Opinión

Nunca digas nunca jamás

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La cruda y horrible realidad que estamos viviendo atónitos desde nuestras casas confortables y que está sufriendo el pueblo ucraniano en sus carnes con todos los daños habidos y por haber nos despierta de un absurdo buenismo que ha campado a sus anchas entre nosotros desde hace demasiado tiempo. En muchas reuniones de viejos colegas y compañeros de duras coberturas informativas de crueles conflictos como el de Bosnia y Kosovo nos hacíamos cruces para que no volviera a estallar una guerra en Europa, y cuando el postre daba paso a los digestivos soñábamos con ninguna guerra en el mundo. 

Hasta que llegaba la reflexión contundente: nunca digas nunca jamás, que explotaba con toda su crudeza como un proyectil de mortero de 120 mm. La metralla dialéctica también ardía y destrozaba nuestros bienintencionados deseos porque, en el fondo, sabíamos que tenía toda la razón. La lista de los últimos conflictos sigue siendo amargamente larga y desoladora. Desde Siria a Yemen, a Afganistán, a Somalia, a Irak, al Sahel, y en pleno siglo XXI, en suelo europeo, en Ucrania. 

La amenaza de una nueva devastación bélica en los Balcanes ha ido cobrando fuerza en los últimos meses, pero los europeos estábamos en el limbo, en el convencimiento de que el estado del bienestar estaba asegurado y no había enemigos a la vista con la pretensión de hacerse con el poder utilizando los propios resortes de unas democracias liberales con exceso de generosidad. Los populismos autoritarios, nacionalistas, demagogos han utilizado el desgaste de las democracias provocado por la ineficacia y poca categoría de sus dirigentes, por una corrupción aborrecible y mortalmente tóxica y una búsqueda ignorante en salidas inviables de buena parte de la sociedad para llegar al poder y usarlo en su propio beneficio. 

En Estados Unidos, en Europa, en América Latina, en Asia, en África, no se salva ningún continente. Ahora, Vladimir Putin nos despierta con un bofetón a costa de miles de vidas en Ucrania. Nos quedamos petrificados, horrorizados, indignados ante las imágenes de muerte y destrucción de los bombardeos ordenados por Putin. Los ucranianos se habían preparado y resisten, por el momento, mientras piden ayuda porque la decisión del que pretende ser el nuevo zar de la gran Rusia es doblegar por la fuerza a sus vecinos y la diplomacia solo era una pantomima. Las sanciones tardan en hacer efecto. Sus razones de exigir la seguridad de Rusia frente a la OTAN se extinguieron con la primera bomba contra Kiev. La diplomacia y la paz son posibles si Putin quiere; si no, habrá que responder con la fuerza, por desgracia. La guerra es total y lo que necesitan los ucranianos es armas para defenderse. Y nosotros también si no asumimos la cruda realidad.