Opinión

Marruecos: un Ramadán entre la crisis y el exceso

photo_camera RAMADÁN Marruecos

Hind es una diseñadora de ropa. Desde febrero, con sus equipos, prepara la nueva colección de chilabas y caftanes para el Ramadán. Como todos los años, los marroquíes compran ropa nueva durante este periodo del año para ir a ver a sus amigos y familiares para romper el ayuno y disfrutar de las largas veladas que a menudo duran hasta el amanecer. Esta economía es vital para los sastres, costureras, diseñadores y demás implicados en la cadena de fabricación de ropa tradicional que, cada año, intentan lanzar nuevas modas declinando hasta el infinito estas prendas intemporales. Pero este año, Hind no pudo vender sus creaciones. El toque de queda nacional -decretado hace varios meses- se ha adelantado a las 20 horas. 

Este tiempo no permite a los ayunantes compartir la cena y visitarse. Al estar prohibida esta salida privilegiada, la compra de ropa se ha vuelto inútil.

Mehdi vende platos a los Habous en Casablanca. Cada año, una buena parte de su facturación se realiza durante el mes sagrado. Este año no venderá los cuencos de sopa y otros platos que trae de Safi, y los artesanos de la capital de la cerámica tampoco trabajarán este año. 

Sin embargo, habría bastado con mantener el toque de queda a las 21 horas para que estos diversos artistas, artesanos y vendedores pudieran vender parte de su mercancía, pagar su alquiler y mantener un equilibrio económico. La crisis sanitaria, que se prolonga sin cesar, y las restricciones gubernamentales han hecho mella en estos trabajadores y en sus frágiles negocios. 

Los restaurantes y las cafeterías también sufren pérdidas en seco, ya que están cerrados día y noche. La economía de un país se basa en pocas cosas. 

Actualmente el círculo virtuoso está roto. En un discurso ante el Parlamento, el ministro de Industria, Moulay Hafid Elalamy, prometió reparar las actividades afectadas por los efectos del toque de queda, pero por el momento no se ha anunciado ninguna medida concreta.  

En este clima sombrío, que se enmarca en el cierre de las fronteras, los que viven del sector turístico tampoco están al final de sus problemas. La llegada de turistas se contrajo un 78,5% a finales de 2020 y este año no parece mejor. Muchos cafés, restaurantes, pensiones y hoteles ya no existen. Essaouira, la ciudad de los vientos y las fiestas, que atrae cada vez más turistas, está casi vacía durante las vacaciones escolares. Los viajes entre ciudades también están prohibidos.  

Los que lo están haciendo bien son los comerciantes de alimentos. 

El Alto Comisionado para la Planificación (HCP) ha estimado un aumento medio de los precios de los alimentos del 0,6% durante este Ramadán. Advierte, además, una subida más acentuada a partir de la segunda semana y que estima en un 0,8%. 

Si se supone que el Ramadán es el mes de las privaciones, paradójicamente es el mes de los gastos y los excesos.  
Según la última encuesta de HCP, el gasto de los consumidores por hogar aumenta un 16,3%, de media, durante este periodo del año.

Casi el 82% de este aumento es atribuible al gasto en alimentación. Los hogares gastan, por término medio, más de un tercio más en alimentos (37% exactamente) en comparación con los demás meses del año.

Es durante este mes cuando la gente se da más caprichos, consumiendo un +163% más de fruta, un +35% más de carne, un +35% más de cereales y un 47% más de leche y productos lácteos.  

¿Se confirmará la subida cíclica de este año? 

La economía marroquí experimentó la mayor contracción de la región MENA en 2020, con una recesión del 6,3%, según un informe del Banco Mundial, pero el dírham resistió al euro y se apreció un 0,58% frente al dólar estadounidense a principios de abril, según el Bank Al-Maghrib (BAM). 

La vuelta a la normalidad es más que necesaria para los marroquíes, desgraciadamente, por el momento nadie es capaz de dar un plazo a la crisis.