Opinión

Pandemia y visiones geopolíticas

photo_camera Recep Tayyip Erdogan

La segunda ola del coronavirus se ha adelantado. Tiene parecidas características y está siendo tratada internacionalmente con parecidas dosis de preocupación e improvisación por parte de gobiernos y líderes mundiales. Escaso protagonismo de los organismos multilaterales, medidas nacionales precipitadas y contradictorias, y aumento generalizado de la incertidumbre económica. Tal y como habían pronosticado diversos expertos en seguridad y distintos servicios exteriores, la pandemia arrastraría con ella una serie de consecuencias geopolíticas motivadas por los intentos de posicionamiento o fortalecimiento de intereses de grandes potencias y otros actores para sacar partido de la situación de crisis globalizada que se iba a producir. Durante estos meses, Estados Unidos y China han dejado aún más claras sus posiciones en la rivalidad asiática y global. Pero también en el Mediterráneo oriental, Oriente Medio, África y Asia central, se intensifican las disputas de distinta naturaleza, pero con idéntico objetivo, así como las tensiones fronterizas y entre potencias. Con algunos diagnósticos comunes en todos los casos: la vinculación directa de Turquía y también de Rusia en la dinámica; la vinculación parcial de otros actores regionales (Israel, Egipto, Arabia Saudí, Irán y países europeos); y la aparente desvinculación de Estados Unidos y China, si acaso, indirectamente ‘leading from behind’, como decía el título de aquella doctrina Obama, tan criticada hace pocos años, cuando los americanos iniciaban su repliegue de una región donde llevaban luchando 16 años. 

La decisión de Erdogán de reconvertir Santa Sofía en mezquita, podría haberse interpretado entonces como una manifestación del choque de civilizaciones. Sin embargo, ahora los nuevos paradigmas están en proceso de construcción. Sin duda que tiene una intención de fortalecer la imagen turca en el mundo islámico mediterráneo y africano. Y, además, provoca una evidente tensión entre el Gobierno de Ankara y los países ortodoxos y en general democristianos, con Rusia y Grecia a la cabeza, aunque el primero en frente de la OTAN y el segundo, al igual que Turquía, dentro de ella. Pero las tensiones greco - turcas no se han quedado en los motivos culturales y, en los días conmemorativos del 20 y el 24 de julio, se han trasladado a las aguas del Egeo y de Chipre por donde pasaría el pipeline Eastmed impulsado por Turquía e Israel para transportar el nuevo gas y petróleo descubierto en el Mediterráneo oriental. 

Turquía, una vez que ha abortada la creación de una entidad política autónoma Kurda, un Kosovo Kurdo, como colofón al conflicto en Siria e Irak, ha puesto su foco en Libia donde disputa el control de los puertos y del país con rusos y europeos. Una estrategia denominada neo-otomanista que pretende ampliar su área de influencia histórica y competir con Egipto y Arabia Saudí no solo en el Mediterráneo, sino también en su posición dominante en el mar Rojo. Para ello además ha instalado recientemente una base en Somalia, y fortalecido sus relaciones también con Etiopía y Sudán, entre otras razones, para recuperar el control de la isla de Suakín, en aguas sudanesas. Intento ante el cual Rusia reaccionó apoyando al Gobierno de transición sudanés que derrocó a Al-Bashir en 2019. En otro caso, la expansión de la influencia turca habría rodeado el mar Rojo por el Cuerno de África con la posibilidad de intervenir en cuestiones como el agua del Nilo, el transporte energético, los movimientos de personas, o la orientación del islam en el África oriental. Y más allá, porque el interés de Turquía por África le ha llevado a la apertura de 30 nuevas Embajadas y numerosos centros culturales en pocos años.

En los últimos días, aún en plena pandemia, ha reaparecido una creciente tensión y enfrentamientos fronterizos entre Armenia y Azerbayán con peligrosas amenazas y víctimas, que de momento se han reconducido, pero que ha trasladado la incertidumbre geopolítica a Asia central, en un episodio poco claro pero que vuelve a poner sobre el escenario a Rusia, aliado de Armenia, y Turquía, cercano a Azerbayán. En otro territorio en donde dominó el Imperio Otomano durante la edad moderna y contemporánea. Y donde Erdogan también aspira a incrementar su influencia, consciente de que en un mundo multipolar el destino común de China, Europa y África pasa, necesariamente, por la ‘sublime puerta’.  

Esta intensa actividad geopolítica turca, se complementa con una importante estrategia de poder blando y cooperación bilateral y multilateral que ha sido elogiada por la ministra de Exteriores, González Laya, en su reciente visita a Ankara donde ha destacado la colaboración y el apoyo del aliado oriental en los peores momentos de la pandemia. Igualmente se han intensificado los proyectos de inversión y cooperación para los próximos años. 

España y Europa mantienen una relación histórica y política con Turquía que los nuevos escenarios del Mediterráneo, africano y de Oriente Medio tendrán que readaptar. Los principios democráticos, el respeto por las libertades y el equilibrio de credos y símbolos deben jugar un papel predominante en estas nuevas relaciones. Y también la vinculación directa con la seguridad, la lucha contra el terrorismo y contra el tráfico de personas.