Palestina vista desde Túnez

Por Pedro Canales
Foto: Los judíos de Túnez se sienten tan tunecinos como cualquier habitante de la antigua Cartago. 
 
En las paredes del restaurante, en medio de fotografías sepia de escolares de otros tiempos, una gran foto enmarcada en la que se veían unos manifestantes jóvenes enarbolando pancartas con el lema: “musulmanes, cristianos y judíos, todos somos tunecinos”. Una foto que bien podía haber sido hecha ahora, en las innumerables marchas de protesta organizadas para pedir el cese de los bombardeos israelíes sobre Gaza y el levantamiento del bloqueo. Aunque también podía remontarse a las decenas de veces que los ciudadanos tunecinos han salido a las calles para protestar contra un conflicto que unos y otros justifican, pero del que sufren las poblaciones indefensas y abandonadas a su suerte. La particularidad de la foto y del restaurante es que ambos son judíos. No quedan muchos en Túnez, el país de sus ancestros, es cierto, pero los que resisten los embates del fanatismo se sienten tan tunecinos como cualquier habitante de la antigua Cartago, del campo o de la ciudad, de los barrios ricos o de los poblados desheredados.
 
Desde Túnez el conflicto palestino-israelí -una denominación equívoca y que no responde a la realidad del mismo-, es simple en su naturaleza, y extremadamente complejo en su desarrollo. Para los tunecinos, como para el resto de los magrebíes, por el hecho de haber sufrido ellos mismos la colonización europea, francesa principalmente, es un problema de ocupación. Su país, la Palestina, ha sido ocupado por fuerzas extranjeras. La solución por lo tanto debería ser igual de simple: descolonizar Palestina. Sin embargo no es tan sencillo. Porque el actual ocupante se ha erigido en “Estado independiente” y tiene al apoyo de una gran parte de la comunidad internacional, en todo caso el de los países de Occidente. Una situación de hecho que llevaría a la partición de la Palestina en dos Estados, pero que ni siquiera eso acepta el ocupante.
 
Pero ¿quién es el colonizador? No es el “pueblo” israelí, porque no existe como tal. Israel es un amalgama de gentes de confesión judía llegadas desde hace más de medio siglo, desde gran parte del mundo, de Europa, de África del norte, de América, de países en los que eran ciudadanos de los mismos, igual que esos judíos-tunecinos. Eran judíos-polacos, judíos-rusos, judíos-argentinos, judíos-magrebies, judíos-etíopes. Engañados por una casta militarista y unos partidos políticos basados en la doctrina sionista, cientos de miles de ellos emigraron en olas sucesivas a Israel creyendo que era “la patria que dios les había dado”. Una mentira que no todos creen, y que cada día son más a cuestionar. Todos los gobiernos que se han sucedido en Tel Aviv, desde la formación del “Estado de Israel”, de izquierda o de derecha, religiosos o supuestamente laicos, todos ellos se han basado en la doctrina sionista, que les justificaba la ocupación de un país que no era el de ellos y la expulsión de los palestinos de sus casas, de sus aldeas, de sus tierras. 
 
Los judíos del Magreb, al menos una gran parte de ellos, son antisionistas, aunque no lo prediquen a los cuatro vientos. Y se movilizan “por la liberación de los habitantes de Palestina y de su tierra”, en el caso actual de Gaza. Algunos, más comprometidos, como los adheridos a la Red Judía Antisionista Internacional, se han comprometido con “el desmantelamiento del apartheid israelí en la Palestina histórica”. Un apartheid intolerable, injustificable, cuyas escenas de niños aplastados por las bombas en escuelas bajo protección de Naciones Unidas, sería suficiente para que el mundo diga “Basta”. Otro mundo es posible, se dice desde las capitales del Magreb. La permanencia de la Gran Sinagoga de Casablanca, del santuario de la Ghriba en la isla tunecina de Yerba, de la peregrinación al santuario del rabino Ln Kaoua en la ciudad argelina de Tremecén, son testigos de que al judaísmo magrebí no se confunde con el sionismo avasallador y expansionista que quiere terminar con la resistencia palestina que reclama su tierra. Tanto la nueva Constitución marroquí como la homóloga tunecina, afirman el derecho de existencia de las minorías de confesión judía, garantizan sus lugares de culto y protegen sus peregrinaciones. Argelia se ha sumado a esta corriente, y el nuevo ministro de Asuntos Religiosos ha proclamado que el gobierno defenderá la reapertura de las sinagogas que fueron cerradas anteriormente, y garantizará el culto  la minoría argelina de confesión judía.
 

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