Menos primaveras y más inversión

Arab Springs

La celebración del aniversario debe servir para conocer realmente la tragedia y fracaso de las mal llamadas “Primaveras Árabes”.

En el llamado y supuesto mundo civilizado de Occidente somos muy dados a la celebración de los aniversarios y a ponerle nombre ocurrente a algunos acontecimientos. Algo así como la lucha contra la COVID-19 aplaudiendo a las ocho de la tarde o cantando desde los balcones. El resultado es tremendamente frustrante y pone en evidencia que detrás de ese moderno marketing político-social solo se esconde la deleznable intención de manipular la situación para enmascarar la realidad y evadir responsabilidades. Sin embargo, con mayor o menor repercusión y mejores o peores consecuencias, la verdad o parte de la verdad acaba imponiéndose, aunque se pretenda rebajar el grado de influencia que pueda deparar en la confianza de los ciudadanos, es decir, intentando mantener los votos que es lo único que parece mover e interesar a la mayor parte de los políticos. 

En estos días de diciembre se cumple un nuevo aniversario de las, mal llamadas, “Primaveras Árabes”. Un término acuñado por las habituales mentes presuntamente pensantes en Occidente para definir, catalogar, describir o encerrar los anhelos de libertad y democracia que tanto necesitan, se merecen y tienen derecho millones de personas que son árabes y que son musulmanes. En este caso, el término “Primaveras Árabes” o “Revolución de los Jazmines” en Túnez, origen de las protestas, tuvo algo parecido a lo vivido en Europa, en la antigua Checoslovaquia con la “Primavera de Praga” en 1968 y la “Revolución de Terciopelo” en 1989.  Hay muchas más expresiones floridas, epítetos para encapsular los acontecimientos que han impedido profundizar en la complejidad de cada uno de ellos y, sobre todo, denunciar los sufrimientos de las personas implicadas en cada caso y en cada lugar. Hay una diferencia notable entre lo ocurrido en Europa, donde sí se realizaron buena parte de las inversiones necesarias para igualar la economía y el desarrollo de los antiguos países del este de Europa en su transición democrática, aunque con desigual resultado, como vemos en Polonia y Hungría; y en los países árabes, donde el impulso de Occidente quedó, mayormente, en apoyo moral y testimonial, pero olvidándose después de las promesas frívolas y populistas. 

El caso más sangrante de responsabilidad occidental, donde hubo más que promesas, fue en Libia donde algunos países europeos intervinieron militarmente para derrocar al dictador Muamar El Gadafi, enterrar deudas pendientes y abandonar después a su suerte a un país que ha sido destrozado por las milicias paramilitares y los grupos islamistas que apoyaban los intereses de quienes solo ambicionaban el control del petróleo libio. Por no hablar de la guerra en Siria donde se han librado otro tipo de luchas por la hegemonía de la región. No florece nada en esa primavera, solo árabes muertos. 

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