Opinión

Memoria y Verdad para la reconciliación franco-argelina

photo_camera AP/RAFAEL YAGHOBZADEH  -   Manifestantes con las banderas nacionales argelinas organizan una protesta en la Plaza de la Republic de Paris

Queda apenas un año para conmemorar el 60º aniversario de los Acuerdos de Evian (1962), que pusieron definitivamente fin a la terrible y sangrienta guerra de independencia de Argelia, y cuyas heridas continúan aún hoy supurando. El presidente francés, Emmanuel Macron, aborda un nuevo intento de restañarlas, consciente de que la falta de una reconciliación definitiva entre Argel y su antigua metrópoli impide desarrollar las muchas potencialidades de una cooperación, que sería muy fructífera si no permanecieran de fondo las amarguras de los viejos agravios.  

Tras los primeros y fallidos intentos de los presidentes Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy por casar las “memorias históricas” de ambos países, Emmanuel Macron encargó el pasado julio al historiador Benjamin Stora la misión de elaborar “la memoria de la colonización y de la guerra de Argelia”, sin prejuicios ni presiones.  

Nacido en la ciudad de Constantina en 1950, Stora está acreditado como uno de los grandes especialistas en la historia de Argelia, y especialmente en la guerra que entre 1954 y 1962 desgarró tanto a la sociedad metropolitana como a los franceses y argelinos del entonces mayor departamento ultramarino galo. Siete meses después de aceptar el encargo Stora acaba de entregar a Macron sus conclusiones y recomendaciones, la primera de las cuales es el reconocimiento de los hechos históricos, es decir de las exacciones, torturas sistemáticas y desapariciones forzosas de independentistas reconocidos y aún de meros sospechosos.  

Stora elude conscientemente incluir la sempiterna reclamación argelina de arrepentimiento por parte de Francia, algo a lo que siempre se opusieron los dos millones de pied-noirs (franceses nacidos y criados en Argelia, e incluso que nunca fueron ni siquiera de visita a la Francia metropolitana), que hubieron de salir prácticamente con lo puesto de un país al que tuvieron siempre en el corazón por considerarlo su patria chica. El historiador no se queda tampoco en la mera presunta culpa de aquellos franceses, también recomienda pedir que Argelia esclarezca, y por consiguiente admita, las matanzas de europeos, en especial la llevada a cabo en la región de Orán.  

Se calcula que casi sesenta años después de concluida la guerra quedan unos siete millones de “supervivientes”, si se cuentan los pied-noirs, los harkis (argelinos que colaboraron con los franceses y luego abandonados a su triste suerte) y veteranos soldados de reemplazo, arrojados a una contienda que, a diferencia de las clásicas libradas hasta entonces, se disputaba a base de guerrillas, sabotajes, secuestros y atentados y bombardeos masivos e indiscriminados.  

La herencia radioactiva y los archivos secretos 

Además de atemperar la amargura de los recuerdos individualizados, Stora alude a las dos grandes macrocuestiones que considera necesario resolver de común acuerdo con Argelia. La primera es la apertura de los archivos militares correspondientes a aquel período, en los que se presume estarán documentadas todas las operaciones secretas o encubiertas llevadas a cabo por los temibles paracaidistas galos, y las justificaciones o argumentos en que se basaban y respaldaban. Es una reclamación constante de todos los presidentes de Argelia, a la que siempre se han opuesto, incluso con bastante vehemencia, las Fuerzas Armadas francesas.  

La segunda reclamación corresponde a la herencia radioactiva de las pruebas nucleares de Francia en el Sahara. Aún bajo su completa soberanía, París llevó a cabo varios ensayos en el campo de pruebas de Reggane, a casi 1.700 kilómetros al sur de Argel. Desde un año antes de la independencia y hasta cuatro después de acordarse la misma, Francia trocó sus ensayos al aire libre por pruebas subterráneas en instalaciones construidas bajo el desierto en In-Ekker. Aunque no se aludía explícitamente a la experimentación de las primeras bombas atómicas francesas, los Acuerdos de Evian otorgaban una autorización para utilizar durante cinco años más aquellas instalaciones. Investigaciones posteriores apuntan a que la presencia militar francesa, una vez desmanteladas las instalaciones de Reggane, In-Ekker y el complejo de Colomb-Bechar-Hammaguir, se habría prolongado en la base denominada B-2 Namous, dedicada a testar armas químicas, merced a un acuerdo secreto con el presidente Houari Boumédiène, según revelaciones del general argelino Rachid Benyelles, citadas en Le Monde por Fréderic Bobin y Dorothée Myriam Kellou.  

Como en el caso de las demás potencias nucleares surgidas a raíz de la Segunda Guerra Mundial, los ensayos de Francia tanto en Argelia como en la Polinesia han dejado víctimas de la radioactividad. Al objeto de compensarlas, París creó en 2010 el Comité de Indemnizaciones a las Víctimas de Ensayos Nucleares (CIVEN). Desde entonces, este organismo ha recibido un total de 1.739 reclamaciones individuales, de ellas 52 de ciudadanos argelinos. Ha estimado favorablemente 545 indemnizaciones, pero ha reconocido como víctima a uno sólo demandante de Argelia. Este presunto rechazo a los afectados argelinos por las pruebas atómicas francesas es el que ha llevado a exacerbar los ánimos en esa orilla sur del Mediterráneo, espoleados entre otros por científicos como Amar Mansouri, que no tiene empacho alguno en calificar de “crímenes nucleares” aquellos ensayos.  

Esta es una de las partes más delicadas del contencioso histórico franco-argelino. Como sugiere Stora en su informe al presidente Macron, es fundamental la creación de una comisión de “Memoria y Verdad”, compuesta por responsables y miembros de la sociedad civil de ambos países. A ellos correspondería ese inmenso trabajo de casar las memorias de ambos lados, una vez expuestos en toda su crudeza los hechos. Ateniéndonos a un estricto respeto por la historia, aquellos no se pueden cambiar; sí, en cambio, la percepción de las nuevas generaciones, prisioneras de un relato interesado, y a menudo tergiversado, manipulado e instrumentalizado por razones electoralistas en ambos países.  

Queda probablemente mucho pus en las heridas causadas por aquella guerra, pero no es inexorable que sea imposible sajarlas y cauterizarlas, impidiendo en caso contrario que argelinos y franceses de hoy y mañana puedan vivir sin desconfianzas ni reticencias, y trabajar conjuntamente por un Magreb y un Mediterráneo mejor y más próspero.