Opinión

Mucho ruido y pocas nueces

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Se reúne estos días el Congreso del Partido Comunista Chino, 2.300 delegados en representación de 90 millones de miembros que controlan absolutamente la vida de sus 1400 millones de compatriotas y que basan su legitimidad y aceptación popular en la notable hazaña de haber sacado a 600 millones de la pobreza gracias a la astucia de Deng Xiaoping, el que decía cosas como que había que tener paciencia y ocultar las propias capacidades o que no importaba que un gato fuera blanco o negro con tal de que cazara ratones. Su pragmatismo a veces hace olvidar que no le tembló la mano al ordenar la masacre de Tiananmen cortando de raíz toda veleidad de democratización al amparo del desarrollo económico.

Con Xi al timón por otros cinco años (ya lleva diez) las cosas han cambiado bastante. De ser visto como “el tío Xi” en 2012, un líder próximo y cuasi paternal, al monarca autoritario y represor que es en la actualidad, obsesionado con mantener por encima de todo el poder del partido y el suyo propio, como desveló en el discurso que pronunció en Hainan el pasado abril al lanzar su Iniciativa Global de Seguridad. Aunque Xi tiene clara su voluntad de entrar a formar parte de la Sagrada Trinidad Comunista china, junto con Mao y Deng, su obsesión no es tanto imitarlos como evitar acabar como Gorbachov. Como en este congreso será reelegido por otros cinco años y sin límite de mandatos, Xi considera que tendrá tiempo para la que considera su misión histórica de colocar a China en el lugar que le corresponde por su fortaleza política, económica y militar en un mundo que todavía dominan unos Estados Unidos, un país Xi que considera en inevitable decadencia. Y para eso tiene que ganar la carrera tecnológica. Mao dijo que China fue humillada durante los cien años que siguieron a las Guerras del Opio porque perdió el tren de la Revolución Industrial y Xi no está dispuesto a permitir que eso vuelva a suceder. Por eso ha lanzado iniciativas como “Made in China 2025”, la Ruta de la Seda y un generoso programa de ayudas estatales (300.000 millones de dólares) para asegurarse el dominio de la Inteligencia Artificial, pues sabe -porque lo ha dicho Brookings- que quien domine la IA en 2030 dominará el mundo en 2100.

Kevin Ruud, ex primer ministro de Australia y buen conocedor de China, dice que Xi lleva “la política hacia la izquierda leninista, la economía hacia la izquierda marxista y la política exterior hacia la derecha nacionalista”. Me falta la etiqueta totalitaria de algo que en todo caso es un popurrí difícil de manejar. Lo cierto es que con Xi la represión interna se ha desbocado con los “carnets de crédito social”, al acabar con las libertades de Hong Kong (en violación del pacto que obligaba a mantenerlas al menos hasta 2047), y poner fin al eslogan de Deng de “un país con dos sistemas”, algo de lo que sin duda ha tomado buena nota Taiwán. Esa represión ha alcanzado limites intolerables en Xinjiang donde algunos ya califican de genocidio lo que se hace con el pueblo Uygur. La economía sigue la senda de un capitalismo con fuerte intervencionismo estatal para la creación de campeones nacionales al tiempo que, viendo lo que hoy sufre Rusia con las sanciones, busca también crear un modelo de doble ciclo que la proteja del mundo exterior, mientras su modesto crecimiento (2,8% este año) se ve lastrado por la discutida política de “Covid Cero” y por amenazantes burbujas como la inmobiliaria.

Y de una política exterior discreta y de bajo perfil, Xi ha pasado a la “diplomacia de los lobos” con la declaración de soberanía sobre el mar del Sur de China -algo que viola los derechos de otros países ribereños como Indonesia, Filipinas, Malasia y Vietnam), de apoyo y acercamiento a Rusia a pesar de la invasión de Ucrania, con disputas fronterizas con la India y con Vietnam, con disputas comerciales con Australia, con desacuerdos con Europa por derechos humanos y prácticas comerciales, y con un enfrentamiento de corredor de fondo con los Estados Unidos que han pasado de una política de cooperación cuando pensaban que el desarrollo económico llevaría la democracia a China hasta la actual de “restraint” (contención) por estimar -como ha dicho recientemente Biden- que se ha convertido “en el único país que quiere rediseñar el orden mundial y que al mismo tiempo cada vez tiene mayor capacidad en los campos económico, diplomático, militar y tecnológico de avanzar para conseguirlo”. Por su parte Xi no ha dudado en decir que los EEUU constituyen “la mayor fuente de caos en el mundo de hoy en día”. Ahí queda eso. Las luces rojas de alarma se han encendido en Washington -y esta es una de las pocas cuestiones en las que están de acuerdo Demócratas y Republicanos- donde ya ven cómo se libra la batalla tecnológica y temen que estalle otra peor, esta vez de carácter militar, en torno a Taiwan, donde son muchos los que creen que China y Estados Unidos siguen un rumbo que más tarde o más temprano les llevará a colisionar.

Así que mucha fanfarria en torno al Congreso del PCCh, mucho culto a la personalidad y, en principio al menos, pocos cambios a la vista.

Jorge Dezcallar Embajador de España