Opinión

Ocho dagas para apuñalar a Netanyahu

photo_camera Ocho dagas para apuñalar a Netanyahu

Hasta ocho partidos han sido necesarios para conformar una coalición Frankenstein que desaloje del poder al primer ministro y líder del Likud, Benjamin Netanyahu. Ocho dagas en suma para propinar las puñaladas políticas definitivas que pongan fin a su dilatada carrera política, la más amplía como jefe de Gobierno desde la creación del Estado de Israel en 1948. 

Yair Lapid, el promotor del acuerdo, apuró hasta el último momento el plazo legal para comunicar al presidente Reuven Rivlin que había logrado armar el rompecabezas, el mismo del que Netanyahu hubo de desistir cuatro veces consecutivas. El trámite aún no está completado, puesto que el jefe del Estado ha de concederle una semana más para que termine de perfilar los puestos y el programa de Gobierno antes de someterlo a la Knesset, que tendrá la última palabra con una votación final. Los 61 votos que Lapid afirma haber apalabrado –mayoría muy ajustada sobre los 120 escaños del Parlamento israelí- habrán por lo tanto de ser oficializados en esa votación. En esa semana no hay que descartar en absoluto que Netanyahu y sus huestes intenten postreras maniobras por las que algunos de los diputados más conservadores se echen atrás. Si ello sucediera, además de demostrar que en Israel no hay que dar nada por sentado, se abriría el camino para una quinta convocatoria electoral. Para esa hipótesis, Netanyahu debería seguir siendo el líder indiscutible del Likud, lo que esta vez ya no estaría tan claro. En el partido conservador se alzan voces que claman por la renovación en el liderazgo, por lo que tampoco sería algo impensable que Netanyahu fuera descabalgado también por sus propios correligionarios. 

De momento, soplan efectivamente los vientos del cambio. Junto a Lapid, el hombre fuerte de la coalición es Neftalí Bennett, líder de Yamina, el partido situado más a la derecha de esta variopinta coalición que abraza la práctica totalidad del espectro parlamentario: tres partidos conservadores en mayor o menor grado –Yamina, Nueva Esperanza e Israel Nuestra Casa-, dos formaciones de centro – la Yesh Atid del propio Lapid y Azul y Blanco del exgeneral Benny Gantz-, dos partidos de izquierda –el Laborista y Meretz-, y la gran novedad, el partido Maan, el primer partido árabe que se integrará en un Gobierno de Israel, y que se erigirá por lo tanto en el representante del 20% de la población árabe israelí. 

Rotaciones y alternancias

De las intensas negociaciones para conseguir armar la coalición, la primera consecuencia es que la jefatura del Gobierno y el Ministerio de Asuntos Exteriores serán rotatorios e intercambiables entre Lapid y Bennett. Será este último, además, el que empiece el primer turno de dos años. Esta solución también va a extenderse a la muy estratégica comisión de Asuntos Judiciales, cuya presidencia se disputaban dos mujeres: la lugarteniente del propio Bennett, Ayelet Shaked, y la jefa de filas del histórico pero muy disminuido Partido Laborista, Merav Michaeli. Ambas rotarán y se alternarán al cabo de dos años en un organismo encargado de los nombramientos judiciales, cuestión no menor, tanto porque el todavía primer ministro Netanyahu sigue pendiente de sus procesos por corrupción como por los numerosos contenciosos que los jueces habrán de dilucidar a propósito de las ocupaciones de terrenos y casas. 

La cuestión relativa a la propiedad y a la demolición de edificaciones sin licencia habitadas por los árabes es precisamente una de las condiciones impuestas por Mansur Abbas, el líder de Maan, para aportar sus imprescindibles cuatro diputados a la coalición. Asimismo, parece habérsele prometido poner fin a la campaña de desalojo de los beduinos del desierto del Negev para edificar en sus zonas nuevas ciudades judías. 

Para alcanzar este acuerdo final han debido excluirse del programa dos cuestiones candentes: las negociaciones de paz con los palestinos y el papel de la religión judía en el Estado, sobre todo tras la proclamación por Netanyahu de Israel como Estado judío con capital única e indivisible en Jerusalén. Cuestiones en todo caso en las que se parte de muchos hechos consumados y por consiguiente en una posición de fuerza de cara a las futuras negociaciones que puedan alumbrar algo parecido a una solución distinta en la convivencia o coexistencia árabe-israelí. 

De una u otra forma, si fuera finalmente sin Netanyahu, Israel abre una etapa nueva en su política, tras el cierre de filas de la última ofensiva sobre Gaza en respuesta al aluvión de misiles lanzados por Hamás contra el territorio israelí. Y, como siempre, la novedad viene revestida de un halo de esperanza.