Nuevas aportaciones para que el presidente Sánchez consiga acaparar titulares cada 12 de octubre

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Mucho se ha escrito en publicaciones impresas y digitales, y más se ha comentado en emisoras de radio y cadenas de televisión sobre la espera de unos tres minutos a la que se han visto abocados los Reyes de España, Felipe VI y doña Leticia, por el retraso del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, que encabezaba a las altas autoridades asistentes a los actos centrales del 12 de octubre.

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Gran parte de periodistas, cronistas y tertulianos achacan el plantón sufrido por los monarcas al interés del jefe del Ejecutivo por ocultar los abucheos, improperios, pitos, silbidos, gritos y burlas dirigidos a su persona. La solución: hacer coincidir su entrada en escena con los aplausos y los vivas a los Reyes a su llegada a la Plaza de Lima de Madrid, para presidir el homenaje a la bandera y el desfile del día de la Fiesta Nacional ¿Calculó mal Pedro Sánchez los tiempos? ¿Su retraso fue consciente?

Pensar que demoró su llegada para hacer esperar a los Reyes es una interpretación malintencionada. Como es bien sabido por todos los españoles, Sánchez es un ferviente monárquico. Además, como presidente del Ejecutivo, debía ocupar la cabecera de la fila de bienvenida a los monarcas, al lado de su ministra de Defensa, Margarita Robles. Y muy cerca de su bien amada presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

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Pero hay que situar en su debido contexto la situación: los Reyes sentados en el interior de su flamante Roll Royce negro, parado en mitad del Paseo de la Castellana, con el resto de autoridades y el público preguntándose… ¿dónde está Wally? Pasados unos tres minutos apareció Wally, con paso cansino y mirando al suelo. Parece ser que la tardía aparición de Sánchez para ocupar el lugar preferente que por protocolo y precedencia le corresponde fue debida a que sufrió una indisposición estomacal, lo que coloquialmente conocemos como “retortijones”.

Pero también se presume que la intención última de Pedro Sánchez fue tener una deferencia hacia los monarcas ¿En qué sentido? Pues para que Felipe VI tuviera tiempo de acicalarse la barba, y la reina doña Leticia comprobar su peinado y verificar su maquillaje antes de descender del automóvil. Todo un detalle de buen gusto.

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Con sombrero de copa o de paja

Hacer esperar a los Reyes de España ha conseguido acaparar la atención de los medios de comunicación nacionales, pero no ha tenido mucho eco en los diarios y cadenas de televisión globales, que es lo que al parecer pretendían en Moncloa: que la imagen de un bien parecido Pedro Sánchez diera la vuelta al mundo, como protagonista principal del día de la Fiesta Nacional de España. Pero no ha podido ser. La espera a los reyes se ha quedado en el ámbito doméstico, salvo excepciones.

Así es que me propongo aportar ideas frescas a los ideólogos del Batallón de Asesores del Palacio de la Moncloa (BATAPLOF) y a los leales fontaneros de la calle Ferraz, para que el líder máximo del PSOE y presidente del gobierno, el nunca bien ponderado Pedro Sánchez, sea el foco de interés mundial en la festividad del 12 de octubre, y no el Rey, su esposa, la princesa de Asturias o la infanta Sofía.

¿Cómo ser el centro de atención de periodistas, reporteros gráficos y cámaras de televisión? Para conseguirlo, es evidente que Pedro Sánchez debe efectuar alguna acción o actitud llamativa, por ejemplo, eligiendo un atuendo o prenda con estilo, que sobresalga sobre el resto de autoridades y autoridadas.

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La primera es ir tocado con una prenda de cabeza. Pero ¡mucho ojo! No sería acertado elegir un sombrero de copa, más propio de ricachones, a los que se les ha anunciado un nuevo impuesto por sus grandes fortunas. Tampoco sería oportuno un sombrero tipo bombín, llamado también de hongo, muy británico, puesto que se le podría tachar de hacer un guiño a una alianza con el Reino Unido, que mantiene en su poder el Peñón de Gibraltar y ha hecho la espantada de la Unión Europea.

Sería mejor un sombrero de paja, como el que utiliza el presidente de Perú, Pedro Castillo, o el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, líderes de gobiernos de referencia de la coalición PSOE-Unidas Podemos. Por otro lado, reflejaría su inconmensurable preocupación por la España vaciada.

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¡Cuidado! Puede haber un traidor

Otra alternativa que hay que considerar para acaparar portadas a escala mundial consiste en llegar al lugar del desfile en helicóptero y aterrizar en mitad del Paseo de la Castellana, a escasos metros de la tribuna real, desde donde la familia real y las altas autoridades de la nación presencian el desfile militar.

El presidente quedaría muy pichi para la ocasión acudiendo a los actos del 12 de octubre vestido con el traje típico de chulapo madrileño: camisa blanca y pañuelo del mismo color anudado en la parte delantera del cuello, chaqueta o chaleco de pata de gallo ribeteado de negro, pantalones negros y boina de cuadros también de pata de gallo.

Y no puede faltar un clavel rojo en el ojal. Inconveniente: tal indumentaria podría ser tomada como un acercamiento a su queridísima Isabel Díaz Ayuso, al alcalde de la ciudad, José Luis Martínez-Almeida y por ende, al Partido Popular. Por más que algún que otro asesor o ministro se lo diga al oído, hay que tomar como mandamiento la frase lapidaria de la película “El Padrino” de Francis Ford Coppola: “quien te diga que te vistas de chulapo, ese es el traidor”.

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Pero hay que descartar opciones más efectivas, pero burdas. Sánchez debe desechar el asistir al desfile vestido con pantalón corto y camisa floreada remangada. Las mañanas de mediados de octubre en Madrid suelen ser frescas, frías o amenazar lluvia. Tampoco procede saludar a los Reyes y presenciar el desfile llevando una bufanda multicolor, como luce el secretario general de la Unión General de Trabajadores (UGT), Pepe Álvarez.

Por las mismas razones debe evitar sentarse en el suelo, beber agua de un botijo o echar un trago de una bota de vino en la tribuna de autoridades, por más que sean acciones propias de la “clase media trabajadora” a la que dice defender. Pero Sánchez corre el riesgo de mancharse la chaqueta, la camisa o los pantalones y tendría que acudir con un “lamparón” a la posterior recepción oficial en el Palacio Real. En todos los casos, la imagen sería portada y abriría los noticiarios de televisión de todo el mundo, y se convertiría en la envidia de Biden, Putin… y del pulcro Macron.
 

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