Moscú: una prueba más de la debilidad exterior de la Unión Europea 

PHOTO/Jennifer Jacquemart/Comisión Europea  -   El alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell

Este mes ha empezado de manera nefasta para la Unión Europea.  

En la lucha contra la COVID, su estrategia de vacunación ha sido cuestionada, especialmente después de la negociación con AstraZeneca. La transparencia de Bruselas quedó en entredicho cuándo se desveló el acuerdo -el cual incluía muchos apartados censurados-. Tal ineficacia en un momento crítico (donde hay una carrera por ver quién será el primero en llegar al 100% de vacunación) ha puesto una vez más bajo los focos la debilidad del Ejecutivo de Von der Leyen.  

A esta circunstancia, se la añadió la visita Josep Borrell -el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común- a Rusia. Se producía poco después del retorno y encarcelamiento del opositor ruso Alexei Navalni tras su envenenamiento en agosto del año pasado, con lo que se esperaba que el encuentro no fuese muy amistoso. Lo que Bruselas no previó fue que se diera una imagen de ineficacia y debilidad cuando sus valores y acciones son puestos bajo cuestión, cosa que hizo Lavrov -el ministro ruso de Exteriores-, además de expulsar a tres diplomáticos de países de la Unión (Alemania, Suecia y Polonia) mientras ocurría la visita.  

Este malestar se plasmó en la turbulenta comparecencia de Borrell en el Parlamento Europeo tras su visita, donde 70 eurodiputados pidieron su dimisión por carta y donde la mayor parte de los grupos (principalmente Populares y Liberales, pero también algunos Verdes) criticaron el viaje.  

La visita de Borrell a Moscú ha puesto de manifiesto la distancia que hay en la Unión entre sus ambiciones de ser vista como un actor político independiente (plasmado en estrategias, ruedas de prensa y discursos) y la realidad de 27 voces autónomas en política exterior. La visita no sólo reforzó esta impresión, también evidenció que Bruselas no ha avanzado mucho en resolver este problema. De hecho, y a pesar de contar con valores, organismos y misiones para su política exterior, los 27 no se han puesto de acuerdo en unir sus divergencias respecto a Rusia. 

En lo que se refiere a Rusia se identifican dos campos: por un lado, los países bálticos y centroeuropeos, hostiles a Moscú y por otro el tándem Francia y Alemania junto a los países del sur, más preocupados por el Mediterráneo y el Sahel. Aparte de esta división geográfica, dentro de las instituciones y estructuras de la Unión -especialmente en el Parlamento Europeo- no hay unidad respecto a Moscú. Hay familias políticas en Bruselas que simpatizan con Rusia (Identidad y Democracia y La Izquierda en el Parlamento Europeo-GUE/NGL), siendo un ejemplo de ello las palabras de la eurodiputada irlandesa Clare Daly de la formación de izquierdas, donde criticó la rusofobia, el fantasma del retorno de la Guerra Fría y el  complejo militar.1 Esta simpatía hacia Rusia agranda la división de los dos bloques antes descritos, pues las lealtades hacia una familia política de Bruselas influyen en la conducta de los partidos en sus países de origen: si los eurodiputados de un grupo del país X votan en contra de sanciones contra Rusia en la Eurocámara, es muy probable que actúen igual en sus países de origen, complicando el objetivo comunitario de tener una sola voz en política exterior.  

Añadámosle el hecho de que Rusia, -con Russia Today a la cabeza- sabe explotar de manera hábil las debilidades de la Unión, ya sea criticando su política contra Moscú, su reticencia a aprobar la vacuna Sputnik o mostrándola incapaz de cuidar de los suyos, como ocurrió hace un año con la entrega de material médico a Italia cuando el país transalpino empezaba a empeorar por la COVID.2  

El resultado final de tal desunión y de su explotación mediática por el adversario es el de dar la imagen de una Unión con grandes ambiciones de ser reconocida como un actor independiente y capaz en política exterior, pero con pocos medios y desunión para tal fin. Si bien es cierto que Bruselas necesita una sólida y creíble política exterior con una sola voz a la par de su potencial económico, también es incuestionable -aunque duela decirlo- que, a fecha de hoy- la Unión ha fallado en corregir sus divergencias.  

El principal obstáculo es que hay que buscar una manera de transformar las 27 visiones, prioridades y voces de la Unión en una sola y de una manera que beneficie a todos. La Unión no puede depender del tándem París-Berlín para sus decisiones. En el caso de Rusia, ambos están a favor de dialogar con Moscú, ya sea por intereses económicos (el gasoducto Nord Stream 2 para Alemania) y políticos (la ambición francesa de una Europa autónoma independiente del mundo anglosajón a través de una relación cordial con Rusia). Este interés en hablar con Moscú -que se puede traducir en su reflejo en la política exterior de la Unión- no es sintomático de la verdadera posición de la UE frente a Rusia, pues ignora las reticencias de los países del Este. Una visión que aunara todas las sensibilidades de la Unión, a través de reuniones y diálogos, reforzaría la política exterior de la Unión y disiparía la sensación de abandono que los países del Este sienten de Bruselas respecto a Moscú. 

En lo que va de mes, la Unión ha sufrido dos reveses que cuestionan su independencia como un poder en política exterior. A su debilidad a la hora de negociar el suministro de la vacuna de AstraZeneca se la añade la polémica visita de Josep Borrell a Moscú y el comportamiento de Rusia durante la misma.  

Lo que demostró el viaje fue que la Unión, a pesar de sus ambiciones, aún no tiene una sola voz para su política exterior, especialmente en lo que se refiere a esa relación con Rusia. EN este aspecto, las divisiones no son sólo geográficas sino también económicas y políticas (dependencia del gas ruso en el caso de Alemania y la ambición de una Europa independiente de los Estados Unidos para Francia). Si no se resuelven estas divergencias, Bruselas continuará alimentando la imagen de una potencia débil en política exterior, algo que Moscú explotará, como ya ha hecho antes. La solución no puede pasar siempre por París y Berlín, pues sus visiones respecto a Rusia no son un reflejo de los deseos de los 27.  

En conclusión, para demostrar unidad, los 27 deberán reunirse y establecer una política común respecto a Moscú que refleje los temores y objetivos de los Estados miembros. Sólo así podrán avanzar en el objetivo de crear una Unión que sea reconocida como un actor creíble en política exterior. 

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