Pandemia y paradigmas: golpe de timón del FMI

FMI

El visionario americano Richard Buckminster Fuller sostenía que la realidad no se cambia forcejeando con ella, sino creando un nuevo modelo que la haga obsoleta. Sin embargo, raramente se da la ocasión de reiniciar la realidad para poder remodelarla. Para bien y para mal, la recuperación de la pandemia está obligando a reiniciar las prioridades críticas a nivel mundial,  y a concebir nuevos paradigmas, porque esta vez,  lo urgente y lo importante convergen.

Así parecen haberlo entendido en el Fondo Monetario Internacional,  templo de la ortodoxia económica, que acaba de abjurar de las recetas basadas en recorte del gasto público, especialmente importantes en sanidad, que fueron el eje central de las políticas de ajuste estructural impuestas por la Troica en la crisis de 2009. El desmantelamiento de los sistemas médicos públicos no sólo ha conseguido que la pandemia nos haya cogido con el paso cambiado y en paños menores, sino que dependamos de China por haber externalizado la fabricación de materiales sanitarios básicos para ahorrar costes.   

Por lo visto,  el FMI ha llegado a  la conclusión de que hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes no nos lleva a ninguna parte, por lo que su director Vitor Gaspar ha puesto su firma en un informe en el que se aboga abiertamente por los impuestos sobre el patrimonio y la transformación de la economía para que “todos tengan una oportunidad justa de triunfar en la vida”. 

Es difícil imaginar un reconocimiento más explícito de que las desigualdades que existían antes de la pandemia se han agravado, y que la mayoría de los países ni siquiera pueden perimirse el tipo de soporte, inversión y estímulo públicos que los países desarrollados están acometiendo, por lo que el diagnóstico que hace el FMI es que  las políticas de reducción fiscal desatan el riesgo de crear "un círculo vicioso de desigualdad que podría transformarse en una grieta social y política", por lo que recomienda que los gobiernos se concentren en las redes de seguridad social, en los servicios de salud pública y en la educación que han sufrido años de  recortes, para lo que defiende aumentos de impuestos, una tributación más progresiva,  y un mejor uso de los impuestos para distribuir la renta y la riqueza.

La justificación que el FMI hace de estas recomendaciones es que la desigualdad ha aumentado en las últimas tres décadas, destacando como los diferentes tipos de desigualdad -en la riqueza, los ingresos, las oportunidades y el acceso a los servicios básicos- se refuerzan mutuamente, y crean círculos viciosos que traspasan el umbral generacional: los progenitores más pudientes pueden costear la educación y asegurarse un mejor acceso al empleo de sus hijos, lo que a su vez conduce a mayores ingresos y mayor riqueza, mientras que lo contrario es cierto para los progenitores más pobres. 

Por más que el informe del FMI no implique la retirada de su apoyo a la economía de mercado, es innegable que está formulando un capitalismo reformado, una suerte de contrato social global en el que los rendimientos del capital no sean un fin en sí mismo, a sabiendas que intentar cristalizar un sistema social dual con una minoría de acreedores y una mayoría de deudores sólo puede conducir a revueltas y conflictos de alcance internacional.   Por eso, en su expresión más elemental, lo que el FMI plantea es que para hacer posible la redistribución de la riqueza y que el gasto público sea sostenible, los más acaudalados y aquellos  que más se han beneficiado de la pandemia deben aumentar su contribución a la sociedad. 

En realidad, los planteamientos del FMI tienen poco de revolucionarios. De hecho, fueron la norma entre las décadas de los 50 y los 70, cuando las economías capitalistas avanzadas, fuertemente reguladas y sujetas a una significativa presión impositiva experimentaron un crecimiento masivo, gracias al cual se alcanzó el pleno y  se experimento un incremento material que trajo una inédita  mejora de la calidad de vida, que impulsaron el turismo, el ocio y la cultura. 

Felizmente para la administración Biden, el manifiesto del FMI coincide con sus propias políticas, pero también con ‘Fratelli tutti’ la reciente encíclica del Papa Francisco. En suma, lo que el manifiesto del FMI propone sin ambages, es desandar las doctrinas aplicadas de Milton Friedman que trajeron la ‘destrucción creativa’ de Schumpeter,  cuyo crescendo culminó en la ‘grand finale’ del colapso financiero de 2009, del que aún no nos habíamos recuperado cuando debutó la pandemia. En cualquier caso, el último informe del ‘Monitor Fiscal’ del FMI supone un golpe de timón que sienta las bases de un nuevo paradigma para las relaciones internacionales por lo que queda de siglo.

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