Opinión

Mundial de Qatar, pelota y política

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Por primera vez en la historia, un país árabe ha entrado en el escenario global del deporte. El Mundial de Fútbol 2022 en Qatar puede impulsar la región del Golfo como “hub” deportivo mundial, sede de importantes eventos de atletismo, motos o golf, entre otros. Egipto o Arabia Saudí también han expresado ya su interés en albergar unos Juegos Olímpicos.

Estos grandes eventos deportivos no parecen cruciales. En comparación, los proyectos tradicionales de petróleo y gas tienen claros retornos de inversión basados en los ingresos de los hidrocarburos. Pero el objetivo es desarrollar nuevos sectores y diversificar la economía de la región. Al abrir sus economías al escrutinio global, las industrias locales tienen que reformar y mejorar sus estándares.

Debido a su escala, los grandes eventos tienen numerosos vínculos con otros sectores de la economía, como el turismo, el transporte y las finanzas entre otros beneficiados.

Desde que fue seleccionado para albergar el Mundial, Qatar ha invertido 5.300 millones de dólares en contratos para instalaciones directamente relacionadas con el torneo. Pero esto representa solamente el 3% del valor total invertido en proyectos de construcción o transporte que apoyaron la Copa del Mundo indirectamente: unos 195.000 millones de dólares.

Desde las primeras demostraciones deportivas en las antiguas ciudades griegas, la competencia no ha sido solamente entre atletas. Otros objetivos ocultos, el llamado poder blando, han usado los deportes como campo de la geopolítica bajo regímenes totalitarios o militares, también algunas democracias o para establecer relaciones, aumentar la popularidad o mejorar la imagen de un país.

Las competiciones reúnen a equipos nacionales compuestos por jugadores de diferentes orígenes étnicos, todos defendiendo la misma camiseta y colores con pasión. En el caso del fútbol, a pesar de las contradicciones, el deporte ayuda a la integración, promociona la diversidad, y crea marcos de encuentro en un momento en que se multiplican los desencuentros. Millones de fans y seguidores quieren vibrar de emoción con sus futbolistas y equipos preferidos más allá de colores, naciones, religiones. Es el mensaje que se debería lanzar en estos momentos de creciente tensión entre los extremistas de todos los lados.

A nivel social, la pelota ha logrado más que la política tanto en la integración como en destacar la riqueza y las posibilidades de la diversidad en las sociedades.

Para Qatar, organizar el mundial ha sido un reto en varios frentes y las críticas sobre el respeto a los derechos humanos no han desaparecido. Pero, desde la perspectiva económica, al unirse a las comunidades globales vinculadas a estos eventos, los países deben comprometerse a cumplir con normas y responsabilidades internacionales.

El modelo qatarí asume un alto riego en una zona donde las alianzas y las enemistades cambian a un ritmo rápido, tanto en política como en economía. El pequeño Estado en extensión, pero grande en proyección, necesita desarrollar una estrategia coherente pensando en el largo plazo que no puede basarse solamente en las infraestructuras o eventos sin un equilibrio a nivel humano y social.

Hay un gran contraste entre la gran riqueza petrolera y las oportunidades de desarrollo, combinados con la falta de transparencia de una región muy tradicional que intenta impulsar cambios rodeados de incertidumbre y un creciente clamor por los derechos sociales y políticos. Las críticas internas y externas pueden ser valiosas; nadie puede progresar en una burbuja.

Posicionarse como gran centro del conocimiento, asociarse con los mejores y crear una reputación internacional es el objetivo, veremos si Qatar puede ganar este partido