ardides, desde la anulación de actas y la descalificación de candidatos hasta la erección de un parlamento paralelo, denominado Asamblea Constituyente, emplazada en el mismo edificio y presidida por el otro hombre fuerte del régimen, Diosdado Cabello, foro que nunca tuvo el reconocimiento de la comunidad internacional. La última maniobra fue el reemplazo de Juan Guaidó por Luis Parra como presidente del parlamento legítimo, nombramiento no admitido por la coalición de partidos que respalda a Guaidó. 

Veinte meses después de que se iniciaran los violentos enfrentamientos en las calles de Caracas entre opositores y la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), secundada por los escuadrones de la muerte, las esperanzas de un cambio en Venezuela se van disipando aceleradamente. Han pasado también apenas tres meses desde la gira de Guaidó por Europa y América, donde recibió el tratamiento y respaldo correspondientes a un verdadero jefe de Estado, pero el régimen aparece cada vez más asentado, a imagen y semejanza del cubano. Si Fidel Castro convirtió en una hazaña épica el intento de invasión de la Bahía de Cochinos, Maduro puede jactarse de haber hecho fracasar la Operación Gedeón, un intento genuinamente chapucero de incursión de mercenarios por vía marítima. El cerco al litoral venezolano por parte de buques de guerra norteamericanos no ha disuadido tampoco a los tanqueros iraníes de arribar a sus costas, operaciones que alimentan la propaganda, aunque apenas constituyan una gota de alivio en la boca sedienta de un náufrago exhausto. 

Los llamamientos de Guaidó a la resistencia activa y al enfrentamiento encuentran cada vez menos eco en una población cada vez más sometida a un confinamiento y una vigilancia muy estrechos. Si tenía esperanzas de que Estados Unidos organizara una invasión militar, ya ha tenido ocasión de comprobar que eso no ocurrirá, ni con Trump ni tampoco con Joe Biden, si es que este lograra imponerse en las presidenciales del 3 de noviembre. Por si fuera poco, la Casa Blanca culpa a agentes del chavismo de fomentar la violencia, el caos y los saqueos que se han extendido por Estados Unidos con el pretexto de protestar contra el racismo. Si tales infiltraciones fueran ciertas, demostrarían que los beneficios del narcotráfico de que se acusa al régimen de Maduro pueden transformarse en el taladro capaz de sacudir los cimientos mismos del gigante norteamericano en una forma de guerra que ni siquiera podían imaginarse.         
 

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