Opinión

Ouka Leele

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Ouka Leele era pura sensibilidad. La afirmación de esta frase llena mis ojos de lágrimas, porque tomo conciencia de que he utilizado el verbo en pasado. Se ha ido, ella también. La fuerza que tuvo en su juventud para despistar a esa muerte que se empeñaba en rondarla, no ha sido suficiente esta vez. No le tocaba, no queríamos que le tocase. Como si fuera así de fácil… Aún las palabras que anuncian su marcha se me clavan como las espinas de una rosa. Y cuesta creerlo. 

Sus hermosos ojos claros y su tímida sonrisa aparecen y desaparecen como un juego de magia. Dulzura e inseguridad; imaginación y extravagancia; alegría y melancolía. Todo se mezclaba en esta artista, fotógrafa, poeta, en esta madre que no dudaba ni un solo segundo en afirmar que María, su hija, era lo mejor que le había pasado en la vida. Una vida, intensa e interesante, llena de curiosas anécdotas que la envolvían de misterio y magia.  Como su propio nombre, tomado en los años de la famosa Movida madrileña de una constelación inventada por El Hortelano: Ouka Lele, a la que ella añadiría más tarde otra e. Puede que ahora, juntos, sonrían evocando aquellos días en los que sin saberlo empezaba a ser una estrella, que no ha dejado de brillar. “Nos queda su LUZ”, me escribía la editora Charo Fierro, desde su infinita tristeza.

Se me viene a la memoria una entrevista realizada en su casa, en Madrid. No recuerdo cuánto tiempo ha pasado, puede que catorce, quince, dieciséis años… Al abrirme la puerta, me dijo que le encantaban mis zapatos. No supe qué contestar. Era observadora, directa, sencilla. Luego hablamos de todo un poco. De ese ayer suyo, su familia, la poesía, su necesidad de dibujar desde niña, le gustaban los “gallos y volcanes”, o cómo pensaba durante esa infancia que la felicidad se encontraba en el bosque cercano a la casa de verano, en la provincia de Segovia. Seguramente de esos maravillosos momentos le viniese la relación tan especial que tenía con la naturaleza, sus colores, sus olores. Una naturaleza a la que convirtió en su musa, como ella lo fue de tantos. Que se me llene los pulmones de aire,/que se me clave la luz en los ojos/ que se me meta el olor de las flores/hasta las venas…

Ouka Leele me transmitía calma, aunque creo que había cierta inquietud en su alma, esos miedos que aparecen y que no siempre se controlan. Amaba la vida; odiaba la mentira. Tuve la suerte de que me acompañara, junto al actor Pepe Martín, en la presentación de mi poemario ‘En un instante’ (Huerga y Fierro), entonces dijo que gracias a ese momento es que “aprendemos de golpe a reconocer la verdad. La verdad de que cada instante es oro puro”. 

He paseado mi tristeza por el Retiro. Ouka Leele contaba que, al recordar a su madre, curiosamente, aparecía una mariposa blanca. Yo también la he visto… Vuela, vuela libre.