Opinión

Otro llanto por Argentina

photo_camera Ministerio de Economía de Argentina

Argentina, además de haber sido parida por España, es un buen espejo en el que comprobar hasta dónde puede llegarse de la mano del populismo. Salvo muy escasos y cortos paréntesis va camino ya de tres cuartos de siglo regido por lo que se denomina peronismo, concepto gaseoso e inabarcable a partir de su originaria y peculiar interpretación austral del fascismo mussoliniano. Ahora se encuentra a punto de consumar una nueva suspensión de pagos –‘default’ en la terminología financiera internacional-, si el próximo 2 de junio no consigue finalmente reestructurar con los acreedores, la mayoría fondos de inversión internacionales, el pago de 68.000 millones de los 324.000 millones de dólares de su deuda externa, equivalentes prácticamente al 100% de su PIB.

Ojalá consiga convencer una vez más a los “malvados” prestamistas, porque de no ser así la segunda economía de Sudamérica tendría que declararse en bancarrota al perder todo tipo de acceso a los mercados internacionales de crédito. 

Este maremoto financiero se abate sobre un país sacudido por una recesión económica desde 2018, una inflación del 53% en 2019 y un aumento del 33% más de argentinos bajo el umbral de la pobreza. Y, por si fuera poco, la pandemia del coronavirus, contenida en lo sanitario merced al pronto confinamiento de la población, agrava sin embargo la crisis económica de decenas de miles de empresas y pequeños negocios, arrojando a la pobreza a cantidades ingentes de nuevos desempleados. 

El presidente Alberto Fernández, cuya popularidad se mantiene estable en torno a un confortabilísimo 80%, palia la situación mediante tres medidas contundentes: la congelación del precio de los servicios básicos; la prohibición de despedir salvo por cierre definitivo de la empresa, y la instauración de nuevos subsidios a trabajadores desempleados. Las nuevas legiones de estos desbordan los comedores gratuitos, implantados a raíz de la crisis de principios de siglo, la que dio origen al tristemente famoso corralito y al derrumbamiento y casi desaparición de la clase media argentina. ¿Cómo se financia todo ello? Pues echando mano de una fórmula también tristemente clásica: dándole a la máquina de imprimir billetes. El ministro de Finanzas, Martín Guzmán, reconoce que el 70% del presupuesto se cubre imprimiendo papel, un aviso implícito de la galopante volatilización del dinero y la evaporación de los que, a pesar de tantas calamidades, hayan conseguido algunos ahorros. 

La tela de araña del kirchnerismo 

Conforme al abecé de la teoría política el presidente Alberto Fernández culpa a su antecesor, Mauricio Macri, de haberle dejado la herencia de la brutal deuda del país. Macri le recuerda a su vez que fueron los doce años de gobiernos del matrimonio Kirchner los que dejaron arrasado el país sin que él pudiera enderezar en sus cuatro años de mandato el desastre, que ni siquiera le traspasara en persona su antecesora Cristina Fernández, hoy manejando de nuevo los resortes del poder en tanto que vicepresidenta. 

El kirchnerismo, otra versión más del peronismo multifacético, ha vuelto a conquistar las parcelas de poder que hubo de abandonar durante el mandato de Macri. Ni la crisis económica ni la pandemia han frenado la reocupación de los cargos, además de muchos otros de nuevo cuño, que en caudalosa cascada tejen la tupida red de organizaciones de todo tipo que sostiene al régimen, el mismo que dispone y arbitra desde privilegios a los diferentes grados de subsistencia o de menor pobreza de quienes serán tributarios de por vida de sus graciosas concesiones y favores. 

Argentina y España, tan lejos en distancia y tan cerca en sentimientos, eran evocadas días pasados en el diario La Nación por el escritor Jorge Fernández Díaz, el autor de obras tan notables como ‘El puñal’, ‘La herida’ o ‘Madre’, y este era su primer párrafo: “Si a los argentinos nos dan un tiempito quizá logremos también destruir España; ya hemos conseguido por lo pronto filtrar en su Gobierno a incontables idólatras de Perón y Evita”. Como para no dar un respingo en la silla.