No ha sido necesario apenas un mes de gobierno para comprobar que la romana Meloni lo va a tener más que difícil en su nueva etapa como Presidenta del Consejo de Ministros. Todo había comenzado de la mejor manera posible: el Presidente Mattarella, al menos por los nombres que manejaba la prensa, le había dado el “visto bueno” a la lista completa de ministros, apoyándole en que no fuera una persona de Forza Italia al ministerio de Justicia (finalmente, en manos del prestigioso magistrado Nordio) e igualmente dándole la razón en que Matteo Salvini podía volver a ser VicePrimer Ministro (como ya lo había sido entre junio de 2018 y septiembre de 2019), pero no repetir en la cartera de Interior (lo que se conoce como el “Viminale”, nombre del palacio que alberga esta cartera ministerial).
Además, había logrado el apoyo de una mayoría para que su “hombre fuerte” en el Senado, el veterano siciliano Ignazio La Russa, fuera el nuevo presidente de la cámara alta y se llevara con ello la segunda “carica” del Estado. Finalmente, todos sus hombres de confianza estaban en los principales ministerios, destacando la figura de Guido Croseto en Defensa en un momento clave debido a la evolución de la guerra de Ucrania, que sigue sin tener fin cuando se va a acercando cada vez más al año de su inicio.
Pero Meloni se ha encontrado ya con un primer problema encima de la mesa: un inesperado flujo de inmigración irregular en las últimas semanas, que le han obligado a aceptar el desembarco en costas italianas de un buen número de personas procedentes del África central. Y, como ya le sucedió en su momento al Gobierno Renzi (2014-16) o al Gobierno Gentiloni (2016-18), la Unión Europea se niega, en la práctica, a recolocar este fuerte flujo de inmigrantes irregulares en los diferentes países que integran la Unión. Un “no” que ha estado encabezado por el Presidente de la República francesa, Macron, ahora mismo el líder con más fuerza dentro de la Unión porque los alemanes bastante tienen con el corte energético por parte de la Federación Rusa (son las consecuencias de haberlo fiado todo al “Nordstream” y al gas que llega de este país hacia Alemania a través del Mar Báltico); los franceses juegan con la baza a favor de que sus casi 60 centrales nucleares le aseguran suministro energético independientemente de lo que haga el Gobierno de Vladimir Putin; y los españoles están cada vez más descolgados porque aún no han sido capaces de recuperar el PIB pre-coronavirus, su gobierno no posee mayoría absoluta en el Parlamento y su deuda nacional es la que más ha subido de todas en dos últimos años (del 98% al 118% actual).
La realidad es que, después de Grecia, Italia posee la mayor deuda sobre PIB: 152%. Aunque la griega es 30 puntos mayor, debe recordarse que la economía griega supone tan sólo el 10% de la transalpina. Además, el problema se ha agravado con la subida del coste de la vida: según los últimos datos conocidos, el IPC ha subido un 11.6% en Alemania, un 12.8% en Italia y un nada más y nada menos que 16.8% en los Países Bajos del Primer Ministro Rutte. La consecuencia de ello ha sido una muy sustancial subida de los tipos de interés del dinero por parte del Banco Central Europeo (BCE), que ya están en el 2% y que de momento no da la impresión de que vayan a bajar, sino todo lo contrario (deberían subir al 2.50% en diciembre, esa es la previsión inicial). Eso supone que, para los países más endeudados de la UE (Grecia, Italia, Portugal y España, por este orden), el Estado ha de dedicar cada vez más recursos para financiar la colocación de la deuda soberana en los mercados.
Las autoridades comunitarias consideran que, con los 209.000 millones (junto con varios miles de millones más, como los del fondo SURE) que se llevó Italia en el reparto de los 750.000 millones de julio de 2020 (el célebre “Recovery Fund”, cuyos principales destinos deben ser tanto la transición digital como la transición “verde”), ya han sido más que generosos hacia la tercera economía de la eurozona. Así que no tienen la más mínima intención de abrir sus fronteras a la inmigración irregular que en este momento se encuentra en puertos como Catania (Sicilia), lo que va a generar un problema de primerísimo orden a la Presidenta Meloni. Y lo peor es que quien encabece esta posición de dureza sea precisamente la Francia de Macron, reelegido Presidente de la República (y por cinco años) hace sólo unos meses, con mayoría (eso sí, simple, no absoluta) en la asamblea legislativa, con una deuda no excesiva (97%, casi cuarenta puntos por encima de lo establecido en el Pacto de Estabilidad) y sin auténticos rivales ni dentro ni fuera de su partido.
Esta semana se ha conocido, además, la rotunda negativa de los países del centro y norte de Europa a cambiar los criterios del citado Pacto de Estabilidad: los estados deberán tener la deuda en el 60% sobre PIB nacional y el déficit, a su vez, deberá mantenerse en el 3%. Lo que contrasta con la realidad que ha de afrontar el Gobierno Meloni, y es que su país está, ¡más de 90 puntos por encima de lo establecido en el Pacto de Estabilidad! Y es que, aunque Antonio Tajani, ahora VicePrimer Ministro y titular de Asuntos Exteriores, tiene muy buenas relaciones en el ámbito de las instituciones europeas, la realidad es que él no es Mario Draghi, que, ahora, fuera de la presidencia del Consejo de Ministros, sólo puede limitarse a echar una mano al ministro Giorgetti, titular de Economía y Finanzas pero con conocimientos muy básicos de la economía, y a no mucho más. Cierto es que Draghi mantiene una relación cordial y cercana con su sucesora al frente del BCE, Christine Lagarde, pero Lagarde, a fin de cuentas, es francesa, y ya sabemos que a nuestro país vecino si hay algo que le sobra es nacionalismo a la enésima potencia, por lo que escuchará antes a Macron que a Draghi.
Ahora lo que está en riesgo es que salte por los aires el Tratado de El Quirinal que firmaron Francia e Italia a finales de 2021, y por el que ambos países se comprometían a colaborar en numerosos ámbitos y a hacer frente común contra alemanes, holandeses y otros países de la Europa central y septentrional (Austria, Dinamarca, Finlandia, etc.). Suceda lo que suceda, la realidad es que, si Macron consideraba realista tratarse “de tú a tú” con Draghi, no piensa lo mismo de Meloni, que, a fin de cuentas, encabeza una coalición donde sus dos compañeros de gobierno (la Liga y Forza Italia) no son precisamente sus mejores aliados.
¿Qué hará la nueva Presidenta del Consejo de Ministros ante esta nueva oleada migratoria? ¿Hará como en tiempos del Gobierno Gentiloni, con Marco Minniti como titular de Interior, dar a la autoridad nacional libia dinero para que bloqueen la salida de barcos hacia sus costas? ¿Se atreverá, en cambio, a seguir la política de Salvini, en su momento, de inclinarse por puertos completamente cerrados a los barcos llenos de inmigrantes? ¿O no tendrá más remedio que esperar a que las circunstancias meteorológicas empeoren por la llegada del frío y que ello haga descender el número de personas que se atreven a intentar a llegar a las costas italianas? Ya lo veremos, pero la realidad es que Meloni obtuvo muchos votos en la zona más meridional del país (sobre todo, Puglia, de donde es uno de sus “hombres fuertes” en el Ejecutivo, el ministro Fito) y será esta la primera zona en rebelarse ante un problema que ya generó un importante sentimiento antieuropeísta en Italia durante años y que explica que Salvini ganara con mucha holgura las elecciones europeas de 2019.
Meloni, además, debe pagar las consecuencias de haber sido una fuerte euroescéptica durante años: ser la líder de “Reformistas y Conservadores”, su grupo parlamentario en la eurocámara, le deja en una posición de enorme debilidad frente a “populares” (donde sí está Forza Italia), socialistas, liberales y “verdes”. Ahora no tendrá más remedio que girar hacia el europeísmo, y todo ello en un clima cada vez más enrarecido porque su país, con un rico norte industrial, está sufriendo muy particularmente las consecuencias de la dependencia energética, al afectar no sólo al consumo de los hogares sino también a la producción de las fábricas, y ello llevará a una subida del coste de la vida que seguramente hará tambalearse su gobierno. Es lo que tiene haber querido formar parte de la integración europea desde el primer momento y haber querido participar de la moneda única desde el inicio de la misma: que, o cumples con las normas establecidas, o sufrirás las consecuencias de no haberlo hecho. Y en este punto es precisamente en el que se encuentra el Gobierno Meloni.
Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Nebrija y autor del libro Historia de la Italia republicana (Madrid, Silex Ediciones, 2021).